sábado, 28 de agosto de 2021

OPERACIÓN NEULAND

 


La historia de Venezuela se especializa justificadamente en la evocación de la independencia del país con el destacado desempeño de Simón Bolívar, pero muy poco, en torno a hechos que no deben ser ignorados, como el caso de la operación Neuland (“tierra nueva” en alemán), también intrascendente en el contexto universal de la historia sobre la II Guerra Mundial.

Venezuela permanece neutral en medio de este conflicto europeo. Sin embargo, para los alemanes tal posición no les convence porque Venezuela es para ese momento el principal proveedor petrolero de los Aliados. La mayoría del petróleo que se extrae de los campos petroleros de Venezuela se envían a Aruba, Curazao y Trinidad para ser refinados y utilizados por las fuerzas aliadas en los frentes de guerra en Europa y África del Norte.

Para el momento de efectuarse la II Guerra Mundial las fuerzas armadas venezolanas no están suficientemente equipadas para patrullar las aguas territoriales, ni para enfrentar una agresión externa con armamento sofisticado, y mucho menos, para unirse activamente en el enfrentamiento de los aliados contra los alemanes.

Como respuesta a tal situación, el 15/01/1942, el comandante de la fuerza submarina alemana, Almirante Karl Dönitz, da instrucciones para interceptar un séquito petrolero en el Golfo de Venezuela, conformado por 6 buques tanqueros ligeros que forman parte de la llamada “flota mosquito” con destino a las refinerías de Aruba y Curazao. Esta operación queda bautizada bajo el título de “Neuland” y se convierte en el mayor despliegue de submarinos alemanes en el océano Atlántico contra barcos mercantes sin dispositivos de armamentos de guerra, tripulados por marinos civiles, ajenos totalmente al conflicto bélico.

Es así, como el submarino alemán U-502, al mando del teniente de navío Jürgen Von Rosenstiel, penetra sin ser observado, silenciosamente y en medio de la oscuridad nocturna, a las aguas del Golfo de Venezuela, y en la barra de Maracaibo, ataca a los indefensos tanqueros. La operación dura 3 horas, y 7,436 toneladas de registro bruto conformadas por los 3 tanqueros postillones, el  “Tía Juana”, “Monagas” y el “San Nicolás”, que presiden la flotilla petrolera explotan y son hundidos al ser impactados por los torpedos, al tanto, que los 3 restantes tanqueros de la retaguardia de la flota mosquitero, el “Sucre”, el “Yamanota” y “Rosalía” lograran llegar felizmente a su destino con la aflicción de percatarse que durante esa misma noche otros dos submarinos alemanes, el U- 156 y el U-67, cañonearon las refinerías de Aruba y Curazao hundiendo varios buques anclados en aguas cercanas a esas islas.

El Tía Juana, de bandera británica, registra 17 tripulantes fallecidos y 8 sobrevivientes de los 25 miembros totales de su tripulación. El Monagas, de bandera venezolana, compuesto por 31 hombres, de los cuales 19 son marinos venezolanos, 3 ingleses, 3 chinos, 3 noruegos y 3 de nacionalidad griega. Algunos de estos tripulantes sobreviven al ser rescatados. El Monagas arde durante tres días para quedar varados en las playas de la Guajira. Por su parte, el tanquero San Nicolás, propiedad de la Lago Oil & Transport Co. Ltd., con 26 miembros de su tripulación, 7 fallecen y 19 son rescatados del mar.

Todos estos héroes de la patria llevan por siempre los mismos honores de los soldados desconocidos u exaltados en el Campo de Carabobo.

Gracias al oficial de la Armada venezolana, Luis Farage Dangel, ha sido posible recopilar los datos para este artículo, al consultar su monografía “Operación Neuland, los ataques de submarinos alemanes en aguas venezolanas durante la Segunda Guerra Mundial”.

Juan Pablo Sarratud P., Ciudad Alianza, 27 y 28/08/2021.-


martes, 2 de marzo de 2021

PARÁBOLA DE LA GRAN COLOMBIA

 LA ESPADA ROTA


DEDICATORIA

En el año jubilar de las bodas de oro del matrimonio de

Juan Pablo Sarratud Porras y Carmen Josefina Colina Petit (“Pino”)

se dedica esta parábola a Daniel Alejandro, Gabriela Alejandra

e Isabella Alessandra, trillizos alejandrinos y novatos universitarios

auto exilados en busca de la cima de su futuro.

Ciudad Alianza, Febrero de 2021.

BOGOTÁ HOY (2021)

Cuando se llega en avión a la extensa llanura del altiplano de Cundinamarca y Boyacá en el sector norte de la Cordillera latinoamericana de los Andes se divisa sorprendentemente la inmensa ciudad de Bogotá extendida hasta donde la vista no alcanza ver más, ocupando toda la sabana plana de la cima de esas ramas montañosas, con una altura promedio de 2.625 msnm.







Ya en pleno centro recorriendo a pie la ciudad de la capital colombina se confirma la modernidad de sus calles y carreras limpias y atractivas, muchas de ellas, convertidas en amplias avenidas con inter cambiadores, vistosos y cómodos centros comerciales, combinando toda su arquitectura moderna con gratas construcciones coloniales al estilo español bien conservadas y convertidas en acreditados museos para presentar facetas de la historia de lo que fue la Gran Colombia a visitantes venidos de todo el planeta.

