El que había vivido vida de mártir merecía la muerte gloriosa del
mártir [1]
RAICES CAROREÑAS
Salvador María
Montes de Oca Montes de Oca fue el primogénito de una familia modelo en
virtudes, en valores y de profunda creencia y práctica cristiana, constituida
por Don Andrés Montes de Oca Zubillaga y Doña Rosario Montes de Oca Perera,
arraigados en Carora, capital del Municipio Torres, Estado Lara, referida por
el inolvidable poeta chileno Pablo Neruda con esta bella frase: “y si
el sol escogiese de nuevo, nacería con el nombre de Carora”. Sus
hermanos que le seguirían posteriormente fueron: Isabel, Carmen, Rafael José e
Ignacio.
Pudiera pensarse
que sus padres eran parientes cercanos, pero en realidad no fue así. Tal y como
puede apreciarse en su árbol genealógico, se puede ver, que a pesar de tener
sus padres como primer apellido Montes
de Oca, sus respectivos apellidos provinieron de distintas ramas de los Monte
de Oca caroreños. En Venezuela es frecuente encontrar apellidos repetidos en las
distintas regiones de la geografía nacional. Según el “Historial genealógico de
familias caroreñas” de Ambrosio Perera, el primer apellido Montes de Oca, proveniente
de las islas Canarias, se asentó en Carora cuando el primer Montes de Oca llegó
en 1737 a San Juan Bautista del Portillo de Carora, ciudad que había sido fundada
en 1569.
“CIUDAD LEVÍTICA”
Salvador Montes
de Oca nació el 21 de octubre de 1895. El terruño natal donde dio sus primeros
pasos ha sido calificado por el poeta y cura Carlos Borges, además, de muchos cronistas
como una “ciudad levítica” por ser cuna por encima del centenar de sacerdotes,
entre los cuales, se pueden destacar 5 obispos caroreños: 1) Mons. José Manuel Arroyo y Niño, Obispo de Guayana (1856 - 1885);
2) Mons. Salustiano Crespo Catarí, primer obispo de Calabozo (1881 – 1888); 3) Mons. Críspulo Uzcátegui Oropeza, Arzobispo
de Caracas (1885 – 1904); 4) Mons. Salvador Montes de Oca, segundo obispo de Valencia (1927 – 1934) y 5) Mons. Eduardo Herrera Riera, primer
obispo de su ciudad natal Carora (1965 – 1994) [2]. Fue
bautizado el 12/12/1895 apadrinado por el Pbro. Julio Montes de Oca y doña
Justina Zubillaga. En el año de 1901 fue ungido con el sacramento de la
confirmación de manos del Pbro. Aguedo Felipe Alvarado, y a los 12 años de edad
hizo su Primera Comunión bajo la orientación del Pbro. Carlos Zubillaga Perera.
Desde muy
temprana edad demostró especial predilección por todo lo que tiene que ver con
una vida de intima unión a Dios, producto de su estrecha relación a verdaderos baluartes
de valores, como lo fueron sus padres, su maestro Lucio Montes de Oca y su tío
sacerdote por parte de la abuela materna, Carlos Zubillaga (1880 – 1911). En
calidad de hijo mayor se prestaba disciplinada y responsablemente a ayudar a su
padre en el cuidado de rebaños de la ganadería autóctona, como así mismo, a
vender ricas empanadas, dulces caseros y demás delicias de la cocina criolla
preparadas por su mamá. Mientras el niño
Salvador cursaba sus primeros años de escolaridad en la escuela de Don Lucio
Montes de Oca, también dedicaba mucho de su tiempo libre en acompañar al tío
cura en sus actividades pastorales habituales, y fue así, como nació
tempranamente su Inclinación a la carrera sacerdotal. Su amigo de infancia,
Juan Carmona, contaba que compartió sus juegos infantiles en solares y calles
de Carora, paseos por campos silvestres por las cercanías del río Morere,
llegando a expresar en algunas ocasiones a sus acompañantes: “ojalá
me diera Dios algún día la suerte altísima de poder ser también pastor de almas”
[3].
Se hace muy
interesante acotar que en esta etapa de su infancia los sacerdotes Lisímaco
Gutiérrez Meléndez y Carlos Zubillaga Perera dejaron profundas huellas en el
carácter del pequeño Salvador, en virtud del tiempo que pasaba junto a ellos,
oyendo sus conversaciones y las arengas a los fieles parroquianos para que se
les unieran en ayudar a los más necesitados, visitas a hogares para administrar
los sacramentos a infantes en condiciones extremas. Si entre su entorno de
ejemplares adultos se hubiera sospechado que ese chico estaba llamado a
soportar la infamia humana que lo llevaría a sobrellevar profundas penas
morales, perseverar en la fe y en la esperanza hasta el grado de heroísmo, y de
vislumbrar una muerte heroica por practicar la caridad al refugiar a
perseguidos por antisemitismo o por discrepancias políticas, tal vez, se
tuvieran abundantes, interesantísimos y curiosos detalles documentados de su
infancia y de su juventud.
Efectivamente, la
influencia de estos insignes pastores sobre el pequeño Salvador Montes de Oca
se detecta en la intensa labor social de dichos sacerdotes. El Padre Gutiérrez
era párroco de la vecina población de Aregue, 10,3 Km al norte de Carora, y el
Padre Carlos Zubillaga recién terminado su doctorado en Caracas llegó a Carora.
Ambos curas congeniaron muy bien, y apoyándose en la cercanía de sus
respectivas jurisdicciones parroquiales, emprendieron una labor pastoral conjunta
en la región realmente espectacular porque
se basaba estrictamente en los lineamientos de la Encíclica Rerum Novarum,
recientemente publicada en 1891 por S.S. León XIII. A nivel mundial fue la
primera encíclica papal que invitaba a los fieles a practicar las enseñanzas
evangélicas en el campo social, convirtiéndose en punto de referencia de la
doctrina social de la Iglesia, incluyendo las encíclicas posteriores, Quadragesimo
Anno (1931) de Pío XI, Mater et Magistra (1961) de Juan XXIII, Populorum
Progressio (1967) de Pablo VI y Centesimus Annus (1991) de Juan Pablo II, quienes
la han venido actualizando a los normales cambios de la sociedad contemporánea.
En honor a la verdad, tardó tiempo para que los señalamientos de la encíclica
fueran bien asimilados y comprendidos para que calaran en el ánimo de sectores
eclesiásticos y ponerlos en práctica. Pero sorpresivamente resultó un
acontecimiento histórico en los anales venezolanos, que en pueblos tan remotos
y apartados del acontecer mundial, como Aregue y Carora, dos abnegados sacerdotes
lograran practicar un apostolado social inspirado bajo las luces de la
encíclica de León XIII, desconocida en la mayoría de la Iglesia, y más grave
aún, pastoral mal vista por muchos sectores ultraconservadores dentro de la
misma Iglesia.
Inicialmente el
Padre Gutiérrez lanzó a la luz pública en 1900 un periódico llamado “El
Amigo de los Pobres”, y sucesivamente promovió un movimiento laical
llamado “El pan de San Antonio”, todo ello, enfocado a atender
doctrinaria, espiritual, humanitaria y materialmente a los más empobrecidos de
la sociedad donde ejercía su ministerio pastoral. Cuando se le unió el Padre
Zubillaga fundaron el “Hospital San Antonio de Padua”,
asistido por voluntarias de la parroquia que se llamaban entre sí “hermanas
de la caridad” integradas a una fraternidad laica denominada “Hermanas
de San Antonio de Padua”, junto a médicos, enfermeras, farmaceutas y
comerciantes que colaboraban con la obra, bajo otra comunidad laical reconocida
bajo el nombre de “Sociedad Amigos de los pobres”. Llegaron a crear escuelas
nocturnas de obreros y la banda musical San Antonio de Padua. El P. Lisímaco
Gutiérrez continuó su labor hasta el día del llamado del Señor a su eterno descanso
ocurrido en 1919 en su tierra pastoril de Aregue. Por su parte, el clero
diocesano tuvo serio problemas con el P. Carlos Zubillaga, hasta tal punto, que
por sus votos de obediencia tuvo que trasladarse a ejercer su ministerio en la
población de Duaca. Lamentablemente las injurias y ataques contra su persona le
ocasionaron severos traumas psíquicos, específicamente el síndrome de
persecución. Estando en el campanario de su Iglesia se sintió perseguido,
corrió bajo legítimo instinto de conservación sobrepasando los muros del
campanario para caer severamente herido al pie de la torre, y tras intensos y
penosos 5 días de agonía, falleció el 29/12/1911 a los 31 años de edad,
faltando solamente 16 años para que se presentaran los acontecimientos vividos por
su monaguillo y pupilo, ya obispo de Valencia, Monseñor Salvador Montes de Oca.
SEMINARISTA
A sus 15 años de
edad (1910) el joven aspirante al sacerdocio entró al Seminario “Santo Tomás de
Aquino” de Barquisimeto ([3]). Ese
mismo año era consagrado el Pbro. Aguedo Felipe Alvarado como obispo de la
diócesis de Barquisimeto, quien demostró un celo muy especial por el fomento de
las vocaciones sacerdotales brindándole mucho apoyo al seminario y a sus
seminaristas. Con fecha 15/05/1910 el seminarista Salvador Montes de Oca
recibió la tonsura, y seis días después, las órdenes menores en la Iglesia de
San Juan Bautista.
Sorprende que
durante el primer año de ingresar al seminario haya podido avanzar tan
rápidamente en sus estudios eclesiásticos hasta tocar las puertas de entrada a
las órdenes mayores. Varios factores se conjugaron en esta situación. Desde que
Guzmán Blanco había clausurado en todo el territorio nacional el funcionamiento
de los seminarios, la Iglesia, muy sagazmente, no interrumpió la formación
espiritual y académica de los futuros sacerdotes, por el contrario, los
aspirantes continuaban estratégicamente sus estudios religiosos bajo un
estricto sistema de camuflaje en los mejores centros educativos civiles. No fue
el caso del seminarista Montes de Oca, porque al arribar Juan V. Gómez al poder,
había permitido la reapertura de los principales seminarios del país, por lo
que estos centros no contaban con todas las herramientas adecuadas para su
sostenimiento ideal académico y material. No hay referencias documentales de
esta etapa de estudiante de Montes de Oca, pero, con toda seguridad, su
precocidad juvenil, su don de la inteligencia y su ardiente vocación lo
llevaron a un rendimiento efectivo a muy corto plazo, hasta convertirse en un
seminarista destacado que no podía pasar desapercibido ante la mirada
escrutadora de sus superiores.
En muy breve
tiempo el nobel obispo Alvarado descubrió el tesoro que tenía en su seminario y
se convirtió en mentor del seminarista Salvador, y en su visita ad límina en la
ciudad de Roma (1914), lo llevó en calidad de “familiar”, logrando que
ingresara al Colegio Pio Latino donde continuaría sus estudios eclesiásticos,
donde nuevamente se destacó entre sus compañeros de estudios, otorgándosele el
título de bedel ([4])
y representante de los estudiantes en el sepelio de S.S. Pio X ([5])
(20/08/1914). Una anécdota de esta misma etapa narrada por Ana Corina Montes de
Oca Lara en sus tesis de grado consistente en un documental sobre la vida y
obra de Mons. Montes de Oca, afirma que “el Papa Benedicto X le obsequió una medalla de oro que Montes
de Oca conservaba con aprecio, pero cuando llegó a Roma una peregrinación de
embajadores de la Iglesia, no teniendo monseñor, dentro de su pobreza, ningún
tesoro que ofrendar al director de aquella embajada, se despojó del rico
presente para ofrendárselo en nombre de Dios (Álvarez, 1997, pág. 40)”
([6]).
Lamentablemente
el prometedor seminarista proveniente de la diócesis de Barquisimeto se vio en
la imperiosa necesidad de regresar a Venezuela, debido a sus graves quebrantos
de salud. Fue así como los vecinos de Cubiro y Sanare vieron por el año de 1916
a un joven seminarista flacucho, pálido, pero con rostro alegre y sonriente que
ayudaba a sus párrocos en el apostolado al aire libre, alentando y haciendo el
bien en todo un sano ambiente y reconfortante clima que contribuían al
restablecimiento de su quebrantada salud, hasta que pudo continuar sus estudios
en el Seminario Interdiocesano de Caracas “Santa Rosa de Lima”, donde recibió su tonsura y órdenes menores de manos de Mons. Antonio Ramón Silva García;
fue ordenado subdiácono (24/09/1921) en la ciudad de Barquisimeto por su obispo, y posteriormente diácono
(22/01/1922). No se tienen abundantes referencias documentales que den noticias
de la esplendorosa etapa de su vida juvenil, generalmente caracterizada por
tratarse de una etapa en la cual el ser humano transita en medio de ideales platónicos
y propósitos altruistas. Sin embargo, cuando años más tarde llegó la triste y
lamentable noticia desde Europa a los pasillos del Seminario Interdiocesano de
su heroica muerte en un paredón frente a un pelotón de verdugos nazis, el
seminarista Octavio R. Petit ([7]) escribió
una nota de condolencia en torno al seminarista Montes de Oca donde se puede
leer su semblanza de seminarista, tal vez transmitida de superiores y
profesores a sus alumnos:
“Un día nos
dieron la noticia fatal…Ha muerto trágicamente Monseñor Montes de Oca.
Venezuela entera se conmovió. En todas partes hubo lágrimas. Pero aquí en el
Seminario la pena fue mayor, el dolor más profundo y no podía ser de otra
manera. Se había trochado la vida de aquel antiguo alumno tan ilustre, tan
querido de todos.
Porque el
seminarista Montes de Oca en breve lapso de tiempo que le tocó vivir a la
sombra de estos claustros, supo perfumarlos con el aroma exquisito de sus
virtudes.
Él fue el
seminarista aplicado, fervoroso y de limpio y recto proceder. Por eso oímos sin
ninguna extrañeza que fue el sacerdote ejemplar y celoso. El obispo ilustrado y
enérgico que supo defender a costa de su misma patria los santos intereses de
Jesucristo, y más tarde, el religioso humilde y abnegado que se dio por entero
al servicio de Dios. No nos extraña ahora ver cómo sabe morir por un deber
practicando la excelsa virtud de la caridad. El que había vivido vida de mártir
merecía la muerte gloriosa del mártir. El
Seminario Interdiocesano llora su muerte, pero al mismo tiempo se siente
orgulloso de tal alumno. Nosotros, los actuales alumnos admiramos la figura
procera del antiguo seminarista, y siguiendo, uno a uno, los pasos de su
fecunda vida, encontramos en ella un modelo perfecto del Seminarista Santo, del
Sacerdote Perfecto, del Varón de Dios. Y ante este precioso hallazgo sentimos
ardor en nuestras almas, el fuego del entusiasmo por las grandezas
sacerdotales. Sacerdotes así quiere Dios. Sacerdotes así necesita la patria.
Sacerdotes así queremos ser nosotros, ayudados por la gracia de Dios! El
antiguo seminarista de la vieja casona, que en vida fue nuestro modelo, continuará
desde la patria eterna dispensándonos su protección” ([8]).
PREBÍSTERO
Finalmente
culminó el sueño de su infancia cuando el 14/05/1922 se ordenó de sacerdote en
la catedral de Barquisimeto de manos de su mentor espiritual Monseñor Aguedo
Felipe Alvarado, obispo de Barquisimeto, y cantó su primera misa en la Iglesia
San Dionisio de su ciudad natal. Asumió rápidamente responsabilidades pastorales
en las parroquias de Cubiro (municipio Jiménez) y Anzoátegui (municipio Morán)
de la diócesis de Barquisimeto, Estado Lara. Ya para 1923 fue designado
Secretario del Obispado de Barquisimeto, Capellán del Santuario de La Paz y
Director Espiritual del Seminario de Barquisimeto.
Por esta época se
presentó en Caracas una polémica y controversial disputa en la prensa escrita,
único medio de información escrita existente para aquel momento, originada por
el ministro de Instrucción Pública, Dr. Rubén González, quien se proponía eliminar
la potestad de dictar materias patrias a los maestros extranjeros. Recientemente
los presidentes andinos Castro y Gómez habían permitido la reapertura de los
seminarios y el reintegro de las órdenes religiosas al país a fin de anular las
medidas que en tal sentido había establecido Guzmán Blanco durante su mandato
presidencial, por lo que se estaba presentando un inusitado auge de instalación
de colegios privados dirigidos por órdenes de la religión católica, con
prestigiosos educadores nacidos en Europa ([1]). En
tales circunstancias el joven cura Salvador Montes de Oca salió en defensa de
sus antiguos profesores jesuitas del Seminario Interdiocesano de Santa Rosa de
Lima en Caracas, cuando publicó en Barquisimeto varios artículos en defensa de
los jesuitas implicados en los ataques contra sus destacados maestros,
escribiendo, entre otras cosas: “hago constar, para los lectores que no me
conocen, que no tengo ningún interés personal en defender la Compañía de Jesús,
pero que sí puedo hablar muy bien de ella porque la conozco profundamente”
([2]). Como
se verá luego, más tarde, en 1929, al doctor Rubén González le tocaría cruzar
su actuación con la del monseñor Salvador Montes de Oca, cuando, en calidad de
ministro del Interior, firmaría el decreto de la expulsión del territorio
venezolano al obispo de Valencia.
Estando de capellán
en el Santuario de la Paz (1925), fundó y dirigió el órgano divulgativo del
santuario bajo la denominación “Fulgores
Eucarísticos”. Con esta experiencia comunicacional, cuando cumplía sus
funciones de secretario diocesano (1927), fundó y dirigió el semanario
diocesano “El Embajador” enfocado a impartir temas de interés general.
