LA ESPADA ROTA
DEDICATORIA
En el año jubilar de las bodas de oro del matrimonio de
Juan Pablo Sarratud Porras y Carmen Josefina Colina Petit (“Pino”)
se dedica
esta parábola a Daniel Alejandro, Gabriela Alejandra
e Isabella Alessandra,
trillizos alejandrinos y novatos universitarios
auto exilados en busca de la
cima de su futuro.
Ciudad Alianza, Febrero de 2021.
BOGOTÁ HOY (2021)
Cuando se llega en avión a la extensa llanura del altiplano
de Cundinamarca y Boyacá en el sector norte de la Cordillera latinoamericana de
los Andes se divisa sorprendentemente la inmensa ciudad de Bogotá extendida
hasta donde la vista no alcanza ver más, ocupando toda la sabana plana de la
cima de esas ramas montañosas, con una altura promedio de 2.625 msnm.
Ya en pleno centro recorriendo a pie la ciudad de la capital
colombina se confirma la modernidad de sus calles y carreras limpias y
atractivas, muchas de ellas, convertidas en amplias avenidas con inter cambiadores,
vistosos y cómodos centros comerciales, combinando toda su arquitectura moderna
con gratas construcciones coloniales al estilo español bien conservadas y
convertidas en acreditados museos para presentar facetas de la historia de lo
que fue la Gran Colombia a visitantes venidos de todo el planeta.
Bajo esta monumental arquitectura citadina corre oculto el
río San Agustín o Manzanares empotrado en todo su trayecto urbano entre las
calles sexta y séptima de la ciudad sin que los distraídos transeúntes se
percaten de que bajo sus pies corre un río. Nace entre los cerros Guadalupe y
La Peña que bordean el eje oriental de Bogotá para desembocar en el río San
Francisco, aproximadamente en la carrera 13. En la Bogotá moderna predomina el
hormigón sobre la vegetación, como ocurre con su imponente plaza Bolívar,
rodeada por edificios coloniales, sin ningún arbusto en su cuadrilátero.
BOGOTÁ AYER (1827)
Es la pequeña capital de la Gran Colombia que ocupa
escasamente el centro de la gran explanada del altiplano de Cundinamarca y está
constituida por tan solo unas 195 manzanas alrededor de la plaza mayor para
albergar una población aproximada a 20.000 personas.
El cauce del río San Agustín recorre el casco urbano de la
ciudad a la vista de los bogotanos. Es la ciudad bucólica donde la vegetación
predomina sobre el cemento. Las casas aristocráticas presentan amplio portón de
entrada y sombrío zaguán que conduce a un patio cuadrilátero con fuente de agua
al centro, rodeada de bella vegetación de flores tropicales. En los solares de
estas casas predominan vistosos árboles y caballerizas. Las riberas de los ríos
que corren por la ciudad cuentan con abundante vegetación fresca y sombría. La
periferia de la urbe está conformada por intricados bosques con caminos de
bestias. Hay tanta vegetación, que la plaza mayor se planificó intencionalmente
deforestada para darle cabida al
comercio.
SAN SIMÓN
El ambiente en toda la urde bogotana es alegre y festivo
porque se celebra el día de San Simón, día del Libertador.
En las residencias de la alta sociedad, en unas, se festeja
por la larga vida de Simón Bolívar, mientas que en otras, se conspira contra el
dictador.
En los cuarteles la diana triunfal anuncia el comienzo de un
día sin el rigor miliciano para agasajar al jefe supremo y realizar
competencias de estrategias militares, y finalmente, disfrutar comida y bebida
de gala. Las salvas de cañones al amanecer fueron prohibidas para no
despilfarrar las empobrecidas arcas públicas a consecuencia de la dura y larga
guerra por la independencia.
En los colegios, internados y hospicios se busca que la
monotonía habitual se cambie por el entusiasmo, amenidad y felicidad en el día
especial de San Simón y los internos logran tener un día distinto con rostros
alegres y despreocupados ante las abundantes bondades de grupos de vecinos
voluntarios visitantes en este exclusivo día.
En templos, capillas y oratorios las campanas repican
alegremente para llamar a la misa y te deum en acción de gracias por el
Libertador de América.
En la cantina de Don Simón, la más popular del bajo mundo de
la Candelaria, es donde mejor se celebra el día de San Simón. Se consume
abundante aguardiente, se brinda por el Presidente y Libertador de la Gran
Colombia y se le suplica al santo Simón milagros y privilegios de salud, dinero
y amor. Es el patrono de prostitutas, bandoleros y asaltantes de caminos. La
imagen del santo es venerada sobre un nicho ubicado en alto, detrás de la barra,
a la vista de todos los presentes. Es una imagen esculpida en madera, lustrosa
y brillante por su pintura al óleo, con aspecto típico del mestizo
suramericano, bigotes y patillas pobladas, sentado, vestido con traje
negro, camisa azul, corbata morada y
sombrero negro de alas cortas.