Bajo esta monumental arquitectura citadina corre oculto el río San Agustín o Manzanares empotrado en todo su trayecto urbano entre las calles sexta y séptima de la ciudad sin que los distraídos transeúntes se percaten de que bajo sus pies corre un río. Nace entre los cerros Guadalupe y La Peña que bordean el eje oriental de Bogotá para desembocar en el río San Francisco, aproximadamente en la carrera 13. En la Bogotá moderna predomina el hormigón sobre la vegetación, como ocurre con su imponente plaza Bolívar, rodeada por edificios coloniales, sin ningún arbusto en su cuadrilátero.

BOGOTÁ AYER (1827)

Es la pequeña capital de la Gran Colombia que ocupa escasamente el centro de la gran explanada del altiplano de Cundinamarca y está constituida por tan solo unas 195 manzanas alrededor de la plaza mayor para albergar una población aproximada a 20.000 personas.

El cauce del río San Agustín recorre el casco urbano de la ciudad a la vista de los bogotanos. Es la ciudad bucólica donde la vegetación predomina sobre el cemento. Las casas aristocráticas presentan amplio portón de entrada y sombrío zaguán que conduce a un patio cuadrilátero con fuente de agua al centro, rodeada de bella vegetación de flores tropicales. En los solares de estas casas predominan vistosos árboles y caballerizas. Las riberas de los ríos que corren por la ciudad cuentan con abundante vegetación fresca y sombría. La periferia de la urbe está conformada por intricados bosques con caminos de bestias. Hay tanta vegetación, que la plaza mayor se planificó intencionalmente deforestada para darle cabida al  comercio.

SAN SIMÓN

El ambiente en toda la urde bogotana es alegre y festivo porque se celebra el día de San Simón, día del Libertador.

En las residencias de la alta sociedad, en unas, se festeja por la larga vida de Simón Bolívar, mientas que en otras, se conspira contra el dictador.

En los cuarteles la diana triunfal anuncia el comienzo de un día sin el rigor miliciano para agasajar al jefe supremo y realizar competencias de estrategias militares, y finalmente, disfrutar comida y bebida de gala. Las salvas de cañones al amanecer fueron prohibidas para no despilfarrar las empobrecidas arcas públicas a consecuencia de la dura y larga guerra por la independencia.

En los colegios, internados y hospicios se busca que la monotonía habitual se cambie por el entusiasmo, amenidad y felicidad en el día especial de San Simón y los internos logran tener un día distinto con rostros alegres y despreocupados ante las abundantes bondades de grupos de vecinos voluntarios visitantes en este exclusivo día.

En templos, capillas y oratorios las campanas repican alegremente para llamar a la misa y te deum en acción de gracias por el Libertador de América.

En la cantina de Don Simón, la más popular del bajo mundo de la Candelaria, es donde mejor se celebra el día de San Simón. Se consume abundante aguardiente, se brinda por el Presidente y Libertador de la Gran Colombia y se le suplica al santo Simón milagros y privilegios de salud, dinero y amor. Es el patrono de prostitutas, bandoleros y asaltantes de caminos. La imagen del santo es venerada sobre un nicho ubicado en alto, detrás de la barra, a la vista de todos los presentes. Es una imagen esculpida en madera, lustrosa y brillante por su pintura al óleo, con aspecto típico del mestizo suramericano, bigotes y patillas pobladas, sentado, vestido con traje negro,  camisa azul, corbata morada y sombrero negro de alas cortas.

La imagen de San Simón es venerada sobre un nicho ubicado en alto, detrás de la barra

Don Simón de linaje maya es oriundo de San Andrés de Itzapa, pequeño y pobre poblado de Guatemala, de donde tuvo que emigrar para explorar nuevos y mejores horizontes. Es así como se encuentra incorporado en calidad de celador de bodegas en la flota del corsario francés Louis Michel Aury en sus continuos asaltos y abordajes a barcos de la flota española, teniendo como centro de operaciones las islas de Providencia, San Andrés y Santa Catalina. En tales circunstancias conoce y se hace amigo del militar francés Jean Louis Perú de Lacroix, destacado en las guerras napoleónicas y refugiado en aguas caribeñas tras su exilio de Francia a la caída de Napoleón Bonaparte. Perú de La Croix, habituado a su trayectoria militar cercana al emperador Bonaparte, no se siente bien en el ambiente de corsarios y filibusteros, por lo que hace contactos con Francisco de Paula Santander para unirse a la prestigiosa campaña de Bolívar y se instala en Tunja. Don Simón, por su parte, se instala en La Candelaria de Bogotá. Trae consigo sus tradiciones ancestrales transmitidas de generación en generación con influencia de sincretismo de prácticas y creencias indígenas, africanas y cristianas. Eso sí, siempre acompañado de su inseparable imagen de San Simón.

En el estrecho recinto de la cantina el hacinamiento debido a numerosos clientes provoca un ambiente asfixiante formado por aire pestilente a tabaco y aguardiente de bajas calidad.  En una de las pequeñas mesas, desapercibida y adosada a la pared, charla animadamente una parejita de jóvenes que en sus ratos libres salen a descansar del rutinario trabajo que realizan en la quinta de Bolívar.

José María Antúnez (Maracaibo 1804 -  Caracas 1864) desde niño se apasiona por el ideal de la independencia de su país, y luego de la batalla de Mucuritas, en pleno llano venezolano, se encuentra alistado en el batallón “Bravos de Páez”. Le toca cruzar la cordillera de los Andes con Simón Bolívar al mando, sobrevive el duro trayecto en el cual la mitad del contingente fallece de hambre y frío, y posteriormente,  debido a la heroica actuación de dicha unidad en la batalla de Boyacá, Bolívar le cambia el nombre al batallón con el título de "Vencedores en Boyacá". Desde entonces Antúnez permanece muy cercano a Bolívar, en calidad del “repostero del Libertador” ([1]).