Adicionalmente, en esta etapa, colaboró como docente en el Colegio Federal de
Barquisimeto, cuyo director era el notable jurista, también caroreño, Juan Carmona,
quien llegó a referir más tarde: “era tal el prestigio del padre Montes de
Oca, que muchas familias barquisimetanas inscribieron a sus hijas en el Colegio
Federal con la seguridad de que iban a recibir la mejor educación de la ciudad,
debido a la presencia del joven prelado en el plantel”.
EN LA LINEA DE SUCESIÓN APOSTÓLICA
Con tales
antecedentes que no le permitían pasar desapercibido ante la colectividad, el
joven sacerdote de 32 años de edad, con tan solo 5 años de ordenado sacerdote,
se vio involucrado en la terna de candidatos que se seleccionaban para cubrir
la vacante que dejaba el primer obispo de Valencia, Mons. Francisco Antonio
Granadillo, fallecido el 13/01/1927.
Estaba entonces
en plena vigencia, desde la época de la colonia y cedida posteriormente a la república de
Venezuela, la ley del patronato eclesiástico, mediante la cual, el estado
venezolano pretendía conservar los privilegios de la monarquía española en la
relaciones Iglesia – Estado. Es así, como en las jurisdicciones eclesiásticas,
los nombramientos de arzobispo y obispos, la manutención de las diócesis y
parroquias, y muchos asuntos más, se manejaban coordinada y disputadamente
entre los poderes civiles y la jerarquía eclesiástica venezolana, que solían
durar mucho tiempo entorpecediento en gran medida el normal funcionamiento del ejercicio
habitual en las prácticas espirituales de la feligresía y pastores de la
Iglesia venezolana.
Favorablemente
los enredados trámites de selección de obispos no se cumplieron totalmente en
el caso de la búsqueda del segundo obispo de Valencia, y prontamente, cuando se
le presentó al “benemérito” Juan Vicente Gómez el documento con fecha
20/05/1927 para la autorización del nombramiento del Pbro. Salvador Montes de
Oca como obispo de Valencia por parte del estado, Gómez llegó a expresar:
"pero si es un niño...", pero sin embargo, firmó. El
promedio de edad para llegar a ser obispo de la Iglesia Católica ronda por los
40 años. El Padre Montes de Oca ha sido el tercer obispo venezolano consagrado más
joven ([1]).
La polémica y
cerrada sociedad valenciana estimulada por algunos altos dignatarios
eclesiásticos de la diócesis de Valencia esperaba con sano orgullo gentilicio que
el nuevo obispo, sucesor de Monseñor Granadillo, fuera un carabobeño. Sin
embargo, imponiéndose el buen sentido y la tradicional disciplina cristiana, la
ciudad acogió el 14/10/1927 muy bien al joven prelado proveniente de
Barquisimeto, acompañado por su padre, André Montes de Oca, por su primo
Enrique Montes de Oca, y por el párroco de San Blas, Pbro. José V. Ribera,
quien había partido a Barquisimeto en representación de toda la colectividad
carabobeña para acompañarlo. La comitiva arribó a la ciudad sede del episcopado
de Valencia por la Entrada de Naguanagua,
en medio de una abundante y alegre feligresía brindándole todo el
respeto y la atención que se merecía en su misión encomendada, y muy pronto, se
ganó el cariño, la simpatía y la admiración por parte de toda la colectividad
carabobeña.
Fue consagrado el
23/10/1927 como Obispo de Valencia, en la catedral de Valencia de manos del
nuncio apostólico, Mons. Fernando Cento, acompañado en calidad de
concelebrantes por Mons. Enrique María Dubuc Moreno, Obispo de Barquisimeto, y
por Mons. Marcos Sergio Godoy, Obispo del Zulia. En vista de que la diócesis de
Valencia era sufragánea de la Arquidiócesis de Caracas, el Arzobispo de
Caracas, Mons. Felipe Rincón González, estuvo presente en el solio pontifical.
También estuvieron presentes en la ceremonia el secretario de la nunciatura,
Mons. Basilio De Sanctis y en representación del Obispo de Calabozo, Mons.
Enrique Rodríguez Álvarez, aparte de familiares, amigos personales y la
entusiasta feligresía local.
Dos días después
estaba cumpliendo 33 años, y el 30/10/1927, festividad de Cristo Rey, celebraba
su primera misa solemne pontifical en la catedral de Valencia, de paso, realizando
su primera ordenación de subdiáconos a los minoristas Luis María Padilla y
Claudio Michelena ([2]).
El 10/11/1927 publicó su primera carta pastoral “Oportet illum regnare” (“es
preciso que Cristo reine”) donde preconizaba su lema episcopal y
denunciaba el controversial tema del divorcio que más adelante le acarrearía
serios problemas. El 17/12/81927, día de duelo nacional por el aniversario del
fallecimiento del Libertador, realizó su primera ordenación sacerdotal en
Caracas, del diácono Miguel Ángel Feo Cabrera y ordenó de diáconos a los
subdiáconos Luis María Padilla y Claudio Michelena. En los primeros días de
enero presenció la inhumación del corazón de su predecesor, Mons. Francisco A.
Granadillo al pie del altar del Corazón de Jesús de la Iglesia de Aguirre.
Como se puede
apreciar, el joven obispo había entrado a ejercer sus funciones pastorales con
mucho ímpetu, entusiasmo y vigor, logrando en muy poco tiempo, realizar sus
visitas pastorales en muchas parroquias, atender y resolver diligentemente muchos
asuntos administrativos de su diócesis, lograr insertar en la diócesis dos nuevas
congregaciones religiosas (Los Pasionistas y las Siervas del Santísimo
Sacramento), y todas aquellas funciones inherentes al pontificado de una
diócesis.
María Elena
Mestas, destacada biógrafa de Mons. Montes de Oca y Profesora de la UCAB, ha
dejado fielmente descrita su corta actuación episcopal:
“Electo
en 1927 por el Congreso de la República segundo obispo de Valencia, según testimonios, su primera idea fue no aceptar
tan alta distinción por ser de espíritu contemplativo y jamás aspirar a
honores. Estuvo permanentemente atento a su entorno, a la realidad de su
feligresía, lo que le llevó a emprender numerosos y extensos viajes pastorales
hasta los poblados más distantes y rurales confiados a su pastoreo. No perdía
oportunidad para llevar hasta todos los sacramentos: bautizos, comuniones,
confirmaciones y matrimonios se efectuaban con frecuencia y no perdía ocasión
para predicar con pasión sobre el
sacramento de la reconciliación. “Comulga siempre que puedas, que la Santa
Comunión es una fuerza y un consuelo”, recomendaba a su hermana Carmen. “La oración
unida a la penitencia hace verdaderos milagros”, aconsejaba a sor San Francisco
Javier, su hermana Sierva del Santísimo Sacramento. También a ella confiaría en
una correspondencia: “El corazón encuentra consuelo perdonando. No tengo más
deseo que perdonar, ni mayor alegría que perdonar. Cuando, desde una caída, un
alma vuelve a mí, es tan grande el consuelo que me da, que casi resulta para
ella un beneficio, porque la miro con particular amor”. Cuentan testigos que
atraía muchos corazones a la devoción a la sagrada Eucaristía y dedicaba
verdadero empeño en atender él mismo a los niños cada primer viernes de mes y
también a los caballeros quienes cada vez en mayor número acudían a la buena
práctica de la Hora Santa”. ([3])
Testigos
presenciales de la ciudad valenciana que tuvieron el privilegio de verlo
recorrer las calles citadinas han testificado que en las tardes salía a
recorrer los sitios donde residían los más pobres para alentarlos y
orientarlos, llegando en muchas ocasiones a socorrer al algunos de mayor
necesidad, pero por intermedio de los niños de la casa, para que sus mamás no
se sintieran avergonzadas al quedar al descubierto de su situación precaria
bajo la cual estaban viviendo.
De los pocos
actos protocolares que le tocó participar, se le vio en la inauguración del
monumento nacional a nuestra Señora de Coromoto en Guanare el 12/04/1928, durante
el cual le tocó el honor de proclamar el discurso de orden en el acto presidido
por monseñor Henrique María Dubuc, obispo de Barquisimeto, y hacia finales del
mismo año, el 25/11/1928, estuvo presente en compañía de los ilustrísimos
señores Mons. Felipe Rincón González, Arzobispo de Caracas, quien presidía la
ceremonia, Mons. Arturo Celestino Álvarez, obispo de Calabozo, Mons. de Sanctis,
Auditor y Secretario de la Nunciatura y Mons. Fernando Cento, Nuncio Apostólico
en Venezuela, durante la coronación arquidiocesana de la patrona de la
población de San Mateo, bajo la advocación de Nuestra Señora de Belén, cuya
devoción fue promovida antes de la independencia por la familia Bolívar desde
su residencia campestre del ingenio Bolívar o de San Mateo ([4]). Igual
que ocurrió en su infancia y en su juventud, se trataba de un pastor normal,
sin llegar a grados de notoria santidad que no atrajeron a dejar escrito más
detalles de su vida consagrada a Dios. Muy pocos datos se tienen de su vida
cotidiana, de sus prácticas espirituales íntimas, a no ser, en torno a su
dirección espiritual bajo su confesor personal, como el señalado por el P. F.
Javier Duplá S.J., quien escribió: “Montes de Oca (1896-1944), figura insigne
del episcopado venezolano en tiempos de Juan Vicente Gómez, amó siempre a los
Jesuitas, se dirigió con un Jesuita hasta el fin de su vida heroica” ([5]).
En relación a la
actuación de Mons. Montes de Oca en la diócesis de Valencia, el tópico más
conocido y difundido por cronistas e historiadores ha sido su férrea oposición
al régimen dictatorial de Juan Vicente Gómez. El Obispo se preocupó desde el
principio de su pontificado no tanto al apoyar a los presos de Puerto Cabello y
Valencia en sus frecuentes y confortadoras
visitas, sino que además, asistía a sus familias en sus propios hogares
tanto desde el punto de vista moral y espiritual como desde el punto de vista
de socorro en el aspecto material cuando casos específicos así lo requerían. Relata
la gran poetisa valenciana Beatriz Mendoza Sagarzazu, esposa del también
insigne escritor Luis Pastori, que “el Obispo estaba pendiente de su familia que
había quedado como huérfana, puesto que su padre se encontraba preso en las
mazmorras de Puerto Cabello; lo mismo hacía con otras familias que sufrían la
horrible dictadura del tirano” ([6]).
La ciudad de
Valencia, igual que el resto del país, presentaba una fisonomía feliz e
indiferente frente al terrible y
vergonzoso régimen dictatorial que inspiraba terror a sus oponentes, por lo que
al dictador le era fácil subyugarlo a su antojo. Solo los “enchufados” en
cargos públicos del gobierno y su entorno, desde los niveles más sencillo hasta
los más encumbrados ministerios, apoyaban abiertamente al régimen, y no perdían
ocasión para adular rastrera y servilmente a sus jerarcas superiores en
reuniones ordinarias de trabajo, en actos públicos, o en fiestas sociales. Las
expresiones opositoras al régimen, las denuncias de maltratos de los derechos
humanos a los perseguidos políticos eran esporádicas y causaban extrañeza ante
la opinión nacional. El país era una aldea aislada del resto del mundo. La
tecnología de las comunicaciones a nivel mundial aun estaba muy atrasada sin
las mejoras logradas que hoy disfrutamos. La radiodifusión fue uno de los
primeros avances, y cuando llegó a Venezuela, cada familia, por humilde que
fuera, movía ansiosamente todos sus recursos para adquirir un radio receptor.
En 1925 la Broadcasting Central de Caracas, o AYRE lanzó por primera vez en el
país sus ondas sonoras con estridente música, infantiles slogan publicitarios y
excéntricas novelas que hacían concentrar a toda la familia y vecinos carentes del
aparato, alrededor de la radio colocada en la sala de la casa. Rápidamente le
siguieron otras emisoras, como la Radiodifusora Venezuela, compitiendo por ganar la numerosa audiencia
de toda la nación, y en 1926, la Central de Radiotelefonía comunicaba al país
con Francia por cable.
El inolvidable y admirado
escritor costumbrista don Torcuato Manzo Núñez refiere que un día un vendedor
ambulante de radios visitó al Obispo en conocimiento de que Montes de Oca no
tenía aparato de radio, y trataba de hacerle ver las ventajas de tener un
radio, como por ejemplo, “una radio lo mantendría informado de las
noticias del país y del mundo”. Montes de Oca dejó discurrir respetuosamente
al vendedor, y para cerrar el diálogo le dijo: "Señor, le agradezco su atención
en querer que yo posea un radio; pero es el caso, señor, que allí sólo se puede
oír lo que el General Gómez quiera...!". El intrépido vendedor,
insistió para no perder la ocasión de realizar su única venta de aquel día con
rebuscados argumentos y destacando las bondades de los adelantes técnicos que
se estaban viendo para el momento. El
joven e inteligente obispo volvió a esperar pacientemente, y en silencio, la
perolata de su interlocutor. Inmediatamente
que el audaz vendedor terminó su brillante exposición, respondió el joven obispo:
“Me agradaría tener un radio, pero no...
No. No quiero comprar un radio ahora. ¿Qué noticias podría yo escuchar sino las
que este Gobierno permite? Yo soy un amante de la libertad. Regrese, amigo mío,
cuando la voz de la libertad sea la que se escuche”. Esta anécdota refleja
la personalidad de alguien con criterio propio que no se deja llevar y
avasallar por modas pasajeras. Indudablemente que tenía un reservorio de
virtudes y valores propios de un santo varón que brotaban en detalles de su
vida cotidiana y que destellaban en medio de la oscuridad que invadía todo el
ambiente de Venezuela.
Durante los carnavales de 1928 la indiferencia que
reinaba y el sometimiento al que estaba sometida Venezuela manifestaron un
intento fallido orientado a desaparecer y cambiar el esquema político y social
del país a, cuando un grupo de valientes e intrépidos estudiantes de la
Universidad Central de Venezuela (UCV), organizaron un festival cultural y
recreativo, como mampara, pero en el fondo, se trataba de un plan estratégico
de protesta contra el sistema político y social reinantes ([7]).
El régimen logró rápidamente controlar el asunto y conducir a los estudiantes
al temido castillo de Puerto Cabello. Pronto el nuevo
obispo se convertiría en un personaje incómodo para el gobierno del dictador.
Entre los muchos ejemplos que podemos relatar sobre este apostolado valiente y
singular, podemos referirnos a las visitas que hizo a los universitarios presos
en el Castillo Libertador de Puerto Cabello, al final de las cuales hablaba en
tono enérgico contra la dictadura, y el día cuando soltaron a los jóvenes
presos estaba a la puerta del castillo, y en su automóvil condujo a varios de
ellos hasta Valencia, entre quienes se encontraba Andrés Eloy Blanco, quien
refirió y dio fe del suceso en la Asamblea Constituyente de 1947.
A un año de los
acontecimientos de los carnavales de 1928 cuando le tocó a monseñor Montes de
Oca brindar apoyo a los presos en Puerto Cabello, ahora, en plena semana santa
de 1929, el joven obispo de Valencia demostraba sorpresiva y valientemente sus
más profundos sentimientos de justicia y solidaridad con los presos y perseguidos
políticos, al orar en solemne y alta voz, rodeado de inmensa multitud de fieles,
que recorrían los distintos monumentos eucarísticos del jueves santo. No hay
duda de que este atrevimiento fuera desconocido por los efectivos canales de
información que llegaban a las altas esferas del régimen y se fueran sumando a
la necesidad de callarle la voz al pastor de Valencia. Tampoco se puede dudar
del fuego de caridad que emanaba de lo más profundo de su corazón.
En aquel mismo
año de 1929 finalizaba el periodo constitucional del mandato del viejo pícaro,
Gómez, y su congreso lo re eligió para otros 7 años. Pero el astuto socarrón
aspiraba retirarse a la comodidad de su vida placentera y tranquila en Maracay,
por lo que propuso a sus fieles e incondicionales diputados que nombraran al
Presidente de la Corte Federal y de Casación, doctor Juan Bautista Pérez para
ejercer la presidencia del país en calidad de “encargado”, tratando de vender
la idea ante la opinión pública de que el actual régimen no era continuista, y
fue así, como el 30/05/1629 tomó posesión Juan Bautista Pérez, pero manejado a
su antojo desde Las Delicias de Maracay como un verdadero títere.
Muy rápidamente
el novel presidente pudo visualizar el 11/08/1929 que las nubes empezaban a
ensombrecer el panorama político en Venezuela con la fallida invasión por
Cumaná del Falke – Anzoátegui, y el régimen, siguiendo instrucciones desde
Maracay, redobló las medidas de inteligencia y persecución a todo rasgo de
oposición que surgiera en cualquier lado de la geografía nacional. Desde
entonces unos fieles devotos vestidos como humildes paisanos, provenientes, la
mayoría de ellos, de las serranías andinas, popularmente conocidos como “sapos,
lecheros o chácharos”, no se perdían las misas y homilías, visitas pastorales y
demás actos públicos del osado obispo de Valencia. Estos tipos al terminar su
jornada de trabajo se dirigían al cuartel de la “Sagrada” llevando minucioso
informe a sus jefes de lo que habían oído y visto en torno al clérigo vigilado.