La imagen de San Simón es venerada sobre
un nicho ubicado en alto, detrás de la barra
Don Simón de linaje maya es oriundo de San Andrés de Itzapa,
pequeño y pobre poblado de Guatemala, de donde tuvo que emigrar para explorar
nuevos y mejores horizontes. Es así como se encuentra incorporado en calidad de
celador de bodegas en la flota del corsario francés Louis Michel Aury en sus
continuos asaltos y abordajes a barcos de la flota española, teniendo como
centro de operaciones las islas de Providencia, San Andrés y Santa Catalina. En
tales circunstancias conoce y se hace amigo del militar francés Jean Louis Perú
de Lacroix, destacado en las guerras napoleónicas y refugiado en aguas
caribeñas tras su exilio de Francia a la caída de Napoleón Bonaparte. Perú de
La Croix, habituado a su trayectoria
militar cercana al emperador Bonaparte, no se siente bien en el ambiente de
corsarios y filibusteros, por lo que hace contactos con Francisco de Paula
Santander para unirse a la prestigiosa campaña de Bolívar y se instala en
Tunja. Don Simón, por su parte, se instala en La Candelaria de Bogotá. Trae
consigo sus tradiciones ancestrales transmitidas de generación en generación
con influencia de sincretismo de prácticas y creencias indígenas, africanas y
cristianas. Eso sí, siempre acompañado de su inseparable imagen de San Simón.
En el estrecho recinto de la cantina el hacinamiento debido
a numerosos clientes provoca un ambiente asfixiante formado por aire pestilente
a tabaco y aguardiente de bajas calidad. En una de las pequeñas mesas, desapercibida y
adosada a la pared, charla animadamente una parejita de jóvenes que en sus
ratos libres salen a descansar del rutinario trabajo que realizan en la quinta
de Bolívar.
José María Antúnez (Maracaibo 1804 - Caracas 1864) desde niño se apasiona por el
ideal de la independencia de su país, y luego de la batalla de Mucuritas, en
pleno llano venezolano, se encuentra alistado en el batallón “Bravos de Páez”. Le toca
cruzar la cordillera de los Andes con Simón Bolívar al mando, sobrevive el duro
trayecto en el cual la mitad del contingente fallece de hambre y frío, y posteriormente, debido a la heroica actuación de dicha unidad
en la batalla de Boyacá, Bolívar le cambia el nombre al batallón con el título
de "Vencedores en Boyacá". Desde entonces Antúnez permanece muy
cercano a Bolívar, en calidad del “repostero del Libertador” ().
Por su parte, Fernanda Bolaños, (Valle del Chota, provincia de Imbabura,
Guayaquil) es la afroandinita típica, exclusiva, dulce, leal y servicial. Muy
poca información se tiene de ella. No se conocen las fechas exactas de su
nacimiento ni de su fallecimiento. El historiador Enrique Ayala, rector
de la Universidad Andina Simón Bolívar de Ecuador afirma que vivió alrededor de
100 años y murió en su tierra natal. De lo que sí se puede estar seguro, es que es
de suma confianza para servir cerca del Presidente de la Gran Colombia en
tiempos turbios, porque Manuelita Sáenz se la trajo desde Guayaquil y desde
entonces la mantiene como la “cocinera del Libertador”. El Libertador trata en
su privacidad residencial a todo el personal que lo atiende con sumo respeto y
afectividad, sin pasar por alto su autoridad en la exigencia de la perfección
de los servicios que le prestan. Por referencias de su epistolario y por
investigaciones de Gabriel García Márquez al escribir “El Libertador en su
Laberinto” es de conocimiento general que Simón Bolívar detesta y se niega a
aplicar los tratamientos para recuperarse de sus continuos quebrantos de salud
indicados por sus médicos de cabecera ();
pero sin embargo, nunca se negó a
injerir las infusiones de hierbas muy amargas preparadas por Fernanda para
aliviarle. Entonces, el Libertador, malhumorado y molesto e le decía: “Si me sigue dando estos
bebedizos, la llamaré Fernanda VII”.
TERREMOTO
DE POPAYAN (1827)
Popayán está distante de Bogotá a 583 Km al sur, en la vía
hacia Guayaquil, Ecuador, y fue el epicentro del sismo. Con un mes de retardo
es cuando el presidente de la Gran Colombia se entera e informa a su hermana María
Antonia Bolívar que “El temblor ha tenido su origen en las inmediaciones de
Popayán en el páramos de las Papas” ().