Por su parte, Fernanda Bolaños, (Valle del Chota, provincia de Imbabura, Guayaquil) es la afroandinita típica, exclusiva, dulce, leal y servicial. Muy poca información se tiene de ella. No se conocen las fechas exactas de su nacimiento ni de su fallecimiento. El historiador Enrique Ayala, rector de la Universidad Andina Simón Bolívar de Ecuador afirma que vivió alrededor de 100 años y murió en su tierra natal. De lo que sí se puede estar seguro, es que es de suma confianza para servir cerca del Presidente de la Gran Colombia en tiempos turbios, porque Manuelita Sáenz se la trajo desde Guayaquil y desde entonces la mantiene como la “cocinera del Libertador”. El Libertador trata en su privacidad residencial a todo el personal que lo atiende con sumo respeto y afectividad, sin pasar por alto su autoridad en la exigencia de la perfección de los servicios que le prestan. Por referencias de su epistolario y por investigaciones de Gabriel García Márquez al escribir “El Libertador en su Laberinto” es de conocimiento general que Simón Bolívar detesta y se niega a aplicar los tratamientos para recuperarse de sus continuos quebrantos de salud indicados por sus médicos de cabecera ([2]); pero sin embargo,  nunca se negó a injerir las infusiones de hierbas muy amargas preparadas por Fernanda para aliviarle. Entonces, el Libertador, malhumorado y molesto e  le decía: “Si me sigue dando estos bebedizos, la llamaré Fernanda VII”.  

TERREMOTO DE POPAYAN (1827)

Popayán está distante de Bogotá a 583 Km al sur, en la vía hacia Guayaquil, Ecuador, y fue el epicentro del sismo. Con un mes de retardo es cuando el presidente de la Gran Colombia se entera e informa a su hermana María Antonia Bolívar que “El temblor  ha tenido su origen en las inmediaciones de Popayán en el páramos de las Papas” ([3]).

 Efectivamente, el 16/11/1827 por la tarde uno de los más fuertes terremotos de los que se tiene memoria en Bogotá sacude a toda La Gran Colombia. Muchos edificios, iglesias, conventos y casas  son destruidos. A los 7 días el Libertador envía carta al general Pedro Briceño Méndez informándole que “el 16/11/1827 por la tarde hemos sufrido un fuerte terremoto; de resultas de él ha quedado la ciudad desamparada y bastante triste. Yo que por entonces me hallaba en mi quinta, no he tenido novedad ni mi habitación ha sido dañada, como ha sucedido en la ciudad. Ninguno de mi estado mayor ha tenido ninguna desgracia” ([4]).

Las circunstancias de la vida permiten que las catástrofes naturales lleven  a cambiar el curso de la historia humana. Así como el terremoto del jueves santo en la provincia de Venezuela en 1812, entre otras muchas causas más, favorece que Venezuela recién liberada de yugo español retorne nuevamente al dominio de la corona hispánica, de la misma manera, el terremoto de 1827 en la Gran Colombia es el inicio de la desintegración de la gran nación suramericana forjada bajo la espada de su Libertador.

 Aún sin recuperarse económicamente de la larga guerra por la independencia el sismo empeora dramáticamente la coyuntura de la economía de la joven nación. Así lo confirma el mismo presidente de La Gran Colombia cuando escribe al general Mariano Montilla: “Días bastante tristes y aciagos para esta capital, que está envuelta en ruinas y miserias de resultas del terremoto que se ha extendido a lo lejos como lo verá usted por la gaceta” ([5]).

Llega a reconocer la pobreza fiscal para el manejo de la república cuando le escribe al señor José Fernández Madrid: “En esta capital apenas se pagan los empleados, y en el resto de la república sucede casi lo mismo” ([6])…  “y aún digo con dolor, que de mal en peor: la miseria por un lado, y los partidos, la ninguna esperanza de mejora junto con la destrucción del terremoto por otra, forman un cuadro a la verdad bien triste” ([7]).

Los líderes políticos no escapan del desespero ante la situación adversa a la que se enfrenta la novel nación.

Por una parte, unos claman por el traslado de la capital a su terruño donde son caudillos, como se evidencia en la carta escrita por el Libertador al coronel Tomás C. Mosquera: “Aseguro a usted que lo que menos pienso es en trasladar la capital como lo temen ustedes: si el más o menos mal que causan los temblores hubiesen de fijar lugares capitales, mucho tiempo ha que Lisboa, Lima, Caracas y Bogotá debieran perder las ventajas que le ha dado la naturaleza y la localidad…” ([8]).

Por otra parte se enfrenta desde el año anterior con líderes político-militares que apuestan a la disolución de la Gran Colombia para posesionarse ellos del poder en sus respectivas provincias donde solo representan un papel secundario en sus aspiraciones de ser amos absolutos del poder. Cuando escribe al general Francisco de P. Santander le confiesa: “Yo no quiero, mi querido general, presidir los funerales de Colombia; por esto no desisto de mi resolución de rechazar la presidencia y de irme de Colombia” ([9]). Y al general José Antonio Páez en Caracas le advierte: “Usted sabe muy bien que Guzmán no ha ido a Lima  sino a proponerme de parte de usted la destrucción de la república” ([10]).