En cierta
ocasión, según referencias de ejemplares feligreses, estando Mons. Montes de
Oca administrando el santo sacramento de la Confirmación a un nutrido grupo de
párvulos en la Iglesia Catedral, se encontraban en las últimas filas de los
bancos cuatro chácharos, bien vestidos, igual que los familiares de los niños
de la confirmación, y afuera en la calle, estaba otro chácharo vestido de liquiliqui caqui,
sombrero negro de alas anchas, botas con polainas, armados de carabina,
peinilla, rolo y pito, oyendo cómo un mendigo se burlaba y hablaba mal del
general Santos Matute Gómez, gobernador del estado Carabobo. Este perverso
policía sonó su pito, provocando de inmediato, que un pelotón se acercara y
apresara al infortunado individuo y lo llevaran detenido a la comandancia de la
policía de Valencia ([8]), donde
fue sometido a terribles torturas para hacerlo cantar, sacarle mayor
información y obtener nombres de otros ciudadanos opositores del régimen. Fue
de esta manera como el régimen se enteró de cómo el sucio y recóndito
comportamiento del gobernador ([9]) corría
de boca en boca por todo el territorio carabobeño. Efectivamente, en todos los
corrillos, zaguanes, mercados y lugares públicos donde se encontraran, los
valencianos comentaban en voz baja, temerosos de ser oídos, que el gobernador
de turno era todo un depravado sin límites y un amancebado que avergonzaba la
imagen de la primera autoridad civil de la región. La cúpula oficialista de
Valencia empezó a pensar que el obispo era quien había dado instrucciones
precisas a sus párrocos para que le negaran el matrimonio eclesiástico al
gobernador, y al mismo tiempo, era el principal sospechoso de hacer correr por
todas partes los chismes sacados a fuerza de sangre de la boca del infeliz
indigente.
En Venezuela
siempre privaron las directrices de la Iglesia Católica para toda la aplicación
legal en lo concerniente a la unión entre parejas para formar una familia.
Desde la colonia solo se registraba el matrimonio eclesiástico sin la
existencia del matrimonio civil. Desde 1873 se estableció el matrimonio civil,
indisoluble a perpetuidad, sin eliminar el matrimonio eclesiástico que quedaba
como una opción adicional para quienes así lo desearan. Y fue en el año 1904,
fecha de reciente data desde que el Pbro. Monte de Oca fue consagrado obispo, cuando las leyes civiles aceptaron el
divorcio aplicable solamente al matrimonio civil, eliminando su indisolubilidad
perpetua. Por su parte, la Iglesia Católica nunca ha aceptado el divorcio en el
sacramento lícito y válidamente contraído. De esta manera se puede explicar que
para la sociedad venezolana, privaba una tradición muy acentuada de considerar
inapropiado y vergonzante el concubinato o amancebamiento entre parejas, y el
divorcio era muy mal visto por toda la colectividad. En vista de que el
gobernador de Carabobo recientemente se había divorciado, pretendía casarse
nuevamente con una bella dama de la aristocracia valenciana, sin ningún tipo de
impedimento para la celebración de su matrimonio civil, pero para contraer el
nuevo matrimonio eclesiástico se encontraba con un insuperable escollo, en
vista de que en las distintas parroquias a donde se había dirigido, le habían
negado rotundamente tal posibilidad, obedeciendo estrictas doctrinas
eclesiásticas donde se prohibía el matrimonio a quienes ya lo habían contraído
anteriormente, con la excepción de que alguno de los cónyuges hubiera perecido.
No es de extrañar que el gobernador asociara la primera carta pastoral del
obispo larense, “entrometido” en Valencia, con la prohibición a sus párrocos de
celebrar su matrimonio eclesiástico.
Adicionalmente al
asunto del divorcio del gobernador se sumó otro evento sumamente grave en
materia de moral, ética y buenas costumbres, que aunque no fue del dominio
público para aquel momento, sino mucho más tarde, terminó por encolerizar y
animadversar desde el estrecho círculo del gobernador carabobeño hasta alcanzar
las altas esferas políticas a nivel nacional del presidente de la República. Este
entramado conflicto atentaba contra la honra ejemplar de cualquier ciudadano, envileciendo
la imagen del gobernador, y contribuía a conspirar contra el ejercicio pastoral
de Mons. Montes de Oca. El siguiente relato fue destapado en 1974 (44 años más
tarde), por el Cardenal José Humberto Quintero, siendo Arzobispo de Caracas, y
basándose en referencias personales que le confió el propio obispo Montes de
Oca, cuando coincidieron ambos prelados en la isla de Trinidad en 1930:
"Entre
otras cosas le oí referir cuanto sigue: se le presentó cierta mañana, en el
Palacio Arzobispal de Valencia, una joven señora, en un estado de suma
turbación. Le confió que momentos antes, acompañada de su esposo, había ido a
visitar a un alto político de aquella ciudad y que habiéndola dejado sola su
marido por haber tenido que atender algo urgente, el político, primero con
insinuaciones y luego ya por la fuerza, había pretendido hacerla objeto de su
lujuria, lo que no había logrado, pues ella había luchado hasta ganar el
anteportón y la calle. Pasando ocasionalmente por la puerta del Palacio
Episcopal, se le había ocurrido entrar para referir al obispo lo que le acababa
de suceder. Monseñor Montes de Oca le indicó que se fuera a su casa, esperara
allí a su esposo y lo impusiera del hecho. Un poco más tarde, la misma señora,
en un estado de mayor turbación aún, retornó al Palacio y le dijo al obispo:
"Monseñor: ahora he comprendido las cosas: mi marido me había vendido a
ese señor; llegó a casa furioso conmigo porque le he hecho perder la posición
que ya tenía conseguida. Yo me quedo aquí: no me junto más con ese
hombre". Monseñor tuvo que brindarle asilo provisional a aquella joven y
atribulada dama, mientras llega el papá de ella, al que llamó con urgencia.
Pues bien: ese político, de cuya calidad moral podemos formarnos idea por lo
que dijeron Pío Gil, que lo señala como un traidor, y Fernando González, que lo
presenta como un corrompido, disfrutaba de influencia en el régimen que
entonces mandaba en Venezuela. Y al enterarse de que había perdido la cacería
por la intervención del obispo, maquinó venganza y se aprovechó para ello de la
publicación en esos días de la "Instrucción sobre el matrimonio" ([10]).
Ante el
bochornoso acontecimiento ilustrativamente narrado por el Cardenal Quintero en
el que se había involucrado valientemente Mons. Montes de Oca, el gobernador quedó terriblemente humillado y herido, más
por su profunda personalidad machista, que por su insaciable sed sexual frustrada
ante la noble, ejemplar y audaz dama que se había negado rotundamente ante las pretensiones
de su marido y las suyas. Cargando un cuadro con tan dolorosa herida
sentimental y tan profundo resentimiento, surgió en el gobernador un deseo
indomable de venganza, en contra de quien salvó la integridad de la bella dama al
brindarle protección y apoyo. La venganza del gobernador se puso en marcha a muy
corto plazo a través de su leal e incondicional coronel ([11]), quien
dirigía la inteligencia de la gobernación, sumamente apropiado en su macabro
plan vengativo, porque se trataba de una persona muy allegada al círculo de
aduladores de Gómez en Maracay y del Presidente Pérez en Caracas. El secretario
de este último, estrecho amigo del coronel del gobernador, se caracterizaba por
ser una persona con pronunciada animadversión anticlerical rayando hasta el
fanatismo, y frecuentemente, se reunía en recónditos lugares con el coronel
proveniente de Valencia para ir armando el negro expediente contra el joven
prelado que estaba poniendo en peligro la reputación y la seguridad del régimen.
El mismo joven
obispo, inexperto aún en oscuros manejos de la política, puso en bandeja de
plata a sus sagaces y perversos rivales la oportunidad de concretar la venganza
que buscaba el gobernador de Carabobo. A monseñor le impresionó
profundamente vivir tan cercanamente la
experiencia de hechos tan abominables ya superados en sociedades cultas en
pleno siglo XIX, que ni siquiera se le cruzaban por su mente. Aún más, como
pastor de una feligresía importante, sentía la obligación moral de orientar al
resto de sus feligreses en torno a los puntos básicos de la doctrina de la
Iglesia para contrarrestar la ignorancia existente en esta materia, sin
mencionar nunca, los detalles sucedidos. El día 04/10/1929 terminó de redactar su
"Instrucción
Pastoral sobre el Matrimonio”, al día siguiente la publicó en el diario
“El Observador de Valencia” y distribuida entre el clero diocesano para ser
leídas en todas las iglesias, y posteriormente, se trasladó a Caracas para publicarla
en el diario “La Religión” ([12])
el día 11/10/1929, donde se podían leer algunos postulados doctrinales de la
Iglesia relacionados con el asunto tan polémico como lo era entonces el
divorcio:
“entre todos los errores que van teniendo
posesión de muchos entendimientos, ninguno tan peligroso, como los que se
refieren al Santo Sacramento del
matrimonio, a sus propiedades y efectos, a los delitos que contra él pueden
cometerse. Por eso conviene recordar principalmente la doctrina relativa a este
sacramento, que es grande, como dice San Pablo: “y
los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto
respecto de Cristo y de la iglesia” ([13])…”
Lo que Dios une que no lo separe el hombre…([14])
el único matrimonio válido, entre católicos, es el
matrimonio eclesiástico. El matrimonio civil, que en algunas partes se celebra
después del eclesiástico, y en otras, como en nuestra República, antes, es una simple formalidad legal, que asegura a
los esposos los privilegios establecidos por las leyes civiles…. Esto no lo dice el Obispo
de Valencia, lo ha dicho siempre la Iglesia Universal que ha hablado en
muchísimas ocasiones por boca de los sumos Pontífices y los Obispos y Doctores
de la Iglesia…”
Como se puede apreciar en los párrafos seleccionados de la instrucción
pastoral de Mons. Montes de Oca, el autor se concretó a dar lineamientos
doctrinales, sin mencionar casos particulares, sin desconocer el matrimonio
civil, y cuando se refirió “a los delitos que contra él pueden cometerse”,
no hay duda de que el fuerte impacto que le tocó vivir en la asistencia a la
dama que pretendía ser vendida en abominable tráfico de servicios sexuales,
había perturbado profundamente sus virtuosos y santos sentimientos, y esperaba,
que casos semejantes no se siguieran presentando no solo en su diócesis sino en
el resto del país. Lo que no se imaginó nunca fue que por brindar asilo y
protección, la próxima vez que lo hiciera, sería la última.
Estando aún en Caracas Mons. Monte de Oca, ese mismo día, el presidente Juan Bautista Pérez, en reunión plena de gabinete,
firmó el decreto de expulsión del obispo fuera del país. No habían tenido
tiempo de leer la
instrucción pastoral, pero igual, les venía como anillo al dedo para tomar una
decisión aparentemente justificada, que les permitiera deshacerse del incómodo
obispo que constituía un fuerte escollo a la estabilidad del régimen y a la
libertad de realizar toda clase de fechorías sin ser criticados y expuestos al
rechazo de la opinión pública. Este gabinete ministerial se enfrentaba a tomar
una difícil decisión porque, con toda seguridad, significaría un fuerte
enfrentamiento entre la Iglesia y el Estado y ya se tenían antecedentes con las
divergencias surgidas entre el Ministro de Relaciones Interiores, doctor Rubén
González, cuando ocupaba el cargo de Ministro de Instrucción Pública (hoy de
Educación) y el Arzobispo de Caracas, Mons. Felipe Rincón González, aparte de
que este último y el “benemérito“ en
Maracay, se la llevaban muy bien, y muy probablemente, el Presidente Pérez
podría tener problemas cuando se presentara ante su jefe a rendir cuentas. Al
doctor Rubén González, en calidad de Ministro del Interior, le tocó presentar el
caso del obispo sin proponer sanción, pero otro ministro logró muy hábilmente a
que el gabinete decidiera definitivamente la expulsión del país del obispo
rebelde. El decreto emanado del Ministerio de Relaciones Interiores, con fecha
11/10/1929, redactado por el doctor Rubén González, y firmado por el Presidente
Pérez, decía textual y literalmente “se expulsa del territorio de la República al
Ilmo. Señor doctor Salvador Montes de Oca, Obispo de la Diócesis de Valencia,
quedando en consecuencia, privado de toda jurisdicción en todo el país”,
y para la justificar el decreto, se
dictaminó que el Obispo había violado su juramento de
"sostener y defender la Constitución de la República y de obedecer y
cumplir las leyes, órdenes y disposiciones del Gobierno" al desconocer el matrimonio
civil.
PATRIÓTICO EXILIO
Sin dar tiempo a que el decreto se publicara oficialmente en gaceta,
ese mismo día interceptaron en la alcabala de Los Teques a Mons. Montes de Oca,
quien regresaba en su automóvil a su ciudad de origen, Valencia. Igual como si
se tratara de cualquier delincuente perseguido, fue pasado a la Prefectura de
Caracas, donde lo mantuvieron todo el tiempo incomunicado, hasta cuando fue
trasladado al atardecer al puerto de La Guaira y montado en el vapor alemán
“Orinoco” con destino a isla de Trinidad, permitiéndole llevar únicamente el pasaporte
elaborado precipitadamente, el boleto de viaje, el pequeño equipaje que llevaba
consigo y su pequeño e inseparable breviario ([1]).
Este día comenzó la agonía y sufrimiento del valiente prelado que
alcanzarían niveles de heroicidad y que se reflejaban en su rostro a tal punto,
que cierto general, presente en el operativo, con sanos sentimientos de
compasión y sin que fuera descubierto ante la mirada escrutadora de quienes
estaban presentes, le ofreció 4.000 bolívares que llevaba consigo. Montes de
Oca instintiva e inicialmente los rechazó hasta que el oficial lo convenció
bajo el firme juramento de que solo lo hacía por amistad, por admiración y
respeto a su persona y a la causa que defendía. También se conoce la siguiente
anécdota durante su triste travesía al exilio: se encontraba aún en su camarote
sin poderse comunicar con el resto de los pasajeros, cuando le fue advertido
que un funcionario del gobierno le vendría visitar. Sin mucho pensarlo, tomó
posesión del único asiento disponible en la estrecha habitación para obligar a
que el visitante permaneciera de pie frente a él, protegiendo su dignidad
atropellada salvajemente. El funcionario sin mucho protocolo fue directamente
al grano y le expresó: “Monseñor le ofrezco este
presente que le envía el general Gómez para que pueda vivir holgadamente en el
exilio”. A lo que el digno obispo con voz
altiva y acento de grandeza y de dignidad, le respondió: “Señor, diga usted a su jefe que
un Príncipe de la Iglesia no debe ni puede aceptar limosnas de sus
perseguidores”.
Casualmente viajaba en el mismo vapor el brillante artista sevillano,
Antonio Rodríguez de Villar, quien trabajaba para esa misma época en la pieza
escultórica conocida en el ambiente artístico como el “Altar de la Patria”, ubicada al oeste, detrás del Arco de Triunfo
en el glorioso Campo de Carabobo, que sería inaugurada el 17 de diciembre de
1930 con motivo del primer centenario del fallecimiento del Libertador Simón
Bolívar. Como es natural, un artista de talla internacional, con amplia
cultura, y un ilustre obispo caribeño, de inmediato congeniaron en sus hábitos
y cultura, entablando sincera amistad, y con toda seguridad, las amenas
conversaciones que mantuvieron durante la travesía produjeron un efectivo
bálsamo en las profundas heridas que llevaba el maltratado prelado.
El intrépido
pastor, obligado al exilio en contra de su voluntad, pisó tierra en la isla de
Trinidad, estratégicamente convertida a través de la historia en bastión de
refugio para valientes líderes provenientes de tierra firme venezolana en
espera de mejores tiempos del retorno a la patria. A las pocas horas escribía
al representante del Papa en Venezuela, Mons. Fernando Cento: “en el
barco los pasajeros que por la prensa de Caracas supieron mi expulsión tan
violenta como injusta, me rodearon de cariño, pusieron bálsamo en mis heridas
recién abiertas, y hasta hicieron una colecta para remediar mi pobreza”
([2]).
Dos reconocidas
personalidades se cruzaron con Mons. Montes de Oca en la isla de Trinidad. Una
de ellas fue el mismo e insigne escultor español, Antonio Rodríguez del Villar,
quien lo venía acompañando en calidad de pasajero en mismo vapor, y tras pasar
unos días más en la isla, mantuvieron la amistad y la comunicación hasta cuando
prosiguió su viaje a Europa.
La otra
personalidad que casualmente se cruzó con Montes de Oca fue el neo sacerdote,
José Humberto Quintero, quien se dirigía a Roma para agregar a su brillante
carrera eclesiástica la especialidad de derecho canónico. Más tarde se
convertiría en el primer cardenal venezolano (1951) por consistorio de S.S. San
Juan XXIII, y como tal, escribió “Para la Historia, la expulsión de un obispo”,
en referencia al caso de Mons. Montes de Oca.
No faltaron
líderes de la oposición al régimen, que aprovechando la estratégica cercanía de
la isla, lo invitaran a participar con sus planes de acabar la tiranía que
sometía al país, pero el insigne obispo les declaraba firmemente su posición: “yo
como obispo no participo en conspiraciones contra el gobierno, por más, que
como venezolano, deseara ardientemente el derrocamiento de la dictadura
gomecista”.
Más importante,
por encima de las circunstancias temporales que vivía, el insigne prelado
expulsado de su país, estaban las ganas y el ardoroso deseo de su misión
pastoral, como se demuestra cuando él mismo escribió: “mientras tanto pienso trabajar aquí con los
católicos de la lengua española, (unos cuatro mil) les diré misa, les
predicaré, los confesaré, les haré la Hora Santa: seré el misionero de mis
compatriotas en Trinidad, ya que no puedo serlo en Valencia” ([3]).