Efectivamente, el 16/11/1827 por la tarde uno de los más
fuertes terremotos de los que se tiene memoria en Bogotá sacude a toda La Gran
Colombia. Muchos edificios, iglesias, conventos y casas son destruidos. A los 7 días el Libertador envía
carta al general Pedro Briceño Méndez informándole que “el 16/11/1827 por la tarde hemos
sufrido un fuerte terremoto; de resultas de él ha quedado la ciudad desamparada
y bastante triste. Yo que por entonces me hallaba en mi quinta, no he tenido
novedad ni mi habitación ha sido dañada, como ha sucedido en la ciudad. Ninguno
de mi estado mayor ha tenido ninguna desgracia” ().
Las circunstancias de la vida permiten que las catástrofes
naturales lleven a cambiar el curso de
la historia humana. Así como el terremoto del jueves santo en la provincia de
Venezuela en 1812, entre otras muchas causas más, favorece que Venezuela recién
liberada de yugo español retorne nuevamente al dominio de la corona hispánica,
de la misma manera, el terremoto de 1827 en la Gran Colombia es el inicio de la
desintegración de la gran nación suramericana forjada bajo la espada de su
Libertador.
Aún sin recuperarse económicamente de la larga guerra por la
independencia el sismo empeora dramáticamente la coyuntura de la economía de la
joven nación. Así lo confirma el mismo presidente de La Gran Colombia cuando
escribe al general Mariano Montilla: “Días bastante tristes y aciagos para esta
capital, que está envuelta en ruinas y miserias de resultas del terremoto que
se ha extendido a lo lejos como lo verá usted por la gaceta” ().
Llega a reconocer la pobreza fiscal para el manejo de la
república cuando le escribe al señor José Fernández Madrid: “En
esta capital apenas se pagan los empleados, y en el resto de la república
sucede casi lo mismo” ()… “y aún digo con dolor, que de mal en peor: la
miseria por un lado, y los partidos, la ninguna esperanza de mejora junto con
la destrucción del terremoto por otra, forman un cuadro a la verdad bien triste”
().
Los líderes políticos no escapan del desespero ante la
situación adversa a la que se enfrenta la novel nación.
Por una parte, unos claman por el traslado de la capital a
su terruño donde son caudillos, como se evidencia en la carta escrita por el
Libertador al coronel Tomás C. Mosquera: “Aseguro a usted que lo que menos pienso es
en trasladar la capital como lo temen ustedes: si el más o menos mal que causan
los temblores hubiesen de fijar lugares capitales, mucho tiempo ha que Lisboa,
Lima, Caracas y Bogotá debieran perder las ventajas que le ha dado la naturaleza
y la localidad…” ().
Por otra parte se enfrenta desde el año anterior con líderes
político-militares que apuestan a la disolución de la Gran Colombia para
posesionarse ellos del poder en sus respectivas provincias donde solo
representan un papel secundario en sus aspiraciones de ser amos absolutos del
poder. Cuando escribe al general Francisco de P. Santander le confiesa: “Yo no
quiero, mi querido general, presidir los funerales de Colombia; por esto no desisto
de mi resolución de rechazar la presidencia y de irme de Colombia” (). Y al
general José Antonio Páez en Caracas le advierte: “Usted sabe muy bien que Guzmán no
ha ido a Lima sino a proponerme de parte
de usted la destrucción de la república” ().
LAS
VACACIONES DEL PRESIDENTE
Severos alzamientos militares se vienen presentando desde
1826. En Venezuela el general José Antonio Páez trata de separar a Venezuela de
la Gran Colombia, lo que provoca la última visita de Simón Bolívar a su tierra
natal para apaciguar la cosiata. En Cartagena de Indias el general José
Prudencio Padilla se subleva fallidamente para establecer un gobierno opuesto
al centralismo del Libertador. Las nefastas consecuencias del terremoto llevan
a un difícil gobierno populista en una nación de 2.346.282 Km² y 2 469
000 hab. ()
Todos estos inconvenientes unidos a los síntomas de una silenciosa tuberculosis
a sus 44 años de edad, conducen a
frecuentes quebrantos de salud del Presidente de la Gran Colombia que
obstaculizan el arte y el compromiso para administrar la gran nación, a tal
punto, que no descarta la intención de renunciar a su cargo de presidente como
lo manifiesta al marqués del Toro: “si la constitución que se dé en Ocaña no es
adaptable a la situación en que yo veo a Colombia, abandonaré desde luego un
gobierno que me tiene aburrido hasta el alma, y me retiraré a Venezuela a
servirle hasta donde me sea posible” ().
Bajo tales circunstancias el día 14/03/1828 el Libertador
abandona Bogotá, donde sus labores rutinarias lo mantienen aburrido, para
emprender actividades totalmente distintas a las habituales en Bucaramanga. Aunque su
orgullo personal lo oculte, busca más calor para su crónica enfermedad y orientar
a sus leales representantes en la gran convención de Ocaña convocada para definir el sistema
constitucional que regirá a la Gran Colombia en lo sucesivo y llevar una vida
más sosegada, aunque sea por pocos días.