LAS VACACIONES DEL PRESIDENTE

Severos alzamientos militares se vienen presentando desde 1826. En Venezuela el general José Antonio Páez trata de separar a Venezuela de la Gran Colombia, lo que provoca la última visita de Simón Bolívar a su tierra natal para apaciguar la cosiata. En Cartagena de Indias el general José Prudencio Padilla se subleva fallidamente para establecer un gobierno opuesto al centralismo del Libertador. Las nefastas consecuencias del terremoto llevan a un difícil gobierno populista en una nación de 2.346.282 Km² y 2 469 000 hab. ([11]) Todos estos inconvenientes unidos a los síntomas de una silenciosa tuberculosis a sus 44  años de edad, conducen a frecuentes quebrantos de salud del Presidente de la Gran Colombia que obstaculizan el arte y el compromiso para administrar la gran nación, a tal punto, que no descarta la intención de renunciar a su cargo de presidente como lo manifiesta al marqués del Toro: “si la constitución que se dé en Ocaña no es adaptable a la situación en que yo veo a Colombia, abandonaré desde luego un gobierno que me tiene aburrido hasta el alma, y me retiraré a Venezuela a servirle hasta donde me sea posible” ([12]).

Bajo tales circunstancias el día 14/03/1828 el Libertador abandona Bogotá, donde sus labores rutinarias lo mantienen aburrido, para emprender actividades totalmente distintas a las habituales en Bucaramanga. Aunque su orgullo personal lo oculte, busca más calor para su crónica enfermedad y orientar a sus leales representantes en la gran convención de  Ocaña convocada para definir el sistema constitucional que regirá a la Gran Colombia en lo sucesivo y llevar una vida más sosegada, aunque sea por pocos días.

Tras pernotar en Tunja, Paipa, Sátiva, Soatá, se le encuentra en Bucaramanga el día 31/03/1828 redactando su primera carta, de un total de 80 cartas, escritas desde ese mismo día hasta el día 06/06/1828, cuando escribe la última, sin tomar en cuenta cartas privadas, desconocidas  e inéditas, lamentablemente extraviadas.

Magistralmente había preparado el ambiente de su cuartel general en la población seleccionada, cuando escribió al doctor y presbítero Juan Eloy Valenzuela Mantilla, cura párroco de Bucaramanga: “Mi querido doctor: mi edecán, el comandante Wilson, que marcha en comisión a Ocaña, debe pasar por ese pueblo y tiene el encargo de hacerle a usted una visita en mi nombre y ofrecerle mis recuerdos y mi consideración…” ([13]).

El comandante Wilson selecciona la casa ubicada en la calle 37 N° 12- 15 de Bucaramanga para la estadía de su jefe y su personal privado. La casa colonial está ubicada a escasos metros de la iglesia matriz y cuenta con seis habitaciones que dan hacia el patio central. Adicionalmente garantiza alojamiento en casas cercanas para el estado mayor y edecanes que le acompañan. La vetusta edificación, conjuntamente con su mobiliario, se convierte en testigos mudos de reuniones, conversaciones, bailes, comidas y juegos de mesa del genio de América.

Fachada y patio central de la casa de Bolívar conservados como museo en Bucaramanga ([1])

Figura descollante del séquito del Libertador en Bucaramanga es su edecán, el coronel Luis Perú de Lacroix, destacado en las guerras napoleónicas y refugiado en aguas caribeñas tras su exilio de Francia a la caída de Napoleón Bonaparte. Perú de La  Croix, habituado a su trayectoria militar cercana al emperador Bonaparte, no se siente bien en el ambiente de piratas, por lo que decide unirse a la prestigiosa campaña de Bolívar en 1823, hasta convertirse en su leal edecán.

Ahora en Bucaramanga acompaña muy de cerca al Libertador, quien le solicita llevar la bitácora de su permanencia en la ciudad.

La mayor y mejor habitación de la céntrica casa bucaramaguense se le ha asignado al jefe supremo. El piso se halla cubierto con gran alfombra, cama con mosquitero de entrada , cómoda, consolas taraceadas, aguamanil con gran espejo, escritorio y silla tipo contador, pequeña mesa redonda con 4 sillas, y de lo que nunca se perdía el Libertador, una ostensible hamaca bien tejida al estilo guanés.    

Mantiene la costumbre de estar levantado ya a las 6 de la mañana, y una vez que cumple rigurosamente con su aseo personal frente al tocador, se dirige a las caballerizas para ver los caballos. Posteriormente retorna a su habitación que también cumple función de despacho, dedicándose a la lectura hasta las nueve de la mañana, cuando toma desayuno con quienes estén presentes para el momento. El resto de la mañana se dedica a la lectura y tertulias con sus acompañantes.  

Cuando Dionisio anuncia al Libertador que el almuerzo está servido pasa al comedor, siempre en compañía de edecanes y visitantes. Los ágape se efectúan más o menos como Perú de Lacroix lo relata:

A la hora indicada llego Freire y el mismo Libertador le indico el asiento que debía ocupar, y a su actitud su eminencia vio que efectivamente aquel oficial no tenía trato ninguno. Sucedió durante la comida que el general Soublette dijo: Alférez Freire pásame tal cosa; entonces el Libertador observó al general que debía decirle Señor Oficial. Hubo otro incidente: Freire debía comer de un plato que estaba bastante distante de él, se levantó de su asiento, y estirando el cuerpo y los brazos, se sirvió de dicho plato en el suyo: el Libertador le dijo entonces: “Señor oficial, no se moleste usted así en servirse cuando un plato no está a su alcance; pida, al que lo tiene al frente, porque es menos trabajo”. Después de la comida el Libertador me dijo: “Es bien rustico su oficial del Estado Mayor; sin embargo; que venga todos los días a almorzar y comer; lo desbastaremos y haremos su educación” ([1]).