Como también se dispuso a atender los asuntos ordinarios de su querida diócesis
de Valencia, cuando expresó en la misma carta: “escribo hoy mismo a mi Vicario
General dándole instrucciones sobre el gobierno de mi Diócesis a pesar de que
digan las potestades de la tierra que no tengo ya ninguna jurisdicción en ella".
Y fue así como llevó a cabo múltiples actuaciones, tales como otorgamiento de
letras ministeriales a sus sacerdotes diocesanos, concesión de permiso de culto
público de la imagen de N.S. de la Concordia, y otros compromisos jerárquicos
adicionales. Por su parte, el Arzobispo de Caracas realizó las ordenaciones
sagradas que requerían los postulados incardinados en la diócesis de Valencia.
En su corta pero intensa estadía en Puerto España, capital de Trinidad y Tobago,
fue cobijado hospitalariamente en la
casa de la familia Skinner Montes de Oca, quienes eran parientes suyos, autoexiliadlos
en la isla, provenientes de Maracaibo, porque también se oponían al oprobioso
régimen dictatorial imperante en Venezuela ([4]).
El gobierno de
turno veía con suma preocupación la cercanía a tierra firme venezolana de una
figura con personalidad férrea e indomable, difícil de controlar. Se hacía
necesario hacer alejar a Mons. Montes de Oca del territorio venezolano e
impedir que su firme posición influyera en el devenir político reinante. Fue
así, como funcionarios del alto gobierno de Juan Bautista Pérez entraron en
conversaciones con la nunciatura para lograr el cometido de alejarlo de tierras
venezolanas. Efectivamente, la Santa Sede convocó al obispo a una entrevista
con S.S. Pio XI, a fin de discutir personalmente la situación incómoda que se
había producido y que atentaba contra las buenas relaciones del estado del
Vaticano con un país latinoamericano. Monseñor Montes de Oca, obedientemente,
se dirigió a la ciudad eterna donde fue recibido en audiencia privada por el
Papa. Refirió más tarde el obispo “que
Pío XI lo recibió y le incriminó con severidad su comportamiento y la
delicada situación que le había creado a la Santa Sede y como él tratara de
justificarse y ofrecerle al Santo Padre, su propia versión de los hechos, el
papa golpeó con el puño el escritorio y dijo: basta, dando por terminada la
audiencia” ([5]).
Salvador Montes de Oca se retiró más bien triste y afligido con mayores penas
de las que venía padeciendo, con una puñalada clavada en su herido corazón,
pero con un espíritu grande y estoico, dispuesto a seguir luchando hasta que
las pruebas a las que estaba siendo sometido terminaran definitivamente. De
esta manera, regresó a la isla de Trinidad, su lugar destinado para seguir
luchando por sus ideales, con espíritu de de fe y confianza, sin renunciar a la
pruebas a las cuales estaba siendo sometido.
Mientras tanto,
tanto en todo el eje central de la República desde Caracas, pasando por
Maracay, hasta Valencia, se desató una socarrona guerra entre dignatarios
eclesiásticos y altos funcionarios gubernamentales con dimes y diretes en busca
de solucionar el conflicto que no se veía desde la época de Guzmán Blanco ([6]).
La primera
reacción por parte del poder eclesiástico provino al siguiente día de la expulsión
mediante una carta de la nunciatura apostólica ([7]) dirigida
al Ministro de Relaciones Exteriores Pedro Itriago Chacín, en la cual se expresaba
enérgicamente la protesta ante la decisión adoptada por el estado venezolano, firmada
por el nuncio acreditado en Venezuela,
Mons. Fernando Cento ([8]). La
pronta repuesta y el sitio de procedencia de dicho documento convirtieron un
conflicto local en conflicto internacional. A los siguientes días los obispos
de todo el país se reunieron en Caracas para redactar otra carta de protesta,
esta vez, dirigida al Ministro de Relaciones Interiores, doctor Rubén González.
Ambos ministros respondieron con muy poca afabilidad y mucha aspereza ratificando
los argumentos que justificaban según ellos la expulsión del obispo de Valencia
y afincándose aún más en la medida adoptada. La reacción en cadena del sector
eclesiástico se mantuvo con nuevas cartas al Congreso, al benemérito en
Maracay, y con escritos de opinión a través de medios de comunicación, tales
como La Religión, la revista “I.R.I.S” y el boletín de la curia valenciana “La
Verdad”.
El ánimo por
parte del oficialismo denotaba una actitud prepotente que no denotaba intención
de ceder ante las presiones porque se prestaría a una interpretación ante la
opinión pública y ante el jefe de Maracay como de debilidad por parte del
equipo gubernamental.
Por la otra
parte, en el ánimo clerical predominaba el propósito de enmendar la tímida
posición que se había mantenido hasta ese momento ante los abusos y tropelías
del régimen, que contrastaban impresionantemente ante la valiente actuación de
un joven obispo procedente de la olvidada provincia. A través del Centro de
Investigación de la Comunicación de la UCAB (Universidad Católica Andrés Bello)
se tiene conocimiento de un artículo de opinión en la prensa de la época en la
que Rómulo Betancourt describía la sumisa y conformista posición del clero ante
régimen tan oprobioso: “los Te Deum del día de la Paz, fecha clásica
de la rehabilitación, no se terminaron, ni dejaron tampoco de hacer los
sacerdotes elogios velados del régimen en púlpitos y confesionarios, en
sermones y prédicas, ni los Rincón González, Carlos Borges, Aranaga y compañía
se abstuvieron de celebrar oficios religiosos en los santuarios privados de las
concubinas de los Gómez”. A toda esta situación la generación de relevo
clerical empezaba a despertar y enmendar una actitud pasiva ante los atropellos
y desorden de vida de altos jerarcas, emulados por la valiente posición del
novel obispo. Todavía persistían en las mentes clericales las imágenes de 4
curitas, Pbro. Fránquiz, Pbro. Ramírez, Pbro. Monteverde y Pbro. Mendoza,
quienes padecieron durante mucho tiempo la
detestable prisión y dolorosas torturas en las cárceles del régimen,
ante un silencio cobarde y vergonzoso de los venezolanos. El caso más notable
fue el padre Fránquiz, quien una vez liberado en cierta ocasión, ante la
inminencia de sufrir nuevo arresto por mantener sus ideales de libertad y por
denunciar los atropellos a los derechos humanos, planificó salir
clandestinamente del país, pero sorpresivamente fue descubierto y vuelto a
apresar cuando pretendía subir a un vapor en la Guaira. Fue devuelto a Caracas,
a pie, en alpargatas, con una soga al cuello, por “el camino de los españoles”,
y el 16/12/1917 murió envenenado en la Rotunda. Había llegado la hora de acabar
con el cómplice silencio reinante.
Fue de esta
manera que surgió la segunda reacción del sector eclesiástico para tratar de
echar para atrás la severa e injusta medida de extradición, acordaron
conjuntamente el nuncio y el Arzobispo de Caracas una estrategia bien planificada,
pero que finalmente no daría el resultado esperado. Le tocó a Mons. Rincón
reunirse con el gobernador del Distrito Federal para garantizar que las
autoridades civiles derogaran el decreto de expulsión como contraparte de que
el obispo sancionado reconociera públicamente su falta, y el Arzobispo regresó
alegre y animado porque su misión había sido lograda. Por su parte, Mons.
Cento, con grandes esperanzas de lograr destacada victoria en su carrera
diplomática, envió un emisario de confianza a la isla de Trinidad con una carta
redactada elegantemente donde Mons. Montes de Oca se retractaba de todo aquello
que había provocado su extradición. Al finalizar la lectura de la carta que no
había sido redactada por él, Mons. Montes de Oca devolvió la carta al
representante de la nunciatura diciendo las siguientes palabras: “no
puedo retractarme de una doctrina, que es doctrina de la Iglesia y si ese es el
precio que tendré que pagar por mi regreso a Venezuela, prefiero continuar en
el exilio” ([9]).
El emisario de
Mons. Cento regresó a Caracas consternado y preocupado ante la reacción de su
jefe que no había contado con una personalidad tan férrea, fuera de lo común.
En efecto, Mons. Cento, al ser informado del resultado de su misión
diplomática, se puso las palmas de ambas manos en la cabeza y exclamando: “questo
obispo, va a arruinar mi carriera diplomática” (“este obispo va a arruinar mi
carrera diplomática” [10]).
Sin embargo, el
interés por este asunto, tanto en círculos de la jerarquía eclesiástica como en
la opinión pública, frente a la proximidad de las fiestas navideñas, se
apaciguó y se echó al olvido, al menos transitoriamente. Mientras tanto, la
administración de la diócesis de Valencia no se interrumpió porque todo aquello
que podía hacer Mons. Montes de Oca sin moverse de la isla, tales como expedir
letras ministeriales y discesoriales, decretos ordinarios del manejo diocesano,
lo hizo discreta y responsablemente desde su residencia de exilio, al tanto,
que aquellas funciones que requerían la presencia física del obispo, las
realizó el Arzobispo de Caracas, tanto en Valencia como en Caracas, consistente
más que nada en la imposición de las manos a los candidatos que aspiraban a
diferentes grados de su ordenación sacerdotal ([11]).
No fue, sino
hasta comienzos del año de 1930, cuando surgió nuevamente en la palestra
pública el polémico caso del obispo desterrado en Trinidad, más que nada, bajo
los valiosos testimonios de sencillos y desconocidos laicos de la diócesis
valenciana. El día 28/01/1930 el centro de damas católicas de Valencia,
institución que él mismo había fundado anteriormente, organizaron
meticulosamente la elaboración de un “ramillete espiritual” ([12]) para
hacérselo llegar por medio del Vicario General de la diócesis, Pbro. Mons.
Antonio Cubas. Por otra parte, la feligresía de base presionaba a los párrocos
desplegados por toda la diócesis con preguntas acerca del momento del regreso
de su pastor, y los párrocos elevaban a sus superiores la presión que les
estaba llegando, lo que provocó una posición incómoda al colegio episcopal ante
sus propios fieles y ante la opinión internacional de la Santa Sede y algunos
otros obispos, quienes los calificaba de ser sumamente indulgentes ante la
medida exagerada por parte del estado venezolano al expulsar al obispo de Valencia.
Para contrarrestar esta incómoda situación, el episcopado pleno, en sintonía
con el arzobispo de Caracas, decidió adoptar algunas gestiones que indujeran a la
matriz de opinión pública a pensar que la conferencia episcopal abogaba por la
derogación de la expulsión del obispo. Fue así como el 04/03/1930 el episcopado pleno dirigió un
documento breve y explícito al benemérito en Maracay, evadiendo los canales regulares, donde se
exigía formalmente al ejecutivo nacional la derogación del decreto de la expulsión
del obispo desterrado.
El socarrón de
Gómez que estaba plenamente al tanto del acontecer tanto a nivel nacional como
de su entorno, les reclamó a sus lacayos de Caracas que solucionaran
definitivamente el conflicto porque le estaban perturbando la tranquilidad de
su retiro provisional. La respuesta del presidente Pérez, conjuntamente con su
gabinete, fue la más extrema, obedeciendo más a la ira que al sano juicio, al
proponer la expulsión de todos los obispos, justificada bajo el pueril
argumento de que el episcopado era subversivo e intentaba tumbar al gobierno de
turno. El cardenal Quintero dejó reseñado el siguiente coloquio en la sala
recepcional de la residencia vacacional de Gómez en la ciudad de Maracay,
cuando los políticos provenientes de la capital
Informaban a su
incondicional jefe sobre la materia.
“¡General,
los Obispos se han alzando!”.
Sereno y
tranquilo, por dentro, pero fingiendo suma alarma, por fuera, les respondió el
sagaz andino:
“Y
¿dónde están para salir a combatirlos?”.
A lo que sus
intelectuales subalternos respondieron:
“No es
con armas, es con publicaciones irrespetuosas contra el Gobierno”. Gómez
les argumentó de inmediato:
“¡Ah!
¿Entonces es con las leyes?, pues entonces los pelean ustedes, que son los que
pelean con las leyes. Dejen quietos a los curas y no se metan más con ellos. No
como carne de cura porque la carne de cura atraganta”, e hizo hincapié,
advirtiéndoles que no quería más expulsiones ([13]).
Ante tan crítica
situación, el arzobispo de Caracas, Mons. Rincón González, amigo personal de
Gómez, se dirigió a Maracay a hablar con su compadre Juan Vicente Gómez para
tratar de que la infundada hipótesis de expulsión de todos los obispos no se
convirtiera en triste realidad. El socarrón y listo Gómez le llegó a decir al
Arzobispo en algún momento de la reunión: "Padre Rincón: cuando uno va a
salir y ve que el tiempo está malo, saca su paraguas y espera y si llueve, lo
abre y no se moja" ([14]).
Entones el Arzobispo de Caracas regresó a su ciudad de origen, tranquilo y despreocupado,
porque interpretaba tales palabras o que no tomarían las medidas que angustiaban
a los obispos, o bien, por el contrario, que en caso de que así fuera adoptado,
él, personalmente, no quedaría incluido en la medida.
A fin de reforzar
a la gestión personal del Arzobispo de Caracas, Mons. Cento también se fue
corriendo a Maracay, donde en realidad se tomaban todas las medidas en
Venezuela, a fin de manifestarle al general Gómez acerca de las bondades y
ventajas del matrimonio eclesiástico, tratando de hacerle ver que la pastoral
del Mons. Montes de Oca no tenía nada que ver con alusión personal al jefe del
estado, sino por el contrario, que enseñaba a todos sus fieles la doctrina de
la Iglesia en torno a la materia. De paso, le insinuó al viejo jefe, quien
contaba con fama, muy bien ganada, de mujeriego y de tener hijos regados por
todas partes, la necesidad de que un jefe de estado, como lo era él, se casara
por el civil y la iglesia para dar ejemplo a todos los ciudadanos de un padre
de familia modelo. Gómez le respondió inmediatamente: “Ajá: dígame una cosa Monseñor: si
el Matrimonio es tan bueno como usted me está diciendo, ¿por qué no se casan
Usted y Su Santidad El Papa…?”. El nuncio no le quedó más que reírse de
la salida de hábil general, y frotándose las manos, expresaba en su cómodo
vehículo: “beh, questo è la mia carriera diplomática”, es decir, “qué bien va mi carrera diplomática” ([15]).
El choque entre
el poder civil y el poder eclesiástico que impactaba notoriamente a una
sociedad acostumbrada a la tranquilidad cotidiana se mantuvo exactamente igual
por todo el resto del año 1930, por una parte, con monseñor extraditado en la
isla, en casa de unos parientes, y por la otra parte, con el episcopado
resignado y en espera de mejores tiempos que permitieran el ansiado regreso del
pastor. Tan solo algunos intrascendentes intentos para limar las diferencias
entre el Estado y la Iglesia se registraron en los anales que reseñaron la
incómoda controversia, pero que nunca llegaron al ámbito público debido a la
censura impuesta por el régimen.
Por su parte, Mons.
Montes de Oca siguió atendiendo responsablemente a distancia sus obligaciones
pastorales que no requerían su presencia física, pero no quedó rastro documentado
de su diario quehacer, sus misas, sus pasos, su rezo del breviario, en fin,
nada.
El año de 1930
coincidió con el primer centenario del fallecimiento de Libertador Simón
Bolívar, y Juan Vicente Gómez no se podía perder la oportunidad de brillar ante
la opinión pública e internacional a expensas de los estelares rayos del
insigne héroe americano. Aunque legal y formalmente, no ejercía el poder de la
presidencia de la República, dedicó todo el tiempo y destinó todos los recursos
para los preparativos de la conmemoración de tan magna fecha luctuosa, y
presidió todos los actos conmemorativos en calidad de General Comandante en Jefe del
Ejército de Venezuela. El caso del destierro de Monseñor Montes de Oca quedaba,
de esta manera, olvidado y relegado a un segundo plano.
Seguidamente,
a inicios de 1931, esta cúpula servil e incompetente, a pesar de su reconocida
condición intelectual, se sintió incapaz de resolver el conflicto encomendado
por las órdenes de su superior, viéndose en la obligación de solicitar al
soberano congreso, que por aclamación, se solicitara al benemérito general en jefe,
Juan Vicente Gómez, que volviera a ser Presidente Constitucional de la
República. Mientras el congreso deliberaba sobre el asunto, el general Gómez
cavilaba en su interior, la conveniencia de retornar triunfante y aclamado al
poder, con la posibilidad de atribuirse a sí mismo el crédito de la solución
del conflicto. Por la contraparte, ya a mediados de 1931, se tienen noticias,
gracias a relatos del Padre Maina S.J., director espiritual del Colegio Pio
Latino de Roma, que Mons. Montes de Oca se había trasladado en atención a
asuntos personales desde su residencia temporal en la isla de Trinidad a Roma,
aprovechando la oportunidad para visitar a sus seminaristas diocesanos que
tenía formándose en la ciudad eterna, entre quienes estaban Ricardo Mandry
Galíndez y Luis Eduardo Henríquez.