Tras pernotar en Tunja, Paipa, Sátiva, Soatá, se le encuentra en
Bucaramanga el día 31/03/1828 redactando su primera carta, de un total de 80
cartas, escritas desde ese mismo día hasta el día 06/06/1828, cuando
escribe la última, sin tomar en cuenta cartas privadas, desconocidas e inéditas, lamentablemente extraviadas.
Magistralmente había preparado el ambiente de su cuartel general
en la población seleccionada, cuando escribió al doctor y presbítero Juan Eloy
Valenzuela Mantilla, cura párroco de Bucaramanga: “Mi querido doctor: mi edecán, el
comandante Wilson, que marcha en comisión a Ocaña, debe pasar por ese pueblo y
tiene el encargo de hacerle a usted una visita en mi nombre y ofrecerle mis recuerdos y mi consideración…” ().
El comandante Wilson selecciona la casa ubicada en la calle
37 N° 12- 15 de Bucaramanga para la estadía de su jefe y su personal privado. La
casa colonial está ubicada a escasos metros de la iglesia matriz y cuenta con
seis habitaciones que dan hacia el patio central. Adicionalmente garantiza
alojamiento en casas cercanas para el estado mayor y edecanes que le acompañan.
La vetusta edificación, conjuntamente con su mobiliario, se convierte en
testigos mudos de reuniones, conversaciones, bailes, comidas y juegos de mesa
del genio de América.
Fachada y patio central de la casa de
Bolívar conservados como museo en Bucaramanga ()
Figura descollante del séquito del Libertador en Bucaramanga
es su edecán, el coronel Luis Perú de Lacroix, destacado en las guerras napoleónicas
y refugiado en aguas caribeñas tras su exilio de Francia a la caída de Napoleón
Bonaparte. Perú de La Croix, habituado a
su trayectoria militar cercana al emperador Bonaparte, no se siente bien en el
ambiente de piratas, por lo que decide unirse a la prestigiosa campaña de
Bolívar en 1823, hasta convertirse en su leal edecán.
Ahora en Bucaramanga acompaña muy de cerca al Libertador,
quien le solicita llevar la bitácora de su permanencia en la ciudad.
La mayor y mejor habitación de la céntrica casa
bucaramaguense se le ha asignado al jefe supremo. El piso se halla cubierto con
gran alfombra, cama con mosquitero de entrada , cómoda, consolas taraceadas,
aguamanil con gran espejo, escritorio y silla tipo contador, pequeña mesa redonda
con 4 sillas, y de lo que nunca se perdía el Libertador, una ostensible hamaca
bien tejida al estilo guanés.
Mantiene
la costumbre de estar levantado ya a las 6 de la mañana, y una vez que cumple
rigurosamente con su aseo personal frente al tocador, se dirige a las
caballerizas para ver los caballos. Posteriormente retorna a su
habitación que también cumple función de despacho, dedicándose a la lectura
hasta las nueve de la mañana, cuando toma desayuno con quienes estén presentes
para el momento. El resto de la mañana se dedica a la lectura y tertulias con
sus acompañantes.
Cuando Dionisio
anuncia al Libertador que el almuerzo está servido pasa al comedor, siempre en compañía de edecanes y
visitantes. Los ágape se efectúan más o menos como Perú de Lacroix lo relata:
“A la
hora indicada llego Freire y el mismo Libertador le indico el asiento que debía
ocupar, y a su actitud su eminencia vio que efectivamente aquel oficial no
tenía trato ninguno. Sucedió durante la comida que el general Soublette dijo:
Alférez Freire pásame tal cosa; entonces el Libertador observó al general que
debía decirle Señor Oficial. Hubo otro incidente: Freire debía comer de un
plato que estaba bastante distante de él, se levantó de su asiento, y estirando
el cuerpo y los brazos, se sirvió de dicho plato en el suyo: el Libertador le
dijo entonces: “Señor oficial, no se moleste usted así en servirse cuando un
plato no está a su alcance; pida, al que lo tiene al frente, porque es menos
trabajo”. Después de la comida el Libertador me dijo: “Es bien rustico su
oficial del Estado Mayor; sin embargo; que venga todos los días a almorzar y
comer; lo desbastaremos y haremos su educación” ().
Al atardecer
Dionisio anuncia al Libertador que su cena está servida. Es mucho menos copiosa
que al mediodía y casi nunca pasa de una hora, incluyendo la conversación de
sobremesa. Al levantarse de la mesa sale acompañado por uno o más edecanes y
por su secretario privado a cabalgar o caminar por las calles y suburbios de la
ciudad o por sus alrededores, siempre vestido como paisano común, mientras que sus
acompañantes militares van uniformados.
