domingo, 5 de abril de 2020

POPURRÍ PAULINO A LOS AFLIGIDOS


EPISTOLA DE SAN PABLO A LOS ATRIBULADOS Y AFLIGIDOS


Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y Timoteo, el hermano, a todos los atribulados y afligidos de la Iglesia de Dios, a vosotros gracia y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo (II Cor.1, 1-2)
En mi interior tomé la decisión de no ir otra vez con tristeza donde vosotros porque si yo os entristezco ¿quién podría alegrarme sino el que se ha entristecido por mi causa? Os escribí en una gran aflicción y angustia de corazón, con muchas lágrimas, no para entristeceros, sino para que conocierais el amor desbordante que sobre todo a vosotros os tengo. (II Cor. 2, 1,2,4).
Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados. Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De modo que la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida, sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará con Jesús y nos presentará ante él juntamente con vosotros. Y todo esto, para vuestro bien a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios. Por eso no desfallecemos. Aun cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día. En efecto, la leve tribulación de un momento nos produce, sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna, a cuantos no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las cosas visibles son pasajeras, mas las invisibles son eternas (II Cor. 4, 8-18).

¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios!
Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación. Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, lo somos para el consuelo vuestro, que os hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos       (II Cor. 1, 3-6). Por lo cual os ruego no os desaniméis a causa de las tribulaciones, pues ellas son vuestra gloria (Ef. 3, 13) y estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros (Rom. 8, 18).
Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes, ¡en pie!, pues; ceñida vuestra cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza calzados los pies con “el Celo por el Evangelio de la Paz”, embrazando siempre el escudo de la Fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del maligno (Ef. 6. 13-16). El nos libró de tan mortal peligro, y nos librará; en él esperamos que nos seguirá librando (II Cor. 1,10). Tomad, también, “el yelmo de la salvación” y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos (Ef. 6. 17-18).
Confortados con toda fortaleza por el poder de su gloria, para toda constancia en el sufrimiento y paciencia; dando con alegría gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados (Col. 1, 11-14).
Vosotros mismos sabéis perfectamente que el Día del Señor ha de venir como un ladrón en la noche. Cuando digan: "paz y seguridad", entonces mismo, de repente, vendrá sobre ellos la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta; y no escaparán. Pero vosotros, hermanos, no vivís en la oscuridad, para que ese Día os sorprenda como ladrón, pues todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas. (I Tes. 5, 1-5).Pues el mismo Dios que dijo: “de las tinieblas brille la luz”, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo (II Cor. 4, 6). Así pues, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios. Pues los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan. Nosotros, por el contrario, que somos del día, seamos sobrios; “revistamos la coraza” de la fe y de la caridad, “con el yelmo  de la esperanza de salvación”. Dios no nos ha destinado para la cólera, sino para obtener la salvación por nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros, para que, velando o durmiendo, vivamos juntos con él. Por esto, confortaos mutuamente y edificaos los unos a los otros, como ya lo hacéis (I Tes. 5, 6-11).
Sabemos que si esta tienda, que es nuestra morada terrestre, se desmorona, tenemos un edificio que es de Dios: una morada eterna, no hecha por mano humana, que está en los cielos. Y así gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celeste (II Cor.5, 1-2), Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros (II Cor. 4, 6-7). Por tanto, mortificad vuestros miembros terrenos: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos y la codicia, que es una idolatría. (Col. 3, 5).

Ten presente que en los últimos días sobrevendrán momentos difíciles (II Tim. 3, 1). Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros (I Tes. 5, 17-18) para que nadie vacile en las tribulaciones (I Tes. 3, 3-4). No extingáis el Espíritu; no despreciéis las profecías; examinadlo todo y quedaos con lo bueno. “Absteneos de todo genero de mal”. Que El, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo (I Tes. 5, 19-23).
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Es firme nuestra esperanza respecto de vosotros; pues sabemos que, como sois solidarios con nosotros en los sufrimientos, así lo seréis también en la consolación (II Cor. 1, 7).Y es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió (II Cor. 1, 21). Bien sabéis vosotros, hermanos, que nuestra ida a vosotros no fue estéril, sino que, después de haber padecido sufrimientos e injurias en Filipos, como sabéis, confiados en nuestro Dios, tuvimos la valentía de predicaros el Evangelio de Dios entre frecuentes luchas (I Tes. 2, 1-2). Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras (I Tes. 4, 18). Por este motivo estoy soportando estos sufrimientos; pero no me avergüenzo, porque yo sé bien en quién tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel Día (II Tim. 1, 12). Y mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza, en Cristo Jesús (Fil. 4, 19). Obedeced a vuestros dirigentes y someteos a ellos, pues velan sobre vuestras almas como quienes han de dar cuenta de ellas, para que lo hagan con alegría y no lamentándose, cosa que no os traería ventaja alguna (Heb. 13, 16-17). Soporta las fatigas conmigo, como un buen soldado de Cristo Jesús (II Tim. 2, 3).
Que el mismo Señor nuestro Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y que nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones y los afiance en toda obra y palabra buena (II Tes. 2, 16-17).
Que El, el Señor de la paz, os conceda la paz siempre y en todos los órdenes. El Señor sea con todos vosotros (II Tes. 3, 16) y confortados con toda fortaleza por el poder de su gloria, para toda constancia en el sufrimiento y paciencia; dando con alegría (Col. 1, 11).
EPÍSTOLA PARA QUIENES SE RESPONSABILIZAN POR LOS ATRIBULADOS Y AFLIGIDOS