VUELTA A LA PATRIA
El 07/07/1931
prestaba Juan Vicente Gómez su último juramento ante el congreso de la
República, y casi de inmediato en menos de un mes, el 03/08/1931, suspendió el
famoso decreto emitido por el gobierno anterior al suyo, mediante el cual,
Mons. Montes de Oca permanecía en el destierro. Al conocerse la noticia en
Valencia, al siguiente día, repicaron las campanas de todos los templos de la
ciudad, mientras en horas matutinas, se celebraba en la catedral el Te Deum en
acción de gracias. El repudio general contra el expresidente Juan Bautista
Pérez, y su ministro del Interior, Rubén González no se hizo esperar, como
tampoco, las manifestaciones de apoyo, la complacencia y aprobación hacia la
figura del presidente reelecto y de regreso al poder tras unas cortas
vacaciones. No puede quedar de incógnito la extrema sagacidad del viejo
mandatario al crear una matriz de opinión pública basada en el hecho fehaciente
de la eficacia de su persona frente a la ineptitud de sus colaboradores
intelectuales y académicos que le rodeaban. Fueron ellos quienes expulsaron al
obispo y fue el benemérito quien lo retornó al país. En diciembre de ese mismo
año emitió un decreto, mediante el cual se cancelaba totalmente la deuda de la
República, proveniente desde la independencia, aumentada durante las
revoluciones posteriores y conflictiva durante el mandato de su predecesor
Castro, todo lo cual, pudiera haberse hecho el año anterior, 1830, centenario
de la muerte del Libertador, pero no, tenía que corresponderle a su persona dos
hitos históricos del país en el ámbito religioso y en el económico ([1]).
A no ser por los
trámites burocráticos característicos de repúblicas aldeanas, las ansias del
joven y activo obispo por regresar a su país, le hubieran permitido regresar el
mismo día del revocatorio de su expulsión. Mons. Montes de Oca recogió sus
papeles y pertenencias para embarcarse en el primer vapor disponible con
destino a la Guaira. Por supuesto, ya se habían apostado en las cercanías del
puerto numerosos feligreses para rendirle tributo de bienvenida. El secretario
de la nunciatura, monseñor De Sanctis, fue el primero en subir a bordo para
saludarle, darle la bienvenida y acompañarle a arribar tierra venezolana.
Llevaba consigo un telegrama ya previamente redactado donde le agradecía
personalmente al general Gómez su brillante actuación para terminar con su
destierro. El indomable obispo se negó a firmarlo. Los sacerdotes que habían
subido posteriormente a recibirle, le recomendaron que lo firmara para evitar
reacciones inoportunas de parte del jefe supremo, pero finalmente, entre todos,
se resolvió que el obispo redactara de su puño y letra, una misiva que agradara
al señor presidente, sin renunciar a los sentimientos de rechazo por lo que se
había hecho injustamente. Y monseñor escribió: "Creen tal vez mis expulsadores
que con el atentado abominable han cerrado mis labios de predicador de la moral
y han roto mi pluma de defensor de los grandes principios de nuestra sacrosanta
religión" ([2]). No se
sabe si esta esquela llegó o no a manos del benemérito. Lo más probable es que
sí, porque en el país, hasta la palabra más tenue pronunciada en cualquier
sitio por privado que fuera, llegaba a oídos de Gómez a través de sus sapos.
Pero tampoco vinieron temidas represalias. Lo que sí es cierto y se llegó a
saber públicamente por haber quedado escrito, es que se trataba de un obispo
fuera de serie, de carácter indomable, y que el secretario de la nunciatura,
monseñor Basilio De Sanctis, quedó sumamente disgustado ante la tenaz postura
del obispo.
Al descender por
la escalerilla del barco, lo primero que hizo Mons. Montes de Oca fue
arrodillarse y besar el piso, para de inmediato, seguir camino a su nueva
patria chica carabobeña. Ya en la ciudad capital carabobeña se dirigió a la
catedral el día 15/10/1931, donde la feligresía se había congregado para
esperarlo y recibirlo con la alegría por el acontecimiento de su retorno tan
esperado ansiosamente por todos. Comenta el historiador de la Diócesis de Valencia,
Torcuato Manzo Núñez, que Mons. Montes de Oca “al penetrar al templo ocurrió
algo inusitado: fue recibido con un estruendoso aplauso y vítores que nunca se
habían oido dentro de aquellos vetustos muros...fue entonado un solemne Te
Deum. Y clausuró el Obispo con un discurso espontáneo, elocuente, piadosísimo,
muy propio de su indiscutible y acrisolada piedad” ([3]). Cuando
estuvo sobre el púlpito las primeras palabras que pronunció fueron las
siguientes: "Como decíamos ayer, lo mismo que dije en la pastoral, condenando el
matrimonio de divorciados, por la cual fui expulsado, lo vuelvo a decir ahora”
([4])…
En la primera fila de la bancada, presidiendo la numerosa asistencia de
triunfante recibimiento del pastor, estaba el doctor Diego Arcay, secretario
general encargado de la gobernación. Con toda seguridad, tales palabras
llegarían a oídos del gobernador de Carabobo y del benemérito en Maracay, sin
consecuencias de nuevas represalias por parte del gobierno civil, pero con
peores y oscuras represalias procedentes de su entorno íntimo en el gobierno
eclesiástico de su diócesis de Valencia.
Apoyado en su
fuerte vigor natural, a sus 35 años de edad, y acrisolado espiritualmente por
la tormenta del exilio, tomó nuevamente las riendas de su diócesis con nuevos
bríos, sin la malicia de vislumbrar que en torno a su persona se desarrollaba
una nueva y contundente maniobra para separarlo definitivamente de su grey. Entre
principios de 1932 y principios de 1934 recorrió numerosas poblaciones
pertenecientes a la jurisdicción eclesiástica de la diócesis de Valencia:
Naguanagua, Puerto Cabello, Guacara, San Joaquin, Mariara, Tinaquillo, Tinaco,
San Carlos, El Pao, El Baúl, Nirgua, Chirgua, Salom, Miranda, Bejuma, Montalban,
Guacara, Los Guayos, El Roble, Guigue, Belén, y su última visita pastoral en
enero de 1934 a Canoabo. En una reunión del Centro de Damas Católicas de
Valencia el director espiritual, Pbro. Florentino García, informaba que a
finales del mes llegaría el Obispo a Valencia, proveniente de Canoabo, después
de “3
meses de ausencia en santa pastoral visita” ([5]).
Sus múltiples
ocupaciones rutinarias se concretaron a despachar oficios administrativos
propios de sus facultades canónigas, tales como, licencias ministeriales ad
annum, ad trienium, ad quinquenium, licencias de exhumación de restos mortales
en templos, decretos para erección de cofradías y grupos apostólicos, licencias
para realizar cultos litúrgicos, creación de nuevas parroquias, nombramientos
de párrocos, capellanes, confesores de comunidades religiosas y de tenientes,
consagración de candidatos a órdenes sagradas, y entre muchas actuaciones más,
también tuvo oportunidad de aprovechar momentos estelares de regocijo, como lo
fue el caso del día 25/10/1931 cuando el grupo de apostolado seglar, Damas
Católicas de Valencia, lo sorprendió con un pequeño agasajo privado y sin
ostentaciones públicas, por su sexto aniversario de consagración episcopal.
Pero también tuvo
ocasión de volver a vivir situaciones muy críticas y tensas por su férrea postura
de enfrentamiento al régimen dictatorial imperante para la época y de preservar
sus principios y valores en posturas públicas debidas a su rango de pastor
episcopal. Resulta ser, que a mediados del mes de septiembre un ciudadano común
y corriente de la sociedad valenciana, ampliamente conocido en la populosa
barriada de San Blas, frecuentemente hacía correr pequeños volantines entre los
transeúntes de la plaza Bolívar y la de San Blas con mensajes severamente
críticos y de rechazo a la dictadura de Juan Vicente Gómez y de los aduladores gobernantes
regionales. La “sagrada”, como se
llamaba la policía en esa época, lo capturó y llevó preso a la Comandancia de
la policía de Valencia, situada donde hoy día se encuentra “La Casa de Páez”. Los esbirros
torturaron a Joaquín Mariño con el objeto de sacarle bajo confesión forzada, a
costa de los golpes y maltratos que le propinaron, otros nombres de personas
involucradas, la ubicación de los equipos de impresión de las hojas repartidas,
con la finalidad de realizar nuevos allanamientos y detenciones de opositores al
régimen. La tortura fue tan despiadada, que se les pasó la mano y el heroico
recluso falleció en manos de sus implacables verdugos. Las autoridades
competentes, como ocurre con todos los regímenes dictatoriales, entregaron el
cadáver a la familia, difundiendo de forma oficial que Joaquin Mariño se había
suicidado en la celda del calabozo con los cordones de sus zapatos. Por
supuesto que la especie de la causa de la muerte se difundió rápidamente en
toda la ciudad, pero al mismo tiempo, en voz baja y con mucho cuidado, se
divulgaba también la inconsistencia de la versión oficial. En la noche que se
efectuaba el velorio en la sala de la casa del occiso “la sagrada” montó
guardia frente a las ventanas de que daban hacia la calle para custodiar el
orden y evitar que se destapara el ataúd. A plena madruga un vecino logró
llevarse a los guardias a las proximidades del vecindario para brindarles un
cafecito y bocadillos, con la finalidad de dar tiempo a que los familiares
destaparan la urna y revisaran el cadáver, tras lo cual, se confirmó la
sospecha de que no se trataba de un suicidio, sino por el contrario, se había
cometido un terrible homicidio, precedido de ruin y vil tortura. La noticia se
propagó rápidamente por toda la ciudad hasta llegar a conocimiento del Obispo
Montes de Oca. En este punto entraba nuevamente en una situación de
enfrentamiento con el régimen imperante. Si aceptaba la versión oficial, no
debía aplicar ceremonia religiosa de inhumación porque se trataba de suicidio. Si se acogía a los argumentos de la
familia, debía infundir el consuelo a los afligidos familiares, parientes y
vecinos con el ritual religioso de las exequias. El valeroso obispo, que ya
conocía al difunto en sus frecuentes caminatas por los alrededores de la
catedral, se comprometió personalmente a presidir la ceremonia. El día del
entierro toda la población del casco y de la periferia de la ciudad se volcó
alrededor del cortejo fúnebre hasta su última morada. Muchos participantes, de
manera ostentosa, frecuentemente se agachaban o ponían el pie para desamarrarse
y volverse amarrar las trenzas de los zapatos, provocando una original protesta
pacífica y silenciosa, perfectamente captada por toda la masiva concurrencia,
reflejando simultáneamente en sus rostros tristeza de solidaridad con el
difunto y aprobación a gesta del pueblo valenciano. La reacción oficialista no
se hizo esperar, presionando a la cúpula de la jerarquía eclesiástica del país
que se tomaran medidas para darle un “parado” al persistente y obstinado obispo
que les incomodaba profundamente, pero que tampoco les convenía un segundo
destierro.
Igual, que en el
trayecto de su vida cronológicamente anterior, ya descrita en su infancia y
juventud, no se registran referencias de la cotidianidad en su ejercicio
ministerial, correspondiente al lugar señero de la etapa histórica en que vivió.
SEMILLA DE SANTO EN UN CRISOL
Con fecha
18/05/1934 escribió una carta pastoral despidiéndose de su feligresía, sin un
adiós, sino hasta un pronto regreso, con motivo de su próximo viaje a Roma para realizar su “visita ad limina
apostolorum”, y de esta manera, cumplir con la obligación de los obispos de
presentar informe completo y detallado acerca de la gestión apostólica en sus
respectivas diócesis, exigida en el canon 341 del Derecho Canónigo.
Afirma el padre Hermann
González O. S.J. en la breve biografía de Mons. Montes de Oca lo siguiente: “La
Carta Pastoral con que Montes de Oca se despidió de sus diocesanos, respiraba
en anhelo de robustecer su espíritu ante el imponente espectáculo de inmensas
multitudes en adoración ante el Cristo oculto en la Eucaristía, al tiempo que
advertía que la visita al Congreso de Buenos Aires estaría precedida por la
visita oficial Roma, que deben cumplir los Obispos y que suele designarse con
el nombre de Visita ad Límina Apostolorum. Las expresiones de su Pastoral no
reflejan otra cosa que el optimismo de su pronto regreso. Nada permitiría
adivinar lo que iba a suceder” ([6]).
Por su parte, el
historiador oficial de la diócesis de Valencia, Torcuato Manzo Núñez, en su
momento, comentó acerca de esta pastoral lo siguiente: “nada en ella dejaba entrever lo
que sucedería después. En ninguno de sus párrafos se podía siquiera presentir
que el Pastor sería definitivamente separado de su rebaño” ([7]).
Así, pues, partió
con la intención de también disfrutar de unas cortas, justas y merecidas
vacaciones que finalizarían con su asistencia al XXXII Congreso Eucarístico
Internacional, a celebrarse en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, entre el 9
y el 14 de octubre de 1934, y finalmente, regresar nuevamente a regir los
destinos espirituales de su diócesis carabobeña. Especial interés y sueños
ilusorios mantenía el Obispo Montes de Oca para asistir a este evento
internacional por las expectativas creadas ante la concurrencia de
personalidades de resonancia mundial encabezada por el Legado Papal, Cardenal
Eugenio Pacelli, que luego llegaría a ser Papa con el nombre de Pío XII, y por
su especial identificación privada y piadosa por el culto a la sagrada
Eucaristía, aparte, que la cobertura que hacían todos los periódicos en sus
secciones de opinión creaban mucho entusiasmo por tan magno acontecimiento.
Estando ya en
Roma, el día 25/05/1934 falleció su querida madre, doña Rosario Montes de Oca
Perera, y con toda seguridad, se podría afirmar que fue el inicio del
entrañable sufrimiento espiritual que sobrepasó los límites de heroicidad en
los cruciales momentos del apogeo de su tremenda cruz que llevó a cuestas en
esta nueva travesía lejos de su tierra natal. El párroco de la Catedral de Valencia, Mons.
Víctor Julio Arocha, cubrió la ausencia de Mons. Montes de Oca, al presidir la
misa de exequias, con la presencia del clero diocesano, familiares y feligresía
general.
La permanencia de
Mons. Montes de Oca en la ciudad eterna le permitió acompañar frecuentemente a
sus seminaristas que cursaban estudios en el Colegio Pio Latino. Para el día
31/08/1934 confirió las órdenes menores al seminarista Luis Eduardo Henríquez,
quien más tarde llegaría a ser el quinto obispo de la diócesis de Valencia, y
primer arzobispo, cuando la diócesis se elevó a categoría de arquidiócesis. En
tiempo de vacaciones pasó algunos días con sus seminaristas en Montenero, donde
el 02/09/1934 celebró la liturgia de la tonsura al seminarista Ricardo Mandry
Galíndez.
Posteriormente
hizo los arreglos requeridos con el superior de la cartuja de Gelluzzo en
Florencia para realizar un retiro espiritual, sometiéndose a idénticas
condiciones del resto de la comunidad de religiosos, como si formara parte de
ellos, sin distingos de su condición de obispo. Para la noche del 06/10/1934,
casi a media noche, la comunidad se hallaba congregada en la capilla del
convento para cumplir con su último ritual
diario con el rezo de las completas para
hacer un examen de conciencia y arrepentimiento de faltas cometidas durante el
dia, cuando el superior notó la ausencia del ilustre huésped del convento.
Tomando en cuenta su rango episcopal y por su exoneración a la disciplina
conventual al no ser monje regular del convento, no tomó las previsiones de
acercarse a su habitación, bajo el buen sentimiento merecido que le permitiera un
reparador descanso. Pero, en la madrugada, a primera hora del día, cuando la
comunidad de religiosos ya se había reunido en la capilla conventual para
realizar el rezo de maitines, hacer su primera meditación del día y asistir a
la misa del día, se percató de que la ausencia del monseñor persistía, por lo
que muy discretamente tocó a su puerta, y en vista de que no tuviera respuesta
alguna, resolvió entrar sin su consentimiento. Al darse cuenta de que el obispo
no estaba en su lecho, pero en su lugar, se hallaba tirado en el piso, desmayado,
vomitado, salió alarmado apresuradamente a solicitar ayuda con uno de sus
hermanos monjes para auxiliarlo. Ante la gravedad del cuadro resolvieron
trasladarlo de emergencia en ambulancia al hospital de la ciudad, donde fue
intervenido quirúrgicamente por el reconocido médico y catedrático Store.
Prácticamente ya estaba casi desahuciado cuando ingresó al hospital porque la
apendicitis que padecía la noche anterior se había convertido en una severa
peritonitis que había infectado casi todos los órganos circundantes. El rector
del Pio Latino de Roma envió al seminarista Luis Eduardo Henríquez para que le
acompañara en su convalecencia hospitalaria. Cuando el doctor Store pasó
revista post operatoria le comentó a su singular paciente que no fue su pericia
cirujana la que ayudó a salvarle la vida, sino la contextura delgada del
paciente, que de haber sido obeso, no hubiera podido hacer nada, y de paso, le
advirtió que su anhelado viaje a Buenos Aires se debía suspender para
garantizar la recuperación del grave estado físico en el cual se hallaba
comprometido.
Hasta este punto
de la biografía del santo obispo y mártir cartujo se ha basado en documentos públicos conservados en
archivos eclesiásticos y civiles. Pero a partir de este momento se encuentra
una laguna documental que ha impedido a los profesionales historiadores llegar
a la verdad de los acontecimientos con base estrictamente documental. Al
referirse a este asunto escribió el padre Hermann González O. S.J. lo
siguiente: “El historiador de la Diócesis de Valencia, Torcuato Manzo Núñez, ha
escrito con razón estas líneas que hago mías para este caso: “No estamos
autorizados para desentrañar un hecho histórico cuyo secreto se llevo a la
tumba su protagonista, De internis non iudicat Ecclesia (La Iglesia no juzga lo
interior), y mucho menos el autor de esta ligera biográfica” ([8]).