En una de estas travesías narra Perú de Lacroix:
“Conversando
llegamos a una casita muy miserable, donde S.E. ()
quiso descansar un rato; la dueña de ella nos ofreció al momento dos asientos
que eran los únicos que tenía, uno lo brindo al general Soublette y el otro a mí,
no haciendo caso del Libertador que no conocía… yo brindé mi asiento á S.E. y
me senté en el suelo, pero entonces la mujer me trajo un esterito. Al cabo de
un instante el Libertador preguntó a la dueña de la casa si tenía mucha
familia, entonces esta le presento dos chiquitos: S.E. les dio a cada uno de
ellos un escudito de oro y un doblón de 4 pesos a la madre, que mucho se
sorprendió en ver que el peor vestido fuese tan generoso y echándose de rodillas le pidió
perdón por no haberlo reconocido” ().
Casi siempre al finalizar sus paseos a caballo o caminando,
suele dirigirse a la residencia del cura párroco de Bucaramanga para conversar antes de retirarse a su casa
de alojamiento. Son buenos amigos, aunque nunca concuerdan en los temas
planteados. El presbítero Valenzuela es un eminente biólogo que participó en la
expedición botánica iniciada en 1783, precisamente el año en el cual nacía el
Libertador en Caracas. Al llegar a la intimidad de la casa, su eminencia, el
Libertador, comenta a sus acompañantes expresiones despectivas contra el cura,
tales como “pobre chocho político que tiene el delirio que creerse un segundo Abate
Deprad”; “El cura está loco de escribir como lo ha hecho una multitud de sandez
sobre mi persona, mi modo de vivir y mi fragilidad”; “Que
espíritu falso y ridículo es el espíritu del cura”, y muchas más recopiladas
en el Diario de Bucaramanga. De todas maneras, el Libertador no encuentra en
Bucaramanga otra personalidad a su altura para entablar tan animadas tertulias.
Su faena diaria no finaliza al retornar a la casa después de
los habituales paseos y tertulias con el cura. Muchas veces el grupo selecto que
acompaña al Libertador, sediento de esparcimiento y diversión, organiza
improvisados bailes o juegos de mesa (ropilla, tresillo, monte, naipes,
parapinto a los dados) tal y como relata Perú de Lacroix:
“Volviendo del paseo S.E. me dijo que sabía que casi todas las noches,
el general Soublette, yo y otros jugábamos la ropilla en mi casa, y que deseaba
que esta misma noche se hiciese en la suya, porque tenía gana de distraerse:
así se efectuó y se tomó un cuarto compuesto del general Soublette con el
comandante Herrera y del Libertador conmigo. La partida duro hasta las once de
la noche y al separarnos S.E. nos dijo que nos aguardaba todos los días a las
siete de la noche para ropillar” ().
Sin embargo, el motivo principal del juego para el Libertador no
es la adicción al juego, ni el afán por el dinero, sino para la distracción: “S.E.
observó que era un juego fastidioso, que no ocupa bastante la imaginación; que
su movimiento es lento, y que era preciso hallarse en Bucaramanga, no saber qué
hacer para ocuparse con tal diversión” ().
En cierta ocasión, al cumplirse una de las jornadas de ropilla, el Libertador se da el
gusto de priorizar su juego de mesa, negándose de atender al cónsul de Holanda,
quien pretende ser recibido por el Presidente de la Gran Colombia, cuando le
manda a decir con su edecán que continuara su viaje a Bogotá y se entrevistara
con el Ministro de Relaciones Exteriores. Al finalizar el juego explicó a sus
sorprendidos colaboradores su atrevido desplante a un diplomático europeo: “Yo no
quiero ver aquel Bujarron; su conducta en Cartagena y en todo el Rio Magdalena
ha estado demasiado escandalosa para que
lo admita a mi presencia” ().
La otra
iniciativa para el esparcimiento y diversión en Bucaramanga es el baile
amenizado por diestros músicos y la compañía de bellas damas. La fama de la
pasión de Bolívar por el baile y su pericia al danzar el vals se conoce en
todos los territorios donde se han celebrado sus triunfos bélicos. Pero ahora
en Bucaramanga solo el día 2 de mayo “alguno de los Sres. de la casa
del Libertador han dado un baile, al que no quiso concurrir S.E. aunque estaba
de muy buen humor”…Manifestó su eminencia: “estaba ya persuadido que en esta villa
nadie falta al baile, y no estando yo allí es cierto que debe haber una alegría
más ruidosa….había sido muy aficionado al baile, pero aquella pasión se había
totalmente apagado” ().
Ya para el año 28 el Libertador está golpeado físicamente, mas no moralmente,
por la enfermedad.