Al atardecer Dionisio anuncia al Libertador que su cena está servida. Es mucho menos copiosa que al mediodía y casi nunca pasa de una hora, incluyendo la conversación de sobremesa. Al levantarse de la mesa sale acompañado por uno o más edecanes y por su secretario privado a cabalgar o caminar por las calles y suburbios de la ciudad o por sus alrededores, siempre vestido como paisano común, mientras que sus acompañantes militares van uniformados.

En una de estas travesías narra Perú de Lacroix:

Conversando llegamos a una casita muy miserable, donde S.E. ([2]) quiso descansar un rato; la dueña de ella nos ofreció al momento dos asientos que eran los únicos que tenía, uno lo brindo al general Soublette y el otro a mí, no haciendo caso del Libertador que no conocía… yo brindé mi asiento á S.E. y me senté en el suelo, pero entonces la mujer me trajo un esterito. Al cabo de un instante el Libertador preguntó a la dueña de la casa si tenía mucha familia, entonces esta le presento dos chiquitos: S.E. les dio a cada uno de ellos un escudito de oro y un doblón de 4 pesos a la madre, que mucho se sorprendió en ver que el peor vestido fuese tan generoso y echándose de rodillas le pidió perdón por no haberlo reconocido” ([3]).

Casi siempre al finalizar sus paseos a caballo o caminando, suele dirigirse a la residencia del cura párroco de Bucaramanga  para conversar antes de retirarse a su casa de alojamiento. Son buenos amigos, aunque nunca concuerdan en los temas planteados. El presbítero Valenzuela es un eminente biólogo que participó en la expedición botánica iniciada en 1783, precisamente el año en el cual nacía el Libertador en Caracas. Al llegar a la intimidad de la casa, su eminencia, el Libertador, comenta a sus acompañantes expresiones despectivas contra el cura, tales como “pobre chocho político que tiene el delirio que creerse un segundo Abate Deprad”; “El cura está loco de escribir como lo ha hecho una multitud de sandez sobre mi persona, mi modo de vivir y mi fragilidad”; “Que espíritu falso y ridículo es el espíritu del cura”, y muchas más recopiladas en el Diario de Bucaramanga. De todas maneras, el Libertador no encuentra en Bucaramanga otra personalidad a su altura para entablar tan animadas tertulias.

Su faena diaria no finaliza al retornar a la casa después de los habituales paseos y tertulias con el cura. Muchas veces el grupo selecto que acompaña al Libertador, sediento de esparcimiento y diversión, organiza improvisados bailes o juegos de mesa (ropilla, tresillo, monte, naipes, parapinto a los dados) tal y como relata Perú de Lacroix:

Volviendo del paseo S.E. me dijo que sabía que casi todas las noches, el general Soublette, yo y otros jugábamos la ropilla en mi casa, y que deseaba que esta misma noche se hiciese en la suya, porque tenía gana de distraerse: así se efectuó y se tomó un cuarto compuesto del general Soublette con el comandante Herrera y del Libertador conmigo. La partida duro hasta las once de la noche y al separarnos S.E. nos dijo que nos aguardaba todos los días a las siete de la noche para ropillar” ([4]).

Sin embargo, el motivo principal del juego para el Libertador no es la adicción al juego, ni el afán por el dinero, sino para la distracción: “S.E. observó que era un juego fastidioso, que no ocupa bastante la imaginación; que su movimiento es lento, y que era preciso hallarse en Bucaramanga, no saber qué hacer para ocuparse con tal diversión” ([5]).

En cierta ocasión, al cumplirse una de las  jornadas de ropilla, el Libertador se da el gusto de priorizar su juego de mesa, negándose de atender al cónsul de Holanda, quien pretende ser recibido por el Presidente de la Gran Colombia, cuando le manda a decir con su edecán que continuara su viaje a Bogotá y se entrevistara con el Ministro de Relaciones Exteriores. Al finalizar el juego explicó a sus sorprendidos colaboradores su atrevido desplante a un diplomático europeo: “Yo no quiero ver aquel Bujarron; su conducta en Cartagena y en todo el Rio Magdalena ha estado demasiado escandalosa para  que lo admita a mi presencia” ([6]).

La otra iniciativa para el esparcimiento y diversión en Bucaramanga es el baile amenizado por diestros músicos y la compañía de bellas damas. La fama de la pasión de Bolívar por el baile y su pericia al danzar el vals se conoce en todos los territorios donde se han celebrado sus triunfos bélicos. Pero ahora en Bucaramanga solo el día 2 de mayo “alguno de los Sres. de la casa del Libertador han dado un baile, al que no quiso concurrir S.E. aunque estaba de muy buen humor”…Manifestó su eminencia: “estaba ya persuadido que en esta villa nadie falta al baile, y no estando yo allí es cierto que debe haber una alegría más ruidosa….había sido muy aficionado al baile, pero aquella pasión se había totalmente apagado” ([7]). Ya para el año 28 el Libertador está golpeado físicamente, mas no moralmente, por la enfermedad.

Desde que se halla en Bucaramanga, no ha faltado un día de fiesta en ir a la Iglesia, y el cura tiene destinado a un padrecito, muy expedito para decir la misa a que asiste S.E...”, escribe Perú de Lacroix, y más adelante añade: “la  misa es siempre muy concurrida, porque todos quieren ver a S.E.”. Como si fuera poco, el párroco Eloy ordena disponer en el coro de la iglesia asientos y reclinatorios privados para el Libertador y su comitiva, de tal manera, que todo el selecto grupo pueda asistir al ritual dominical más desahogado y con menos calor que estando en la nave central.