Se hace preciso aclarar, especialmente, ante los ojos de lectores
laicos con poca vinculación a las intimidades de la silenciosa y piadosa vida
tradicional de los consagrados al servicio de Dios, que el celo tradicional de
la Iglesia católica para no divulgar errores humanos detectados en algunos
sectores de la jerarquía eclesiástica, obedece estrictamente a la necesidad de
preservar la buena imagen que pudiera desvanecerse ante fallas humanas
presentes en la Iglesia católica, sin llegar nunca a negar la naturaleza y
origen divinos de la Iglesia católica, y lejos, de justificar, desconocer o
amparar con complicidad dichos errores humanos, sino únicamente para preservar el fundamental
mandamiento de la Caridad con respecto
al pecador. En cierta oportunidad el Pbro. Renzo Begni, de la
Arquidiócesis de Barquisimeto, le hizo dos preguntas a su eminencia,
Cardenal José Humberto Quintero, en
relación a este tema; la primera de ellas fue: “Porqué, V.E que conoce todos los
particulares de los hechos ¿no escribe una biografía amplia del obispo mártir?”.
Nuestro primer y queridísimo Cardenal le respondió: “ya soy demasiado anciano para
ponerme en un trabajo que necesitaría consultar e investigar, no solamente en
los Archivos Eclesiásticos y Civiles y de la Nunciatura en Venezuela, sino
también en Roma en el Archivo secreto Vaticano”. Begni le lanzó la
segunda pregunta: “¿no es posible la introducción de la causa de Beatificación de Mons.
Montes de Oca?”. La repuesta que recibió fue: “Mons. Montes de Oca es una figura
digna de los altares, que además de una vida sacerdotal y episcopal ejemplar
terminó con un martirio precedido de un largo calvario de sufrimiento; pero
añadía, viven todavía: en el país varios personajes o familiares de los que
fueron implicados en esos tristes sucesos; por lo cual dicha solicitud parece
inoportuna para el momento”.
Inmediatamente
que Mons. Salvador Montes de Oca había partido desde Valencia a Roma para
cumplir con su “visitas ad limina apostolorum” se inició simultáneamente un
proceso oscuro, vergonzoso y lamentable contra su persona, sin su conocimiento
y proveniente de sus mismos y más cercanos colaboradores en la administración
de la diócesis carabobeña, que lo habían acompañado hasta el pie de la
escalerilla del vapor para despedirlo con ostensibles manifestaciones de afecto
y sumisión canóniga. El doctor Ignacio Bellera Arocha se refirió a esta sucia
maniobra que desencadenó el segundo y postrer ostracismo del obispo: “Otras
fuerzas trabajaban en la sombra en la preparación de un golpe traicionero.
Rondan a espaldas del Pontífice los hijos de la intriga, para quienes nada
importan los méritos conquistados, la rectitud acrisolada ni la grandeza del
alma que perfila su vida apostólica y ciudadana. El tiempo es propicio por la
coincidencia; porque el Pastor, por una obligación ritual, tiene que ausentarse
otra vez en la ciudad eterna. Al poco tiempo encuentra allí la acre sorpresa,
consistentes en acusaciones injustas. Son las conveniencias, las ambiciones y
los oportunismos que en credos y profesiones no dejan de existir lo que esta
vez clavan en el espíritu de Monseñor Montes de Oca el dardo hiriente que lo sume en el dolor y
en el más profundo abatimiento” ([9]).
Para entender con
mayor precisión esta abominable confabulación contra el santo obispo, se hace
preciso acotar un antecedente histórico,
que muy probablemente tuvo influencias en sus protagonistas. Se trata del
conflicto surgido entre los años de 1900 y 1903, en la Arquidiócesis de Caracas,
de la que formaba parte el estado Carabobo, antes de crearse la diócesis de
Valencia, a raíz de la inhabilitación del Arzobispo, caroreño como Montes de
Oca, Críspulo Benítez Uzcátegui. Este arzobispo cuando tomó posesión de la
Arquidiócesis de Caracas (1885), aún gobernaba en Venezuela Antonio Guzmán
Blanco, quien mantenía una postura fuertemente anticlerical, manifestada
principalmente, entre muchas otras acciones más, en la clausura de los
seminarios. Para contrarrestar tan malévola medida, el Arzobispo de Caracas,
muy inteligentemente, se apoyó en el ilustre prelado valenciano, Pbro. Hipólito
Alexander, para abrir el Colegio Episcopal de Valencia, a los ojos del estado
laical un colegio más, pero en la práctica pastoral de la Iglesia católica, un
verdadero seminario, formador de futuros sacerdotes de la región carabobeña.
Realmente surgieron ilustres figuras de este seminario clandestino, pero legalmente
establecido, todas estas constelaciones eclesiásticas con las cualidades
ideales para la jerarquía episcopal, tales como Francisco Antonio Granadillo,
primer obispo de la diócesis de Valencia y Marcos Sergio Godoy, tercer obispo
de Maracaibo (1920 – 1957), y otros más con merecimientos para presidir la
diócesis de Valencia o de cualquier otra diócesis, pero muy lamentablemente no
podían ser seleccionados todos.
El conflicto en
referencia se presentó cuando a los 15 años de ejercicio ministerial en el
arzobispado de Caracas, Mons. Críspulo Benítez quedó inhabilitado por su grave
problema de salud que le afectaba la cabeza para poder seguir administrando
cabal y satisfactoriamente sus funciones. Entonces, sus más cercanos
colaboradores, el doctor Pbro. Mons. Juan Bautista Castro, en calidad de Deán y
Vicario General de la Arquidiócesis, por una parte, y el doctor Pbro. Ricardo Arteaga,
doctoral de la Santa Iglesia Metropolitana de Caracas, por el Cabildo
eclesiástico de Caracas, por la otra parte, entraron en abierta y pública
confrontación por alcanzar el derecho sucesorial del postrado arzobispo. La
disputa tuvo sus alcances en el ámbito carabobeño, donde el clero local también
tomó posiciones en ambos lados. El rector del Colegio Episcopal de Valencia,
Pbro. Alexander llegó a publicar artículos en la prensa del centro del país,
tales como La Linterna Mágica, Don Timoteo, El Cronista, El Conciliador, El
Pregonero, El Constitucional, El Tiempo, El Nacional y el mismo diario
católico, La Religión. Entre los muchos artículos se puede mencionar uno
titulado “La mitritis”, donde analiza y critica el afán vano y exagerado
por tratar de culminar el sacerdocio en la cúspide del obispado. En calidad de
rector del Colegio Episcopal, se veía obligado en alertar a sus discípulos en
tales errores. Finalmente, Mons. Juan Bautista Castro llegó a ser el sucesor (1904
- 1915) de Mons. Críspulo Benítez y se apaciguó la rivalidad entre los aspirantes, pero las
secuelas quedaron en las mentes de destacados prelados aptos y en condiciones
requeridas para llegar a ser obispos.
Fue así, como al
fallecer el primer obispo de la diócesis de Valencia, Mons. Francisco Antonio
Granadillo (1927), muchos prestigiosos sacerdotes gozaban del talento
suficiente para sucederle, pero algunos nunca perdonaron que un joven sacerdote
proveniente de la provincia larense ocupara el solio pontificio al que ellos
tenía derecho, y sentimentalmente, mejor si fuera carabobeño.
La animadversión de
uno de estos clérigos hacia el obispo,
ya ausente y distante, no se hizo esperar, e inmediatamente, se hizo realidad
cuando rebuscó entre sus papeles guardados en el fondo de la gaveta de su
escritorio una carta que había escrito el Obispo a la hermana de este sacerdote,
muy oportuna y avenida para su nefasta intención de conjura contra su superior
que buscaba quitarse de encima, para llevarla a manos del Arzobispo de Caracas,
Mons. Felipe Rincón González, en virtud de que la diócesis de Valencia era
sufragánea de la Arquidiócesis de Caracas. En esta audiencia expuso ante el alto
prelado el motivo de la solicitud de su audiencia para denunciar a monseñor
Montes de Oca por tratar de romper al voto de castidad con su hermana, poniendo
como prueba de evidencia la referida carta. A
Monseñor Rincón se le presentó suma extrañeza la denuncia y la prueba
testimonial que llegaba a sus manos, lo que le causó suma sorpresa de manera
imprevista para él, pero sin embargo, no tomó la iniciativa de comunicarse directamente
con el denunciado, hermano suyo en el episcopado, ni investigar el caso por
cuenta propia, apoyándose en los recursos propios de su jerarquía, por el
contrario, devolvió la carta al clérigo, recomendándole que llevara el caso a
la nunciatura.
El insistente
clérigo se dirigió a la Nunciatura Apostólica acreditada en Venezuela. Monseñor
Fernando Cento se desempeñaba como Nuncio en Venezuela desde el 28/06/1826,
cargo que ocupó hasta el 26 de julio de 1936 cuando fue transferido al Perú. Ya
el Nuncio conocía al obispo Montes de Oca a raíz de su expulsión del país,
cuando le tocó interponer sus habilidades diplomáticas para limar las asperezas
que se suscitaron entre la Iglesia y el Estado. Fue entonces cuando se percató
de la entereza del ilustre prelado que le hacía difícil el ascenso en su
carrera diplomática al servicio del Estado del Vaticano, logrando de todas
formas, alcanzar el cardenalato durante el consistorio de S.S. Juan XXIII en
1958, y participar como papable en el cónclave que eligió a S.S. Pablo VI.
Falleció en Roma en el año de 1973. Con toda seguridad, las gestiones fallidas
del nuncio para acreditarse la victoria diplomática en el conflicto de los dos
poderes, eclesiástico y civil, llevó a que
sus más estrechos colaboradores se identificaran más con su superior inmediato que
con un obispo provinciano de una pequeña república latinoamericana.
Cuando el
secretario y número dos de la Nunciatura, Monseñor Basilio De Sanctis, recibió
la acusación contra Montes de Oca procedió a informar a su superior, quien le
dio instrucciones para que abriera el correspondiente expediente al caso, donde
se veía envuelto gravemente contra la moral un obispo consagrado. Adicionalmente,
le correspondió a monseñor de Santis la tarea de traducir la carta al italiano,
para que posteriormente, y en muy breve tiempo, monseñor Cento leyera el
sumario completo con mucho detenimiento, y finalmente, le dio curso a la
acusación, remitiéndola a Roma ante la Congregación Consistorial donde se
inició otro proceso jurídico totalmente desconocido fuera de los muros del
Vaticano. Lamentablemente esta carta ha sido oficialmente declarada como
“extraviada o perdida”, en el peor de los casos, formando parte de los
“archivos secretos del Vaticano”, “de internis non iudicat Ecclesia”.
Cuando monseñor
Montes de Oca se hallaba convaleciente, aún hospitalizado, llegó a manifestar privadamente
a quienes diligentemente le acompañaron en su lecho de enfermo, que la carta en
la cual se apoyó la Curia romana para solicitarle la renuncia al episcopado de
Valencia no había sido traducida exacta y literalmente como la original, sino por
el contrario, contenía palabras cuyo significado al ser traducidas tenían visos
de interpretación distinta al auténtico documento escrito por su puño y letra.
Se tienen
evidencias escritas de tres personas que tuvieron el privilegio de acompañar a
Monseñor Montes de Oca en su lecho de enfermedad. Fueron ellos, los
seminaristas Luis Eduardo Henríquez y Ricardo Mandry Galíndez, y de manera
especial, el obispo de Coro, Monseñor Lucas Guillermo Castillo, quien se
encontraba también en Roma con la misma obligación de realizar la visita ad
limina.
El reconocido
escritor Luis Cubillán Fonseca reseñó en el periódico Noti Tarde sobre el
primer seminarista mencionado, lo siguiente: “En 1932 Monseñor Montes de Oca,
lo envió a Roma a estudiar, estando allí
en 1934 llegó Monseñor Montes de Oca, quien a los pocos días sufrió una
peritonitis que casi acaba con la vida del santo Obispo, el Seminarista Luis
Eduardo Henríquez, fue su afectuoso y diligente enfermero” ([10]).
El segundo
seminarista en referencia se trata de Ricardo Mandry Galíndez, quien también
fue enviado por Monseñor Granadillo a la ciudad eterna para continuar sus
estudios teológicos hasta llegar a ordenarse sacerdote, pero lamentablemente,
renunció voluntariamente a sus hábitos para retirarse a la vida laical. En
calidad de seminarista tuvo la dicha de
acompañar a Mons. Montes de Oca en su convalecencia. Ricardo Mandry escribió
posteriormente un libro titulado “un pantalón más”, proscrito y
prohibido por la jerarquía eclesiástica, dedicando algunas páginas a esta misteriosa
etapa de la vida del santo obispo, bajo el título “el caso Montes de Oca”,
donde se dan a conocer importantes acotaciones relacionadas con la biografía
del insigne obispo.
En relación a la
compañía de Monseñor Lucas Guillermo Castillo se tienen agradables datos
históricos referidos por el Cardenal Rosalio Castillo Lara, en su obra titulada
“Monseñor
Lucas Guillermo Castillo, un pastor según el corazón de Dios”. Este
ilustre Obispo se encontraba en Roma cuando se enteró en la noche del 7 de octubre de la terrible afección que
sufrió su hermano en el episcopado, por lo que esa misma noche, partió a
Florencia para hacerle compañía hasta el 17 de diciembre. En carta a su hermano
Rosalio escribió el siguiente recuento: “Todos los días le digo la Misa; comulga él,
dos Hermanas que hacen guardia nocturna a los enfermos y otra Hermana enfermera.
El resto del día lo acompaño, le leo, converso, escribo cartas y le asisto en
cualquier necesidad que tenga. Esta clínica es muy buena y las Hermanas sin
excelentes. Para los enfermos son verdaderas madres. A Monseñor lo han asistido
muy bien y a mí me han tratado con un cariño especial. Tengo un cuartico
pequeño, pero muy bonito, tiene dos ventanas que dan al jardín que todavía
tiene flores, tiene muy buena calefacción” ([11]).
Aún no había sido
dado de alta Monseñor Montes de Oca en su complicado estado clínico, cuando la
enfermera de turno trató de impedir una extraña visita, pero que por
insistencia y por las credenciales presentadas, tuvo que acceder, ya que se
trataba del cardenal Raffaele Carlo Rossi, Secretario de la Sagrada
Congregación Consistorial, proveniente de la Curia romana. Por supuesto, los
acompañantes presentes, Monseñor Lucas Guillermo Castillo, el minorista Luis
Eduardo Henríquez y la enfermera se retiraron para dejarlos solos, porque se
trataba de una visita estrictamente privada, sin testigos presenciales,
quedando como resultado tan solo el testimonio escrito de la inesperada renuncia
de Monseñor Salvador Montes de Oca a la diócesis de Valencia. Al investigar los
archivos históricos públicos del Vaticano se puede constatar que el religioso
carmelita Raffaele Carlo Rossi TOC
fue elevado a cardenal con fecha 30/06/1930 y “fijado” Secretario de la Sagrada
Congregación Consistorial con fecha 04/07/1930” ([12]). Al
profundizar un poco más la indagación sobre la vida de este eminentísimo
cardenal, se presenta una casual coincidencia, consistente en que desde el año
de 1976 se inició su proceso de beatificación, y solo se espera la aprobación
del milagro atribuido a su intercesión para culminar el proceso para elevarlo a
los altares, y con fecha 11/03/2017, se dio comienzo oficialmente al proceso de
canonización de Monseñor Salvador Montes de Oca.
Al finalizar la
enigmática visita del purpurado, la enfermera se convenció de la inconveniencia
de haber permitido la visita, ante el cuadro de abatimiento y tristeza con el
cual encontraron al delicado paciente. Entre las confidencias transmitidas a
uno de sus asiduos acompañantes quedó registrada una frase que tal vez llegó a
pronunciar el malherido física y espiritualmente obispo cuando firmó
obedientemente la carta que le presentó el cardenal: “El Santo Padre me dio esa mitra y
el Santo Padre me la quita” ([13]).
Como se desprende
de la manera sorpresiva que le fue presentada una carta de renuncia al Obispo postrado
en cama, recién operado de emergencia, y quien de morir, no requeriría su
renuncia, pudiéndosela ser presentada cuando se sobrepusiera de su gravedad, se puede concluir, que su renuncia al obispado
de la diócesis de Valencia quedó envuelta en un ámbito de misterio e
interrogantes sin repuestas, lo que ratifica el Padre Hermann González S.J. al
escribir lo siguiente: “De esta manera, se explica el extraño vacío
existente en los tristes y lamentables acontecimientos ocurridos que provocaron
la inexplicable e inesperada renuncia de Mons. Salvador Montes de Oca a la
diócesis de Valencia” ([14]). El
vacío al que se refiere el Padre Hermann González S.J. se manifiesta en las
comunicaciones epistolares entre la cancillería venezolana y su embajador
plenipotenciario antes la Santa Sede. En carta fechada el día 02/01/1935 y
firmada por el embajador de Venezuela ante la Santa Sede, doctor Carlos F.
Grisanti, y dirigida al Ministro de Relaciones exteriores escribió
textualmente: “Me ha dicho Monseñor Montes de Oca que la renuncia del Episcopado de
Valencia le fue exigida por la Santa Sede, y me pidió que reservara esto; pero
juzgo que la reserva no debe entenderse respecto al Gobierno de Venezuela. Soy
de Ud. muy atento servidor, Carlos F. Grisanti”. En otra comunicación
escrita también por el mismo embajador se puede leer lo siguiente: “…la
carta fue presentada el 18 de diciembre de 1934, y aceptada el 23 del mismo
mes; pero solo fue el primero de enero de 1935 “cuando tuve conocimiento
autentico de ella por información del propio renunciante”. Sin embargo el
nombramiento de Montes de Oca como titular de Bilta tiene como fecha el 20 de
diciembre, la cual supone que la fecha de 23 señalada por el mismo Montes de
Oca, se refiere a la fecha que se le hiciera la participación, y que su
remoción de la Diócesis de Valencia estaba decidida para el mismo 18 de
diciembre…” ([15]).