“Desde que se halla en Bucaramanga, no ha
faltado un día de fiesta en ir a la Iglesia, y el cura tiene destinado a un
padrecito, muy expedito para decir la misa a que asiste S.E...”, escribe
Perú de Lacroix, y más adelante añade: “la misa es siempre muy concurrida, porque todos
quieren ver a S.E.”. Como si fuera poco, el párroco Eloy ordena
disponer en el coro de la iglesia asientos y reclinatorios privados para el Libertador
y su comitiva, de tal manera, que todo el selecto grupo pueda asistir al ritual
dominical más desahogado y con menos calor que estando en la nave central.
Muy anecdótica fue la misa en la que una viejita se desmayó
y todos los feligreses presentes desalojaron la iglesia precipitadamente
creyendo que se trataba de un temblor, igual que ocurrió con la comitiva
presidencial en el coro de la iglesia. Solo el celebrante y el Libertador se quedaron
en sus respectivas posiciones: El Padre continuando con la celebración de la
misa, y el Libertador leyendo uno de los libros de la biblioteca del párroco,
que había tomado en préstamo.
Otra curiosidad anecdótica digna de resaltar durante sus
permanencias en el templo se refiere a su postura de respeto y dignidad, como
lo relata Perú de Lacroix: “En la Iglesia se mantiene con mucha decencia
y respeto, y no permite que los que van con él se aparten de aquella regla. Un
día notó que su médico de cabecera, el Dr. Moor, estando sentado tenía una
pierna encima de la otra, y le hizo decir con un edecán que era indecente el
cruzar las piernas en la iglesia y que viera como el tenia las suyas” ().
A primeras horas del 02/06/1828 se entera el Libertador a
través del correo procedente de Ocaña que la convención fue disuelta sin
acuerdo de las partes enfrentadas, en consecuencia, adelanta sus planes de
regreso a Bogotá para sumergirse nuevamente en actividades “que le aburren el
alma hasta el punto de provocarle la renuncia”, pero que en todo caso, su
travesía de regreso sería muy lenta.
La primera pernota la hace en Pie de Cuesta, a escasas 3
leguas de Bucaramanga. En conversación privada con Perú de Lacroix manifiesta:
“Si yo creyera a los
presentimientos no iría a Bogotá, porque algo me está diciendo que allí sucederá
algún acontecimiento malo o fatal para mí… no hago caso pues de tales presentimientos; mi razón los rechaza,
cuando sobre ellos no puede mi reflexión calcular las probabilidades, o que
estas están mas bien en su contra”. El
26/06/1828 ya se encuentra en Bogotá redactando carta al general Mariano
Montilla, al tanto que Perú de Lacroix finaliza el Diario de Bucaramanga
escribiendo “nada hemos sabido del Libertador, desde su salida del Socorro para
Bogotá” ().
ATENTASO DEL 25 DE SEPTIEMBRE DE 1828
El fracaso de la convención de Ocaña lleva irremisiblemente
al Libertador retornar a sus labores con plenos poderes, y simultáneamente, a
los conspiradores intensificar sus planes de apartar al Libertador del mando
supremo.
El Libertador finaliza sus labores del día 24/09/1828 y se
retira con Manuelita Sáenz al merecido descanso en el palacio de San Carlos. Ya
en plena media noche laten los perros en el solar. Manuela al oír los latidos y
pasos apresurados en los pasillos se alarma, despierta a su amante y le
advierte que se enfrentan a una situación sospechosa de peligro. Velozmente el
Libertador cambia su indumentaria de dormir por su atavío militar aprovisionado
con una espada y pistola para esperar detrás de la puerta a los supuestos
agresores. Pero Manuela se acerca a la ventana, abre los postigos y convence al
Libertador saltar por la ventana y ella quedarse dispuesta a distraer a quienes
entren, y así, de esta manera, se hace.
Al caer en la calle el Libertador se sorprende al percatarse
que su repostero personal viene caminando por la misma calle. José María
Antúnez, una vez informado de la novedad reinante en el ambiente, se une a su
jefe para acompañarle en la grave
situación planteada, momento en el cual, se oyen los primeros disparos en medio
de la oscuridad de la noche. Antúnez conoce muy bien los aledaños de La
Candelaria, como el palmo de sus manos. Conduce sigilosamente al Libertador
hacia la vega del río San Agustín, donde tiene junto a Fernanda Bolaños un
ranchito privado para sus escapes de amoríos, pero en esta oportunidad, lo
destina para buscar refugio y resistir a posibles atacantes. En vista de que
Antúnez no carga consigo las llaves del humilde recinto, el Libertador apela al
filo de su espada para abrir forzosamente la puerta, pero lamentablemente, la
puerta no cede, la espada se quiebra y las detonaciones de armas de fuego junto
al griterío de combatientes se acercan peligrosamente. Ante tal situación
deciden sin pérdida de tiempo refugiarse bajo el puente El Carmen, atentos con
la pistola y preparados para hacerle frente al enemigo.