Muy anecdótica fue la misa en la que una viejita se desmayó y todos los feligreses presentes desalojaron la iglesia precipitadamente creyendo que se trataba de un temblor, igual que ocurrió con la comitiva presidencial en el coro de la iglesia. Solo el celebrante y el Libertador se quedaron en sus respectivas posiciones: El Padre continuando con la celebración de la misa, y el Libertador leyendo uno de los libros de la biblioteca del párroco, que había tomado en préstamo.

Otra curiosidad anecdótica digna de resaltar durante sus permanencias en el templo se refiere a su postura de respeto y dignidad, como lo relata Perú de Lacroix: “En la Iglesia se mantiene con mucha decencia y respeto, y no permite que los que van con él se aparten de aquella regla. Un día notó que su médico de cabecera, el Dr. Moor, estando sentado tenía una pierna encima de la otra, y le hizo decir con un edecán que era indecente el cruzar las piernas en la iglesia y que viera como el tenia las suyas” ([8]).

A primeras horas del 02/06/1828 se entera el Libertador a través del correo procedente de Ocaña que la convención fue disuelta sin acuerdo de las partes enfrentadas, en consecuencia, adelanta sus planes de regreso a Bogotá para sumergirse nuevamente en actividades “que le aburren el alma hasta el punto de provocarle la renuncia”, pero que en todo caso, su travesía de regreso sería muy lenta.  

La primera pernota la hace en Pie de Cuesta, a escasas 3 leguas de Bucaramanga. En conversación privada con Perú de Lacroix manifiesta: “Si yo creyera a los presentimientos no iría a Bogotá, porque algo me está diciendo que allí sucederá algún acontecimiento malo o fatal para mí… no hago caso pues de tales presentimientos; mi razón los rechaza, cuando sobre ellos no puede mi reflexión calcular las probabilidades, o que estas están mas bien en su contra”.  El 26/06/1828 ya se encuentra en Bogotá redactando carta al general Mariano Montilla, al tanto que Perú de Lacroix finaliza el Diario de Bucaramanga escribiendo “nada hemos sabido del Libertador, desde su salida del Socorro para Bogotá” ([9]).

ATENTASO DEL 25 DE SEPTIEMBRE DE 1828

El fracaso de la convención de Ocaña lleva irremisiblemente al Libertador retornar a sus labores con plenos poderes, y simultáneamente, a los conspiradores intensificar sus planes de apartar al Libertador del mando supremo.

El Libertador finaliza sus labores del día 24/09/1828 y se retira con Manuelita Sáenz al merecido descanso en el palacio de San Carlos. Ya en plena media noche laten los perros en el solar. Manuela al oír los latidos y pasos apresurados en los pasillos se alarma, despierta a su amante y le advierte que se enfrentan a una situación sospechosa de peligro. Velozmente el Libertador cambia su indumentaria de dormir por su atavío militar aprovisionado con una espada y pistola para esperar detrás de la puerta a los supuestos agresores. Pero Manuela se acerca a la ventana, abre los postigos y convence al Libertador saltar por la ventana y ella quedarse dispuesta a distraer a quienes entren, y así, de esta manera, se hace.

Al caer en la calle el Libertador se sorprende al percatarse que su repostero personal viene caminando por la misma calle. José María Antúnez, una vez informado de la novedad reinante en el ambiente, se une a su jefe  para acompañarle en la grave situación planteada, momento en el cual, se oyen los primeros disparos en medio de la oscuridad de la noche. Antúnez conoce muy bien los aledaños de La Candelaria, como el palmo de sus manos. Conduce sigilosamente al Libertador hacia la vega del río San Agustín, donde tiene junto a Fernanda Bolaños un ranchito privado para sus escapes de amoríos, pero en esta oportunidad, lo destina para buscar refugio y resistir a posibles atacantes. En vista de que Antúnez no carga consigo las llaves del humilde recinto, el Libertador apela al filo de su espada para abrir forzosamente la puerta, pero lamentablemente, la puerta no cede, la espada se quiebra y las detonaciones de armas de fuego junto al griterío de combatientes se acercan peligrosamente. Ante tal situación deciden sin pérdida de tiempo refugiarse bajo el puente El Carmen, atentos con la pistola y preparados para hacerle frente al enemigo. 

Desde la frialdad y oscuridad del puente escuchan la fuerte contienda entre  conspiradores y las fuerzas leales al jefe supremo de la Gran Colombia. Así permanecen a la expectativa, hasta cuando escuchan los gritos de “viva el Libertador” anunciando que la confabulación ha fracasado y que el bando leal al presidente recupera el control en la ciudad. Cuando apenas caen los primeros rayos solares del día, ya el pueblo bogotano se ha aglomerado a las puertas del palacio de San Carlos para recibir apoteósicamente a su Libertador. Es cuando Simón Bolívar exclama, señalando a su amante a su lado, esta es la “Libertadora del Libertador”.  

Si así como los desastres naturales, entre otras causales más, provocaron la caída de incipientes sistemas políticos, de la misma manera, el atentado septembrino, fue el agente, entre otras razones más, de la destrucción física del Libertador a tan solo 45 años de edad.

Apenas ha transcurrido un mes del abominable atentado, cuando se celebra el día de San Simón, onomástico del jefe de la Gran Colombia. Las festividades son mejores que en años anteriores, sea para demostrar lealtad, o para adular o como verdadero testimonio de admiración y gratitud.