El mismo día 02/01/1935
el nuncio Fernando Cento comunicó por escrito al Consejo de Consultores de la
Diócesis de Valencia acerca de la renuncia a su diócesis por parte de Monseñor
Salvador Montes de Oca “debido a su gravísima enfermedad”,
la cual, habiendo sido aceptada por Su Santidad, quedaba encargado de la
administración el Arzobispo de Caracas, Monseñor Felipe Rincón González.
LA NOCHE OSCURA
Esta carta de
renuncia fue el inicio de la “noche oscura del alma” de Monseñor
Salvador Montes de Oca.
San Juan de la
Cruz (1542- 1591) fue el creador del término “noche oscura del alma”, en su rico poemario, para simbolizar
magistralmente el estado interno de los santos al caer en una etapa de su vida
soportando soledad, destrucción ascética y abandono de Dios. No debe haber duda
que se inspiró en el Evangelio según Mateo, capítulo 7, versículos 25 y 26, en
calidad de epílogo del sermón de la montaña, para inmortalizar la metáfora de
la “noche
oscura del alma”. El texto de San Mateo dice: “Cualquiera, pues, que me oye
estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su
casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y
golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca”
([16]).
Por su parte, Monseñor
Enrique María Dubuc, obispo de Barquisimeto, en la repatriación de los restos
mortales del excelentísimo obispo de Valencia, Montes de Oca, adosó muy
apropiadamente esta metáfora a la vida de Monseñor Montes de Oca cuando
pronunció las siguientes palabras: “Cuando Dios quiere sublimar al justo para
inmortalizarlo, lo lanza por una vía dolorosa que infaliblemente remata en un
Calvario los instrumentos aptos para la pasión y el sacrificio no escasean.
Morir con Honor y Gloria” ([17]).
Monseñor Lucas
Guillermo Castillo siguió acompañando a Monseñor Montes de Oca en Florencia
hasta el día que tuvo que trasladarse a Roma para su audiencia privada del
29/10/1394 con S.S. Pio XI, con quien comentó, aparte de los asuntos
relacionados con SU diócesis de Coro, que estaba acompañando a Monseñor Montes
de Oca en Florencia. El Santo Padre le aprobó el gesto y lo estimuló a seguir
apoyando y no dejarle solo al Obispo venezolano. También tuvo oportunidad de
entrevistarse con el Cardenal Raffaele Carlo Rossi, Secretario de la
Congregación Consistorial, a quien ya había conocido en Florencia, cuando le llevó la carta en la
que debía firmar la renuncia a la diócesis de Valencia. El cardenal también le
estimuló a que siguiera acompañando al Obispo convaleciente en su lecho de
enfermo. Así pues, Monseñor Castillo se regresó nuevamente a Florencia.
Los 39 años de
edad, la contextura delgada y el vigor espiritual de Monseñor Montes de Oca
permitieron su lenta recuperación para que a mediados del mes de diciembre
emprendiera camino de retorno a Roma en compañía de su hermano en el
episcopado, Monseñor Castillo. Durante el trayecto en el vagón que les
correspondió, los transeúntes, que compartían el mismo espacio, se admiraban y
elogiaban la sencillez, mansedumbre y bondad con que un prelado arrodillado
frente al asiento del otro monseñor demacrado y enfermo le frotaba los pies
helados para provocar la debida circulación sanguínea y volver calidez a sus
miembros entumecidos. Finalmente, cuando llegaron a Roma, como habitualmente
hacían los obispos latinoamericanos, fueron albergados en el Colegio Pio Latino
de Roma.
Al atardecer del
22/12/1934 llegó de visita al Colegio Pio Latino una comisión de la Curia
romana, integrada por un Camarero Secreto del Estado del Vaticano y dos
miembros de la Familia Pontificia para entregar al obispo emérito de la
diócesis de Valencia el correspondiente nombramiento de obispo titular de Bilta, ciudad que ya no
existe, pero para dar cumplimiento a las normas del derecho canónigo, los
obispos consagrados sin rebaño, como el caso de Montes de Oca, debían tener a
su cargo una diócesis simbólica ([18]).
Humanamente hablando, lejos de sentirse lisonjeado, Monseñor Montes de Oca
sentía profundo dolor de no poder pastorear su rebaño carabobeño.
En esta etapa de
su vida Monseñor Salvador Monte de Oca entró al ojo del huracán de la “hora
nocturna”. Demostró ante sus más cercanos acompañantes una indiferencia total
por la celebración de la Santa Misa, pasando frente a las numerosas iglesias
romanas no entraba a hacerle aunque fuera una corta visita al Santísimo, su
gastado breviario se conservaba oculto entre cartas y papeles de su pequeño
escritorio, en fin, su vigor espiritual estaba encerrado en lo más profundo de
su ser, manifestándose externamente solo una indiferencia total ante todo lo
que tuviera que ver con la piedad de los consagrados a Dios. Cierto obispo
boliviano, amigo cercano y confidente, se hallaba en situación muy parecida a
la suya, hasta que sucumbió, renegando de su fe y convirtiéndose en pastor
protestante. Tratándose de un drama íntimamente personal, no quedaron vestigios
testimoniales de este cuadro, semejante al de Jesús en el huerto de los Olivos.
Cierto día,
cuando su doctor y catedrático cirujano, Stori, quien le había salvado la vida,
y quien, con toda seguridad, había quedado impresionado por la destacada
personalidad del prelado, poco común, se acercó sorpresivamente a su residencia
hospitalaria para invitarlo a almorzar en su casa. Indiscutiblemente la
posición social del doctor Stori encajaba estrictamente en la nobleza italiana
de la época. Su esposa era condesa, su residencia era un palacio, de varios
pisos a los que se accedía por una vistosa escalera central, en la planta baja
abundaban salones, antecámaras, gabinetes, todo el ambiente se hallaba dotado
de mobiliario, espejos, cuadros, y lámparas características de una residencia
selecta reservada solo para el segmento exclusivo de la alta sociedad.
En medio de todo
ese esplendor se ocultaba una terrible tragedia que llevaba a cuestas el
insigne galeno en estricto secreto que solo conocían él, su esposa condesa y la
enfermera que cuidaba de la pequeña criatura, porque había nacido
extremadamente deformada, ante la cual, su sola imagen provocaba profunda conmiseración,
especialmente, tratándose de un inocente bebé.
En algún momento el
doctor Stori invitó a su distinguido huésped a subir las escaleras hacia la
habitación del niño, confiándole que ninguna persona, fuera de las mencionadas
anteriormente, había entrado a la habitación hacia donde lo conducía. Lo más
seguro es que el médico, en su condición humana y de padre, requería fuerzas
espirituales para seguir sobrellevando su penosa carga, y de paso, proveer la
bendición divina a su entrañable criatura, y la persona más indicada, Dios se
la había puesto en el camino, cuando la intervino quirúrgicamente de emergencia
en Florencia.
En todo caso,
este impactante acontecimiento fue el cauce por donde la gracia divina se
canalizó hacia su hijo predilecto, Montes de Oca, y de esta manera, sacarlo de
su “noche oscura” y conducirlo al
camino final trazado para Él, sirviendo a los demás, empezando por la bendición
pastoral impartida al pequeño bebé del doctor Stori y culminando más tarde con
el martirio.
Salvador Montes
de Oca recibió el año de 1935 a la deriva en la ciudad de Roma porque ya no
tenía la obligación de cumplir labores ministeriales en Valencia, aunque fuera,
humanamente hablando, lo que más deseaba, si las circunstancias se lo hubieran
permitido. Sin embargo, algo tenía que planificar para sí mismo para no seguir
deambulando sin rumbo definido. A mediados del mes de febrero decidió hacer
unos retiros espirituales, para lo cual, se inclinó por la metodología de los
jesuitas y halló todo el respaldo para su propósito de parte de la Compañía de
Jesús, que le ofreció la casa de Ejercicios. De esta manera se desprendía de
sus tormentosos y tempestuosos meses anteriores y se preparaba a reforzar su
vida espiritual interior para comenzar un nuevo rumbo hacia una meta muy bien
definida dentro del marco del estado de vida clerical que le tocaría caminar en
lo sucesivo.
Con estos nuevos
bríos, y un corazón lleno de gracia dedicó un tiempo exclusivo para redactar
una carta de despedida a sus fieles, especialmente a su clero. En su contenido,
después del tradicional saludo al clero y fieles, se apreciaba profundo cariño paternal, múltiples
y copiosas exhortaciones a la piedad y prácticas religiosas, en especial al
sacramento eucarístico, sin usar términos de queja, de odios, justificando su
renuncia tan solo a motivos de quebrantos de salud, y de paso, preservando a su
querida grey de conflictos ajenos a ella. Entre sus líneas se pueden extraer
algunas frases, tales como: "Es que es ésta, amadísimos hijos, nuestra
carta de despedida…"; "Creemos inútil, amadísimos hijos, aseguraros
de nuestra pena íntima, del desgarramiento de nuestro corazón al tener que dar
este paso…"; "El Señor quiso conservamos en esta tierra del dolor y
del llanto, porque necesitamos sufrir aún mucho más, para la perfecta
purificación de nuestro espíritu…"; "A toda la diócesis y
principalmente a ti, noble y queridísima ciudad de Valencia, vaya desde las
columnas de esta carta, la expresión sentidísima de nuestra gratitud…"
([19]).
Lamentablemente
una vez que esta carta fue remitida a tierras carabobeñas, fue retenida y nunca llegó a publicarse
Con pasos firmes
y mucha seguridad en cuanto a sus nuevos proyectos de vida, a mediados de mayo
del mismo año de 1935, Monseñor Montes de Oca partió a la localidad de Ponteranica en la provincia de Bérgamo, región
de Lombardía, al norte de Italia, para iniciar el noviciado en la orden religiosa
de los sacramentinos.
Esta congregación
fue fundada en París el 13 de mayo de 1856 por el sacerdote francés Pierre Julien
Eymard (1811-1868), fue aprobada por S.S. Pío IX el 08/05/1863, y el objetivo
fundamental de la misma, es llevar a su plenitud el sacramento de la Eucaristía.
Mediante esta
decisión libre, personal y voluntaria, Montes de Oca renunciaba en la práctica
a su investidura episcopal para entregarse de lleno a la vida religiosa, sin
perder el carácter sacramental de sucesión apostólica. A partir de entonces,
adoptó el nombre religioso del “Padre
Montes”, viviendo y participando con todos sus hermanos de la congregación,
en condiciones similares, sin distingos honoríficos relacionados con su
investidura jerárquica. Tal como sucediera en su sus tiempos de formación en
los seminarios, en muy corto tiempo, se destacó notablemente gracias a sus
talentos personales, logrando desempeñarse como maestro de novicios, impartir
retiros espirituales y predicar en solemnidades conmemorativas, sin nunca
renunciar a sus deberes comunes junto a sus hermanos de la comunidad.
Fueron
aproximadamente 7 años sirviendo estrictamente a Dios bajo el cumplimiento de
la regla número 1 de la orden de los sacramentinos: “procurar vivir el misterio de la
Eucaristía en su totalidad, y dar a conocer su significado, para que venga el
reino de Cristo y la gloria de Dios se manifieste a todo el mundo” ([20]).
Existen pocas
referencias sobre su quehacer diario conventual. En 1940 resignó ante la Santa
Sede su nombramiento de Obispo titular de Bilta a fin de llevar sobre sus
hombros únicamente los votos de vida religiosa ([21]), y
oficialmente, quedó como Obispo emérito de la Diócesis de Valencia. Al consultar algunas de sus cartas se logra
pescar algunas perlas que engalanaron esta proverbial etapa de su vida. Contó
en una de sus cartas que cierto día lo llamaron de lejos para atender
espiritualmente a cierto enfermo agónico. Por la premura del caso,
distraídamente, tomó de la percha el hábito equivocado, pensando que contenía
en sus bolsillos el dinero suficiente para trasladarse en tren. En el trayecto,
ya sin tiempo de regreso para rectificar, se dio cuenta que no llevaba dinero
suficiente, por lo que, para regresar, le tocó caminar unos 8 Km, provocando el
natural cansancio por el duro y forzado ejercicio, pero gozando de plena
felicidad en su condición de instrumento divino a favor del prójimo.
De esta etapa
quedó estampada su imagen fotográfica donde se le aprecia investido con el
hábito de los sacramentinos, junto a su padre, cuando se encontraron en Roma el
12/07/1938.
Al examinar
detalladamente esta imagen fotográfica se puede apreciar la paz espiritual de
ambos protagonistas que emana de sus respectivos ojos. Esa misma claridad
divina irradiada desde los ojos del “Padre
Montes” se expandía y se reflejaba sobre los enfermos y moribundos a
quienes les llevaba las gracias sacramentales de la Eucaristía, pero
simultáneamente, por otra parte, las nubes oscuras empezaban a correrse por
encima del continente europeo con presagios diabólicos y malignos que solo
traerían devastación y odio, con la II guerra mundial (1939 - 1945).
EN LA CIMA
El “Padre Montes” no conforme en su estadio
de vida ascética, y para buscar la cima de la perfección, una vez obtenida su
correspondiente licencia, ingresó en 1942 a la cartuja de Farneta, en Lucca,
región de Toscana. Dentro de la estructura de los monasterios se puede
considerar una cartuja como la cúspide de la austeridad en la vida
contemplativa. Sin imaginarlo ni saberlo, se aproximaba a la cima del heroísmo.
Explicó muy acertadamente sus intenciones cuando escribió: "estaba
muy satisfecho de los sacramentinos, pero ansiaba entrar a una orden más severa
para acabar de expiar mis pecados y prepararme para la muerte” ([22]). En la cartuja buscó el retiro y el aislamiento
del mundo, la cercanía y el contacto íntimo con Dios, como él mismo lo ratificó
cuando escribió: “estoy dispuesto a la observancia de la Regla en todos sus puntos, aún
cuando cada noche debiera ir arrastrándome al Oficio de Maitines” ([23]). Su
nuevo nombre a partir de este momento fue el de hermano “Bernardo María”. Igual
que en la orden de los sacramentinos, se despojaba de su condición episcopal,
nivelándose igual que todos sus hermanos cartujos, y llevando a cabo el
calendario comunitario del rezo o canto
de las horas, oraciones, santa misa, lecturas y comidas. En la Cartuja se toma
solo una comida, a las diez de la mañana; se levantan por la noche, a
intervalos, entre las diez y las dos en estricto silencio, para el rezo de las
horas. Dentro de sus tareas personales se dedicó a tallar madera y atender su
cultivo de un jardín floral. Tampoco se tiene información detallada de su vida,
por las mismas circunstancias de vivir enclaustrado, donde los monjes tienen
pequeñas celdas individuales con acceso directo a un huerto y/o taller personal,
sin hablar nunca ni comunicarse con el exterior, tan solo, en casos de extrema
necesidad, que los hacen a través de sus hermanos legos, residenciados en el
mismo monasterio, en ala totalmente separada. Así, de esta manera, transcurría
su vida a los 47 años de edad.
Mientras tanto,
más allá de las puertas del monasterio, el nacismo se había apoderado del poder
político en Italia con la dictadura de Benito Mussolini (1943 - 1945). La
Toscana, donde se hallaba enclavada la cartuja, fue una de las regiones más
afectadas en el norte de Italia con el repliegue de las tropas alemanas provenientes
de Francia y apoyadas por Mussolini desde Roma, pero los monjes, alejados del
mundo que les rodeaba, desconocían muchos detalles del conflicto a su
alrededor.
Desde inicios de
1944 los partisanos ([24]) de
esta zona venían dando duro golpes a los invasores alemanes en emboscadas y
sorpresivos ataques a sus puestos de combate. Para contrarrestar estas guerrillas
que incomodaban en sumo grado al alto comando alemán, de manera sorpresiva,
llegó a la Toscana durante una noche de principios del mes de agosto un
importante contingente de la 16º SS-Panzergrenadier Divisionen Reichsführer-SS con
la finalidad de apostar en la zona un cuartel táctico y controlar las acciones
que venían haciendo los grupos civiles de la valiente resistencia italiana, y
además, hacer estrecho seguimiento a un raro movimiento de entrada y salida de
gente extraña a la cartuja que siempre se había destacado por su tranquilidad y
aislamiento. Los cronistas italianos que reseñaron estas cruentas batallas
llegaron a señalar, de acuerdo con el martirologio del clero italiano, que 729
sacerdotes y seminaristas perdieron la vida entre 1940 y 1945. Entre ellos al
menos 170 fueron asesinados por ayudar a judíos y perseguidos políticos.
Lo que ocurría
alrededor de la cartuja ya no era una guerra estrictamente militar, sino por el
contrario, se trataba ya de un conflicto armado donde mujeres, niños y ancianos
se vieron involucrados, forzosa, inconsciente y salvajemente asesinados junto a
los partisanos. Muchos civiles espantados por tales atropellos y atrocidades,
tocaban a las puertas del monasterio para solicitar asilo y protección de sus
implacables perseguidores, a pesar del pequeño cartel fijado en la puerta que
decía: “Aquí Cristo también es cartujo, y necesita estar solo…”. Posteriormente,
sobrevivientes del asalto y matanza a este centro espiritual llegaron a afirmar
que en la Cartuja de la Farneta se les llegó a dar paulatinamente asilo a más
de 100 refugiados perseguidos por los cuerpos paramilitares de la SS.