Desde la frialdad y oscuridad del puente escuchan la fuerte
contienda entre conspiradores y las
fuerzas leales al jefe supremo de la Gran Colombia. Así permanecen a la
expectativa, hasta cuando escuchan los gritos de “viva el Libertador” anunciando
que la confabulación ha fracasado y que el bando leal al presidente recupera el
control en la ciudad. Cuando apenas caen los primeros rayos solares del día, ya
el pueblo bogotano se ha aglomerado a las puertas del palacio de San Carlos
para recibir apoteósicamente a su Libertador. Es cuando Simón Bolívar exclama,
señalando a su amante a su lado, esta es la “Libertadora del Libertador”.
Si así como los desastres naturales, entre otras causales
más, provocaron la caída de incipientes sistemas políticos, de la misma manera,
el atentado septembrino, fue el agente, entre otras razones más, de la
destrucción física del Libertador a tan solo 45 años de edad.
Apenas ha transcurrido un mes del abominable atentado,
cuando se celebra el día de San Simón, onomástico del jefe de la Gran Colombia.
Las festividades son mejores que en años anteriores, sea para demostrar
lealtad, o para adular o como verdadero testimonio de admiración y gratitud.
Simón Bolívar celebra discretamente su onomástico junto a
Manuela Sáenz, sus edecanes, guardias y personal de servicio privado, en la
intimidad de su residencia, “quinta de Bolívar”, situada en la calle 21, cerca
del cerro de Monserrate y de la Localidad de la Candelaria. Recibe jovialmente
las felicitaciones de la sociedad bogotana sin distingos de parcialidades
políticas, sociales o religiosas. Evita mezclar lo personal con lo oficial.
Prohíbe terminantemente que no se programen actos oficiales, y que las
celebraciones particulares se financien con los propios bolsillos de los
organizadores. Para nada menciona la fecha de su natalicio y la mayoría de la
población asegura que se trata del día de nacimiento del presidente de La Gran
Colombia. Pero no. Tan solo es el día de su onomástica, porque la fecha de su
nacimiento es el 24/07/1783 en Caracas.
En el resto de la ciudad, igual que el año anterior, en
residencias de alta y baja sociedad, en cuarteles, en colegios y hospicios, en
templos y oratorios, en lugares públicos y cantinas de la urbe bogotana se
manifiesta ostensiblemente la alegría por tener vivo al presidente de la
República
En el año 28 hay una novedad resaltante en su celebración.
El padre Eloy Valenzuela, estimulado por tan gratos momentos de tertulias con
el Libertador en Bucaramanga, e impresionado ante el alevoso atentado contra su
vida, toma la iniciativa de acuñar una moneda conmemorativa en honor y apoyo a
su amigo. El 18/10/1828 aparece un aviso en el periódico de Bucaramanga firmado
por el reverendo cura que dice: “Se convoca a los amantes de la moral, de la
justicia y de la religión a formar una suscripción para grabar medallas por el
feliz desenlace de la horrible conspiración de la noche del 25 de septiembre, y
como una Providencia extraordinaria quedó salvo y triunfante S.E. el
Libertador-Presidente” ().
Tal iniciativa tiene amplia acogida a pesar de la estrechez
de la situación económica por la que atraviesa la nación. De los más altos a
los más bajos estratos de la sociedad hay repuestas inmediatas y favorables
para contribuir con la causa propuesta por el cura de Bucaramanga. El teniente
Freire sigue cercano al Libertador portando correos entre los distintos
comandos militares. Ya ha alcanzado buen nivel de refinación en la mesa del
estado mayor, gracias a las lecciones de su jefe. Así mismo ha entablado buena
amistad con Antúnez, y esporádicamente, cuando no están de guardia, se reúnen
en la cantina de don Simón. La noche que se retiran de la cantina celebrando el
resultado feliz del intento de magnicidio unos asaltantes intentan atracarlos,
pero hábilmente logran evadirlos y nuevamente Antúnez corre a su refugio en las
vegas de San Agustín. Finalmente, cuando el peligro ya ha pasado, Antúnez
regala a su amigo lo que queda de la espada de su patrón como recuerdo de la
hazaña septembrina. Cuando Freire se entera del operativo del cura de
Bucaramanga la dona para colaborar con la emisión de la medalla conmemorativa.
El 18/11/28 la Gaceta de Colombia publica una nota destacada
para dar a conocer la puesta en marcha la circulación de dicha medalla de plata
de 43,5 g de peso y 44,2 mm Ø
MEDALLA SEPTEMBRINA
El anverso de la medalla contiene el busto del Libertador
posado sobre un pedestal. El reverso en el borde superior tiene la imagen
grabada de un ojo dentro de un triángulo radiante, y debajo, se lee la
inscripción “L.D.P. salvó la vida del Libertador Simón Bolívar la noche del 25 se
septiembre de 1828”.