Simón Bolívar celebra discretamente su onomástico junto a Manuela Sáenz, sus edecanes, guardias y personal de servicio privado, en la intimidad de su residencia, “quinta de Bolívar”, situada en la calle 21, cerca del cerro de Monserrate y de la Localidad de la Candelaria. Recibe jovialmente las felicitaciones de la sociedad bogotana sin distingos de parcialidades políticas, sociales o religiosas. Evita mezclar lo personal con lo oficial. Prohíbe terminantemente que no se programen actos oficiales, y que las celebraciones particulares se financien con los propios bolsillos de los organizadores. Para nada menciona la fecha de su natalicio y la mayoría de la población asegura que se trata del día de nacimiento del presidente de La Gran Colombia. Pero no. Tan solo es el día de su onomástica, porque la fecha de su nacimiento es el 24/07/1783 en Caracas.

En el resto de la ciudad, igual que el año anterior, en residencias de alta y baja sociedad, en cuarteles, en colegios y hospicios, en templos y oratorios, en lugares públicos y cantinas de la urbe bogotana se manifiesta ostensiblemente la alegría por tener vivo al presidente de la República

En el año 28 hay una novedad resaltante en su celebración. El padre Eloy Valenzuela, estimulado por tan gratos momentos de tertulias con el Libertador en Bucaramanga, e impresionado ante el alevoso atentado contra su vida, toma la iniciativa de acuñar una moneda conmemorativa en honor y apoyo a su amigo. El 18/10/1828 aparece un aviso en el periódico de Bucaramanga firmado por el reverendo cura que dice: “Se convoca a los amantes de la moral, de la justicia y de la religión a formar una suscripción para grabar medallas por el feliz desenlace de la horrible conspiración de la noche del 25 de septiembre, y como una Providencia extraordinaria quedó salvo y triunfante S.E. el Libertador-Presidente” ([10]).

Tal iniciativa tiene amplia acogida a pesar de la estrechez de la situación económica por la que atraviesa la nación. De los más altos a los más bajos estratos de la sociedad hay repuestas inmediatas y favorables para contribuir con la causa propuesta por el cura de Bucaramanga. El teniente Freire sigue cercano al Libertador portando correos entre los distintos comandos militares. Ya ha alcanzado buen nivel de refinación en la mesa del estado mayor, gracias a las lecciones de su jefe. Así mismo ha entablado buena amistad con Antúnez, y esporádicamente, cuando no están de guardia, se reúnen en la cantina de don Simón. La noche que se retiran de la cantina celebrando el resultado feliz del intento de magnicidio unos asaltantes intentan atracarlos, pero hábilmente logran evadirlos y nuevamente Antúnez corre a su refugio en las vegas de San Agustín. Finalmente, cuando el peligro ya ha pasado, Antúnez regala a su amigo lo que queda de la espada de su patrón como recuerdo de la hazaña septembrina. Cuando Freire se entera del operativo del cura de Bucaramanga la dona para colaborar con la emisión de la medalla conmemorativa.

El 18/11/28 la Gaceta de Colombia publica una nota destacada para dar a conocer la puesta en marcha la circulación de dicha medalla de plata de 43,5 g de peso y 44,2 mm Ø  

 

MEDALLA SEPTEMBRINA

El anverso de la medalla contiene el busto del Libertador posado sobre un pedestal. El reverso en el borde superior tiene la imagen grabada de un ojo dentro de un triángulo radiante, y debajo, se lee la inscripción “L.D.P. salvó la vida del Libertador Simón Bolívar la noche del 25 se septiembre de 1828”.

Las medallas logran excelente acogida y difusión dentro y fuera de la Gran Colombia. Se conservan en muchos museos históricos, como así mismo, en colecciones privadas, y esporádicamente en catálogos de esclarecidas casas de subastas. El único jefe de estado que recibió en calidad de obsequio dicha medalla fue el octavo presidente de los Estados Unidos, Andrew Jackson (1829-1837), quien cumpliendo normas legales que impiden aceptar presentes la cedió al Congreso de su país, en virtud de lo cual, debe conservarse en las instalaciones del Instituto Smithsonian donde se guarda todo el material sobre la historia política en EE UU.

La medalla del padre Eloy Valenzuela marca la cima de la gloria del Libertador. Las consecuencias físicas de la pesadilla septembrina señalan el inicio de la ruta del Libertador a Santa Marta.

Profesionales de la medicina como Francisco Herrera Luque y José Joaquín Villamizar describen al Libertador en esta última etapa de su vida como la persona de “45 años que representa 50, con brazos, muslos y piernas descarnados, mejillas hundidas, en medio de los conflictos políticos estalla en ira y se oculta taciturno en la soledad…” ([1]).

Simón Bolívar fallece dos años más tarde, el 17/12/1830 en Santa Marta, Colombia, en condiciones precarias, hasta el punto que el general José Laurencio Silva obsequia su camisa para vestir el glorioso cadáver. En sus últimos momentos es acompañado por los generales Mariano Montilla, José M. Carreño y Laurencio Silva, por el auditor de guerra Dr. Manuel Pérez de Recuero, por el coronel José de la Cruz Paredes, por los edecanes Belford Wilson y Andrés Ibarra, por el comandante Juan Glen, por el capitán Lucas Meléndez, por los  tenientes José María Molina y Fernando Bolívar, asistido clínicamente por su médico de cabecera, Dr. Alejandro Próspero Reverend y atendido espiritualmente por el Obispo de Santa Marta, Dr. José María Estévez y el cura párroco de Mamatoco, Hermenelgido Barranco ([2]).

El presbítero doctor Eloy Valenzuela Mantilla muere trágicamente dos años después que el Libertador, manteniéndose todavía como párroco de Bucaramanga. En plena noche del 31/10/1832  fue apuñalado por bandoleros asaltantes a la casa parroquial.