Pablo, apóstol de Cristo Jesús, por mandato de Dios nuestro Salvador y de Cristo Jesús nuestra esperanza, a Timoteo, verdadero hijo mío en la fe. Gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro (I Tim. 1, 1-2).
Hermanos míos amados, manteneos firmes, inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que vuestro trabajo no es vano en el Señor (I Cor. 15, 58). No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; ésos son los sacrificios que agradan a Dios (Heb. 13, 16). Poned cuidado en que nadie se vea privado de la gracia de Dios; en que “ninguna raíz amarga retoñe ni os turbe” y por ella llegue a inficionarse la comunidad (Heb. 12, 15), que practiquen el bien, que se enriquezcan de buenas obras, que den con generosidad y con liberalidad; de esta forma irán atesorando para el futuro un excelente fondo con el que podrán adquirir la vida verdadera (I Tim. 6, 18-19).
Vosotros, hermanos, no os canséis de hacer el bien (II Tes. 3, 13) sino que así como hemos sido juzgados aptos por Dios para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos, no buscando agradar a los hombres, sino a Dios que  examina  nuestros  corazones. Nunca nos presentamos, bien lo sabéis, con palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia, Dios es testigo, ni buscando gloria humana, ni de vosotros ni de nadie. Aunque pudimos imponer nuestra autoridad por ser apóstoles de Cristo, nos mostramos amables con vosotros, como una madre cuida con cariño de sus hijos (I Tes. 2, 4-7).
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No os olvidéis de la hospitalidad; gracias a ella hospedaron algunos, sin saberlo, a ángeles. Acordaos de los presos, como si estuvierais con ellos encarcelados, y de los maltratados, pensando que también vosotros tenéis un cuerpo (Heb. 13, 2-3), de forma que no os hagáis indolentes, sino más bien imitadores de aquellos que, mediante la fe y la perseverancia, heredan las promesas (Heb. 6, 12).
Te (les) ruego en favor de mi hijo, a quien engendré entre cadenas, Onésimo, que en otro tiempo te fue inútil, pero ahora muy útil para ti (uds.) y para mí. Te (os) lo devuelvo, a éste, mi propio corazón. Yo querría retenerle conmigo, para que me sirviera en tu (vuestro) lugar, en estas cadenas por el Evangelio; mas, sin consultarte (les), no he querido hacer nada, para que esta buena acción tuya (vuestra) no fuera forzada sino voluntaria (Film. 1, 10-14).
Soporta (en) las fatigas conmigo, como un buen soldado de Cristo Jesús. Nadie que se dedica a la milicia se enreda en los negocios de la vida, si quiere complacer al que le ha alistado. Y lo mismo el atleta; no recibe la corona si no ha competido según el reglamento. Y el labrador que trabaja es el primero que tiene derecho a percibir los frutos. Entiende (an) lo que quiero decirte (les), pues el Señor te (les) dará la inteligencia de todo. Acuérdate (acuérdense) de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David, según mi Evangelio; por él estoy sufriendo hasta llevar cadenas como un malhechor; pero la Palabra de Dios no está encadenada. Por esto todo lo soporto por los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación que está en Cristo Jesús con la gloria eterna. Es cierta esta afirmación: Si hemos muerto con él, también viviremos con él; si nos mantenemos firmes, también reinaremos con él; si le negamos, también él nos negará; si somos infieles, él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo (II Tim. 2, 3-13).
Tú (uds,) en cambio, pórtate (pórtense) en todo con prudencia, soporta (soporten) los sufrimientos, realiza (realicen) la función de evangelizador (es), desempeña (desempeñen) a la perfección el ministerio (II Tim. 4, 5). El fin de este mandato es la caridad que procede de un corazón limpio, de una conciencia recta y de una fe sincera (I Tim. 1, 5).
Al anciano no le reprendas (reprendan) con dureza, sino exhórtale (exhórtenle) como a un padre; a los jóvenes, como a hermanos; a los ancianas, como a madres; a las jóvenes, como a hermanas, con toda pureza. Honra (honren) a las viudas, a las que son verdaderamente viudas (I Tim. 5, 1-3).
No os dejéis alterar tan fácilmente en vuestro ánimo, ni os alarméis por alguna manifestación del Espíritu, por algunas palabras o por alguna carta presentada como nuestra, que os haga suponer que está inminente el Día del Señor (II Tes. 2, 2).

Doy gracias a aquel que me revistió de fortaleza, a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me consideró digno de confianza al colocarme en el ministerio (I Tim. 1, 12). Con este objeto rogamos en todo tiempo por vosotros: que nuestro Dios os haga dignos de la vocación y lleve a término con su poder todo vuestro deseo de hacer el bien (II Tes. 1, 11).

Que el mismo Señor nuestro Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y que nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones y los afiance en toda obra y palabra buena (II Tes. 2, 16-17).



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