Las medallas logran excelente acogida y difusión dentro y
fuera de la Gran Colombia. Se conservan en muchos museos históricos, como así
mismo, en colecciones privadas, y esporádicamente en catálogos de esclarecidas
casas de subastas. El único jefe de estado que recibió en calidad de obsequio
dicha medalla fue el octavo presidente de los Estados Unidos, Andrew Jackson
(1829-1837), quien cumpliendo normas legales que impiden aceptar presentes la
cedió al Congreso de su país, en virtud de lo cual, debe conservarse en las
instalaciones del Instituto Smithsonian donde se guarda todo el material sobre
la historia política en EE UU.
La medalla del padre Eloy Valenzuela marca la cima de la
gloria del Libertador. Las consecuencias físicas de la pesadilla septembrina
señalan el inicio de la ruta del Libertador a Santa Marta.
Profesionales de la medicina como Francisco Herrera Luque y
José Joaquín Villamizar describen al Libertador en esta última etapa de su vida
como la persona de “45 años que representa 50, con brazos, muslos y piernas
descarnados, mejillas hundidas, en medio de los conflictos políticos estalla en
ira y se oculta taciturno en la soledad…” ().
Simón Bolívar fallece dos años más tarde, el 17/12/1830 en
Santa Marta, Colombia, en condiciones precarias, hasta el punto que el general
José Laurencio Silva obsequia su camisa para vestir el glorioso cadáver. En sus
últimos momentos es acompañado por los generales Mariano Montilla, José M.
Carreño y Laurencio Silva, por el auditor de guerra Dr. Manuel Pérez de
Recuero, por el coronel José de la Cruz Paredes, por los edecanes Belford Wilson
y Andrés Ibarra, por el comandante Juan Glen, por el capitán Lucas Meléndez,
por los tenientes José María Molina y
Fernando Bolívar, asistido clínicamente por su médico de cabecera, Dr. Alejandro
Próspero Reverend y atendido espiritualmente por el Obispo de Santa Marta, Dr.
José María Estévez y el cura párroco de Mamatoco, Hermenelgido Barranco ().
El presbítero doctor Eloy Valenzuela Mantilla muere
trágicamente dos años después que el Libertador, manteniéndose todavía como
párroco de Bucaramanga. En plena noche del 31/10/1832 fue apuñalado por bandoleros asaltantes a la
casa parroquial.
Louis Perú de Lacroix por su lealtad al Libertador fue
degradado de general a coronel, desterrado primero de Colombia y posteriormente
de Venezuela para retornar abatido y deprimido a su Francia natal, donde se
suicida el 17/02/1837.
Manuela Sáenz de Vergara y Aizpuru es desterrada de
Colombia, se radica definitivamente en Paita, Perú, en condiciones de vida muy
distintas a la que se había habituado y fallece el día 23/11/1856, víctima de
la peste de difteria, incinerada y sepultada en fosa común, de manera
preventiva, para evitar contagios masivos.
José María Antúnez retornó pobre, desamparado y olvidado a
su país natal para fallecer en Caracas el día 01/04/1868.
En lo que respecta a la espada rota del Libertador no se
tienen referencias exactas. El único dato a la mano proviene del historiador
colombiano, Carlos González Rubio, quien en su artículo “La conspiración
septembrina” escrito el 25/09/1969 escribe textualmente: “Hace un año encontramos, como
perdida perla, el olvidado incidente de la espada rota, cuando, en el camino de
su salvación, encontró Bolívar la puerta de una casa amiga que podía ofrecerle
seguro amparo; pero que, cerrada como era lo natural a esas horas de la noche,
no pudo abrirla sirviéndose de la hoja de la espada a guisa de palanca, con el
resultado negativo de que ésta quedó inútil al quebrarse”.
Ciudad Alianza, 23/02/2021.-
Bibliografía consultada:
ü Obras completas de Simón Bolívar, Tomos I, II y
III, Edición Librería Piñango, Caracas.-
ü Bolívar y sus detractores, M. A. Osorio Jiménez,
Segunda edición (1979) Librería Piñango, Caracas.-
ü Revista de la Sociedad Bolivariana de Venezuela, Vol.
XVIII, Nº 61, “La conspiración Septembrina”, Carlos González Rubio, págs. 613 623.-
ü “Bolívar”, por Alfonso, Rumazo Gonzáles, Cuarto
festival del libro venezolano, Distribuidora Continental.-
ü “Diario de Bucaramanga”, por Louis Perú de Lacroix.-
Abreviaturas:
msnm = metros sobre el nivel del
mar.
g = gramos.
mm = milímetros.
Ø = diámetro-
L.D.P. = La divina Providencia.