Louis Perú de Lacroix por su lealtad al Libertador fue degradado de general a coronel, desterrado primero de Colombia y posteriormente de Venezuela para retornar abatido y deprimido a su Francia natal, donde se suicida el 17/02/1837.

Manuela Sáenz de Vergara y Aizpuru es desterrada de Colombia, se radica definitivamente en Paita, Perú, en condiciones de vida muy distintas a la que se había habituado y fallece el día 23/11/1856, víctima de la peste de difteria, incinerada y sepultada en fosa común, de manera preventiva, para evitar contagios masivos.  

José María Antúnez retornó pobre, desamparado y olvidado a su país natal para fallecer en Caracas el día 01/04/1868.

En lo que respecta a la espada rota del Libertador no se tienen referencias exactas. El único dato a la mano proviene del historiador colombiano, Carlos González Rubio, quien en su artículo “La conspiración septembrina” escrito el 25/09/1969 escribe textualmente: “Hace un año encontramos, como perdida perla, el olvidado incidente de la espada rota, cuando, en el camino de su salvación, encontró Bolívar la puerta de una casa amiga que podía ofrecerle seguro amparo; pero que, cerrada como era lo natural a esas horas de la noche, no pudo abrirla sirviéndose de la hoja de la espada a guisa de palanca, con el resultado negativo de que ésta quedó inútil al quebrarse”.

Ciudad Alianza, 23/02/2021.-

Bibliografía consultada:

ü    Obras completas de Simón Bolívar, Tomos I,  II  y III, Edición Librería Piñango, Caracas.-

ü    Bolívar y sus detractores, M. A. Osorio Jiménez, Segunda edición (1979) Librería Piñango, Caracas.-

ü    Revista de la Sociedad Bolivariana de Venezuela, Vol. XVIII, Nº 61, “La conspiración Septembrina”, Carlos González Rubio, págs. 613 623.-

ü    “Bolívar”, por Alfonso, Rumazo Gonzáles, Cuarto festival del libro venezolano, Distribuidora Continental.- 

ü    “Diario de Bucaramanga”, por Louis Perú de Lacroix.-

 Abreviaturas:

msnm = metros sobre el nivel del mar.

g          = gramos.

mm     = milímetros. 

Ø         = diámetro-

L.D.P.  = La divina Providencia.

 


[1] Por decreto de Simón Bolívar del 7 de noviembre de 1827 el batallón “Vencedores de Boyacá” se disuelve.

[2] “A pesar de su repugnancia a los auxilios de la medicina, él tenía la esperanza que yo le pondría bueno por ser su cuerpo virgen en remedios.” Cita textual de “La última enfermedad. Los últimos momentos y los funerales de Simón Bolívar, Libertador de Colombia y del Perú. Por su médico de cabecera el doctor A. P. Reverend”, pág. 33.

[3] Obras completas de Simón Bolívar, 15/12/1827, tomo II. Pág. 738.-

[4] Obras completas de Simón Bolívar, 23/11/1827, tomo II. Pág. 723.-

[5] Obras completas de Simón Bolívar, 16/11/1827, tomo II. Pág. 724.-

[6] Obras completas de Simón Bolívar, 21/12/1827, tomo II. Pág. 746.-

[7] Obras completas de Simón Bolívar, 13/01/1928, tomo II. Pág. 755.-

[8] Obras completas de Simón Bolívar, 29/11/1827, tomo II. Pág. 729.-

[9] Obras completas de Simón Bolívar, 05/11/1826, tomo II. Pág. 491.-

[10] Obras completas de Simón Bolívar, 11/12/1826, tomo II. Pág. 506.-

[11] Datos promediados del Instituto Geográfico de Weimar en 1823 y de Manuel María Paz y Felipe Pérez en 1890.-

[12] Obras completas de Simón Bolívar, 22/05/1828, tomo II. Pág. 873.-

[13] Obras completas de Simón Bolívar, 24/03/1828, tomo II. Pág. 796.-

[14] En el museo se conserva una colección de tallas arqueológicas (cultura Guane), expresiones artísticas e históricas en 6 salas.-

[15] “Diario de Bucaramanga”, día 15/05/1828, pág. 102, Louis Perú de Lacroix.-

[16] S.E. = su eminencia, en referencia al Libertador.-

[17] “Diario de Bucaramanga”, día 03/06/1828, pág. 215, Louis Perú de Lacroix.-

[18] “Diario de Bucaramanga”, día 14/05/1828, págs. 98 - 99, Louis Perú de Lacroix.-

[19] “Diario de Bucaramanga”, día 19/05/1828, pág. 126, Louis Perú de Lacroix.-

[20] “Diario de Bucaramanga”, día 18/05/1828, pág. 118, Louis Perú de Lacroix.-

[21] Diario de Bucaramanga”, día 02/05/1828, págs. 16 - 17, Louis Perú de Lacroix.-

[22] “Diario de Bucaramanga”, día 29/05/1828, pág. 180, Louis Perú de Lacroix.-

[23] “Diario de Bucaramanga”, día 09/06/1828, pág. 253 / día 26/06/1828 pág. 279, Louis Perú de Lacroix.-

[24] Revista del Centro Bolivariano del Atlántico de Barranquilla,25/09/1959, Carlos González Rubio.-

[25]Bolívar de carne y hueso”, F.H. Luque, pág. 16 / “Patología del Libertador”, J.J. Villamizar M. pág. 20.-

[26] “Bolívar”, Alfonso Rumazo Gonzáles, Pág, 272 y 274.-