Se presentaba un
grave conflicto de conciencia para el Prior y sus Oficiales ([25]). Por
una parte, gente inocente e indefensa que clamaban asilo para salvar sus vidas,
y por la otra, negarles el debido derecho de solicitar auxilio, para preservar
el cumplimiento de las rígidas reglas fundamentales del aislamiento y del
silencio. Los monjes estaban conscientemente comprometidos a cumplir con el
mandato evangélico magistralmente expuesto en las bienaventuranzas: “Bienaventurados
los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el
reino de los cielos” ([26]), y
simultáneamente, “el que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí,
recibe al que me envió” ([27]), todo esto
implicaba una difícil decisión entre, romper con las reglas o cumplirlas al pie
de la letra, es decir, acoger a quienes venía a pedir asilo en el santo
recinto, rompiendo el silencio y la tranquilidad, o rechazarlos, rechazando al
mismo Jesús en persona.
Como es
tradicional dentro de los recintos conventuales, el Prior tuvo la necesidad de
reunirse con sus Oficiales para tomar la medida más acertada.
Una anécdota de
San Francisco de Sales (1567 - 1622) permite entender mejor el peso de los
Oficiales en el monasterio. San Francisco de Sales en cierta ocasión llegó a
pernoctar en una cartuja francesa, donde el Prior lo atendió personalmente,
haciendo un recorrido de reconocimiento del recinto y conduciéndola a su celda
de pernocta, pero por cumplir con el riguroso horario de actividades
comunitarias, rompió su fina atención al destacado prelado, y de regreso a sus
actividades comunitarias, al cruzarse con uno de sus Oficiales, notando este
último, que el Prior dejara un vacío de atención al ilustre huésped, le insinuó
que la Cartuja tenía todos los días del año el privilegio de que toda la
comunidad cumpliera sus santos deberes, pero no contaba con el honor de recibir
al huéspedes tan notables como el que estaban recibiendo esa noche. El Prior,
aceptando el consejo de su Oficial, se regresó a pedirle disculpas a San
Francisco de Sales y le prestó toda su merecida atención.
No es de extrañar
que el Prior se sentara con sus Oficiales para analizar la situación planteada
sobre el asilo a los perseguidos por el régimen fascista, y mostrar disposición
a escuchar a sus hermanos. Tal como ocurrió en su trayectoria de estudiante en
los seminarios, en el ejercicio ministerial de la diócesis de Barquisimeto, en
la diócesis de Valencia, y en la orden de los Sacramentinos, el hermano Bernardo tendría que haberse destacado
en ese selecto grupo, a pesar de su corto trayecto de vida conventual. No
quedaron testimonios escritos. Pero, con
toda seguridad, su carácter episcopal indeleble y encubierto por las reglas, no
dejarían de ser tomadas en cuenta, ante circunstancias tan dramáticas. Tampoco
se descartarían, su sabiduría y su experiencia en la lucha titánica contra la
dictadura en los alrededores de la plaza Bolívar de Valencia. A pesar de que no
quedaron testimonios documentales, no es aventurado imaginarse las advertencias
y recomendaciones que hacía el hermano Bernardo
con respecto a los carros y motocicletas negras que frecuentaban las
inmediaciones de la Cartuja, y en relación a ciertos individuos raros y
sospechosos de ser infiltrados de la gestapo entre los auténticos asilados.
Lo cierto es que
la inteligencia alemana tenía suficientes datos para allanar de manera
irregular la Cartuja de la Farneta, y en la noche del 1º de septiembre, un
comando de la SS entró al monasterio de la forma más insólita, brutal y
descomunal para llevarse detenidos en camiones escoltados por fuerzas de
seguridad a todos los partisanos refugiados y a sus cómplices monjes. Un grupo
fue confinado a Nocchi en Camaiore, otro lote fue llevado a Massa. A los
siguientes días del allanamiento hasta el 10 del mismo mes, sucesivamente todos
fueron fusilados, no sin antes torturar salvajemente a la mayoría de ellos.
Según las referencias de supervivientes en la masacre contra los monjes y sus
huéspedes, el hermano “Bernardo María”, Salvador
María Montes de Oca Montes de Oca fue conducido junto a los otros monjes al
galpón de Massa. Más tarde, en 1947 el doctor Mariotti, en calidad de
científico, comprobó fehacientemente que sus huesos presentaban signos de haber
sido torturado antes de su fusilamiento. Y de acuerdo a las referencias de los
supervivientes que fueron entrevistados posteriormente, los mismos prisioneros
fueron obligados a cavar la fosa común donde finalmente fueron echados sus
cadáveres.
En lo que se
refiere a la fecha exacta de su muerte se han presentado varias versiones. El
nuncio acreditado en Venezuela para aquel momento, Excmo. Mons. José Miseraica,
cuando informó oficialmente por escrito la infausta noticia a la diócesis de
Valencia, señaló “sin confirmación oficial”, el 10/09/1944. La insigne profesora de la UCAB y destacada
biógrafa de Montes de Oca, Marienela Mestes Pérez, indica el 07/09/1944.
Ricardo Mandry Galíndez señala la fecha 06/09/1944. El afamado vaticanista
Luigi Accattoli, en un ensayo titulado “La
masacre de Farneta. La desconocida historia de los doce cartujos fusilados por
los alemanes en 1944”, con motivo de los 70 años de tan lamentable evento,
afirmó que “todos fueron asesinados: dos el 7 de septiembre, el resto el 10”
([28]). Esta
referencia del 07/09/1944 parece indicar que el Prior de origen suizo, el Padre Martino Brintz, y el hermano
latinoamericano, Bernardo María, fueron
fusilados el mismo día. Según relatos de supervivientes de esta tragedia, “Bernardo
era quien animaba a sus hermanos a resistir, a no ceder al chantaje de abjurar
de su fe y aceptar el sufrimiento como el camino que pronto los llevaría a Dios”
([29]). El
año de la muerte, 1944, está bien definido, como se desprende de las
referencias mencionadas, en momentos que tenía 49 años, muy próximo a cumplir
los 50 años de edad.
A pocas semanas
de este triste acontecimiento llegaron procedentes desde Roma las tropas
norteamericanas que formaban parte del frente de los países aliados para
desalojar al nacismo que casi había llegado a dominar toda Europa, pero ahora
se encontraban en desesperado retroceso. El comandante ordenó que los cadáveres
expuestos al aire libre en la fosa común fueran incinerados, por razones
sanitarias, para preservar la región de una contaminación epidemiológica. Desde
entonces, el punto exacto de la fosa quedó totalmente extraviado ante los ojos
de seres queridos y dolientes de las víctimas.
En Venezuela la
terrible noticia se hizo pública, varios meses más tarde, en 1945. Con fecha
17/01/1945 el nuncio en Venezuela envió oficio al Obispo de Valencia, Excmo. Mons. Gregorio Adam, notificándole el
fallecimiento del Mons. Montes de Oca: “quiero presentar de una manera muy especial,
en la digna persona de vuestra excelencia, mi más sentida condolencia a la
diócesis valenciana por la pérdida de su antiguo obispo, que supo sacrificarse
por defender los fueros de Dios y de la conciencia….lamentablemente sé muy poco
acerca de los últimos años del llorado prelado” ([30]). Cuando por fin se supo en Carora, lo
acontecido en la Cartuja, su anciano padre, Don Andrés Montes de Oca, bajo el natural dolor de un padre que
pierde algo muy suyo y profundamente entrañable, convocó a toda la familia que
le acompañaba para orar juntos, sin llorar, pero con voz temblorosa, clamando:
“¡Vengan
a la capilla! Vamos a dar gracias porque el Señor nos ha concedido el
privilegio de tener un mártir en la familia” ([31]).
A semejanza de
las colonias de insectos arrasadas por distintas causas imprevistas y ajenas a
ellas, y que de forma natural, vuelven a
multiplicarse con mayor vigor, así mismo, la Cartuja de La Farneta también
renació con mayores fuerzas espirituales para seguir recibiendo dentro de sus
muros a todos aquellos quienes buscaban seguir solamente a Dios, y a quienes
deseaban vivir y dedicarse todo el tiempo, en cuerpo y alma a alabar a Dios. Los
hermanos legos fueron enviados a buscar las cenizas perdidas de sus antecesores
por toda la región de La Toscana, junto a las autoridades públicas competentes,
deudos y familiares que también buscaban restos de cientos de civiles desaparecidos,
pero todas estas pesquisas fueron infructuosas, al menos inicialmente.
Por su parte, en
Venezuela vastos sectores se interesaron en informarse por el asunto de un
obispo venezolano muerto durante la II guerra mundial en Europa. Ya la dictadura
de Juan Vicente Gómez había pasado a la historia, no así sus consecuencias
inmediatas, y una junta revolucionaria de gobierno presidía el poder ejecutivo
del país. Andrés Eloy Blanco, Presidente de la Asamblea Nacional Constituyente,
quien sí conocía muy bien y apreciaba en sumo grado a Monseñor Montes de Oca,
desde cuando el obispo lo llegó a visitar en varias oportunidades cuando estuvo
en la prisión del Castillo Libertador en Puerto Cabello, emplazó a los
asambleístas a guardar un minuto de silencio en memoria del heroico clérigo y medió
muy efectivamente para que de manera oficial el Estado venezolano solicitara
las diligencias pertinentes para el hallazgo y repatriación de las cenizas del
ilustre prelado. En este proceso se designó al Pbro. Luis A. Rotondaro ([32]) de la
diócesis de Valencia, quien en su etapa de seminarista acompañó a su Obispo en
su segundo y definitivo exilio. Inmediatamente que tuvo sus credenciales en
manos, este valioso sacerdote emprendió viaje al viejo continente, para unirse
al intenso operativo del rescate de lo que quedaba de los mártires de la
Cartuja de La Farneta. En todas las aldeas, rincones y cementerios de la
Toscana preguntaban a sobrevivientes sobre el sitio dónde ubicarlos, sin repuestas
alentadoras.
No fue, sino
hasta principios de 1946, cuando se logró verificar el lugar exacto de la fosa
común de algunas de las primeras víctimas halladas, y días más tarde, el 07/02/1946,
se hallaron los restos de Mons. Salvador Montes de Oca, tras las insistentes
visitas y entrevistas a los supervivientes de la masacre. Una anciana señora
que había presenciado el fusilamiento de dos sacerdotes, fue quien informó que
los dos curas reposaban en el cementerio de Monte Magno, en Camaiore.
Inmediatamente, el nuevo Prior de la Cartuja, el Padre Fray Silvano Tomet, se
dirigió ante las autoridades civiles para solicitar toda la permisología
requerida para el caso, y simultáneamente, el Padre Rotondaro se movió a
coordinar todo el equipo científico y logístico que se necesitaría para la
exhumación e identificación del cadáver del mártir de la Farneta. Una vez
conformado el equipo se inició un arduo proceso de “rompecabezas” para tratar
de rescatar lo que más se pudiera en cada una de las dignas individualidades
recuperadas, y con la ayuda del examen y análisis de sus prendas de vestir, de sus
piezas odontológicas y de sus huesos, se logró rescatar las venerables cenizas de
cada mártir. En el caso de Fray Bernardo María, junto a su cráneo se hallaba
una hoja del breviario que le acompañó hasta los últimos instantes de su vida,
como así mismo, el número de su cinturón coincidía con el número de la
habitación privada que se le había asignado en la Cartuja. Finalmente, le
correspondió al doctor Mariotti reconstruir lo que quedaba de su humanidad para depositar sus cenizas en
la urna seleccionada. Para su despedida en la Cartuja se estableció una capilla
ardiente de cuerpo presente, de donde se trasladó a la Catedral de Lucca para
realizar el correspondiente ritual de exequias basado en la esperanza de vida
eterna, gracias a la muerte y resurrección de Cristo. Posteriormente, en la
ruta del retorno definitivo a tierras venezolanas, el féretro llegó a la ciudad
eterna de Roma, para ser velado en el Colegio Pio Latino con la presencia de
los Padres Sacramentinos, para que finalmente, en la Iglesia de Claudio, se
oficiara la Santa Misa Exequial de rigor, y con la presencia de autoridades
eclesiásticas y civiles, para su despedida de tierras europeas.
Todo el proceso
de rescate y reconstrucción del cadáver de Monseñor Montes de Oca se consumió
varios meses, y lamentablemente, cuando el cortejo fúnebre presidido por el
Padre Rotondaro, proveniente de Italia, llegó al puerto de la Guaira en el
vapor Lugano el día 12/06/1947, su anciano padre, don Andrés, quien tenía la
esperanza de estar cercano a las reliquias de su hijo mártir, entregó su vida a
las manos del Señor cinco meses antes, el 06/01/1947.
Una numerosa
representación por parte de las autoridades eclesiásticas y civiles se había
apostado en el puerto a fin de acompañar al Obispo mártir en su definitivo
regreso a su patria natal. Sus despojos mortales fueron velados con los
correspondientes ritos de exequias
contemplados en la Iglesia de San Juan de Dios de la Guaira, en la Catedral de
Caracas, y finalmente, en la Catedral de Valencia, donde fueron sepultados en el
área del presbiterio.
A pocos años de
la masacre en tierras alpinas la comunidad de Camaiore instaló una placa en memoria de víctimas inocentes que
cayeron en las masacres nacistas. En esta placa conmemorativa quedó grabado el
nombre del “Obispo de Oca, Obispo de Valencia”.
Años más tarde, el destino reparó en el rico y amplio repertorio de
las obras artísticas de Antonio de Villar, la confección del monumento de Mons.
Montes de Oca en su plaza epónima en Valencia, como el mismo autor refirió
personalmente al cronista de Valencia, Alfonso Marín en una entrevista-foro que
se llevó a cabo en el auditorio del diario El Nacional en Caracas, cuando
Antonio R. de Villar expresó a Alfonso Marín lo siguiente:
“el día que me
embarqué en La Guaira para ir a Europa, me encontré a bordo con monseñor
Salvador Montes de Oca, obispo de Valencia, quien iba desterrado por el
gobierno del general Gómez, y naturalmente hicimos en el trayecto una buena
amistad. Quién se iba a imaginar que años más tarde me tocaría a mí la
misión de hacer una estatua del obispo
mártir, para ser colocada en una plaza de Valencia” ([33]).
Las generaciones carabobeñas actuales y futuras pueden revivir la
imagen del segundo obispo de Valencia, Monseñor Montes de Oca, en su plaza
epónima ensombrecida bajo enormes y acogedores árboles ubicada en la avenida
Bolívar norte de Valencia, gracias al imponente monumento de monseñor Montes de
Oca, sin señalar la autoría de la escultura, oficialmente desconocida, porque “Antonio
Rodríguez del Villar pecaba de excesiva modestia o de una elocuente arrogancia
al realizar grandiosas obras escultóricas y eximirse de firmarlas” ([34]).
El mismo escultor
que honró a Carabobo con “el monumento conmemorativo de la batalla de
Carabobo, el cual es, en su género, el más expresivo y majestuoso que existe en
el continente” ([35]), de
igual manera, honró a la capital del estado con el busto de Mons. Montes de
Oca.
***************************************************************************
NOTAS COMPLEMENTARIAS
[2] En la actualidad 4 de las 5 jurisdicciones eclesiásticas regidas por obispos caroreños han sido elevadas a la categoría de arquidiócesis, manteniéndose Carora, como la única diócesis, sufragánea de la Arquidiócesis de Barquisimeto.-
Mons. José Manuel
Arroyo y Niño, Obispo de Guayana (1856 - 1885) ****** Mons. Críspulo Uzcátegui Oropeza, Arzobispo de Caracas
(1885 – 1904)
Mons. Salustiano Crespo Catarí, primer obispo de Calabozo
(1881 – 1888)
3 “El obispo mártir”, página 9, tesis de grado de Ana
Corina Montes de Oca Lara, UCAB, 2015.-
4 La diócesis de Barquisimeto
no tenía seminario desde que Guzmán Blanco cerró todos los seminarios. Gracias
a un decreto de Castro (1900) Mons. Aguedo Felipe Alvarado, quien entonces era
Vicario Capitular, el 21/01/1901, pudo refundar el nuevo Seminario con el
nombre de Santo Tomas de Aquino, anteriormente denominado San Agustín.
5 En Venezuela el término bedel se destina
exclusivamente al encargado de la limpieza de baños, pero en las universidades
europeas el vocablo se destina para premiar estudiantes destacados, a quienes
se les encarga chequear la asistencia de los estudiantes, notificar días de
asueto y otras actividades complementarias.
6 José Sarto hoy
día es santo, canonizado el 03/09/1654 por S.S. Pio XII.
7 Tesis de grado titulada ·El Obispo mártir” para cumplir con los requisitos académicos en la culminación de sus estudios en la especialidad de artes visuales de la escuela ce Comunicación Social de la UCAB (Universidad Católica Andrés Bello).
7 Tesis de grado titulada ·El Obispo mártir” para cumplir con los requisitos académicos en la culminación de sus estudios en la especialidad de artes visuales de la escuela ce Comunicación Social de la UCAB (Universidad Católica Andrés Bello).
8 Ramón Octavio Petit Petit (n. 07/02/1920 - m. 14/05/1976). Seminarista de la diócesis
de Coro, ordenado Sacerdote el 14 de julio 1946 en la Catedral de Coro, por
Monseñor Iturriza. Fue honrado con la distinción papal de monseñor en
septiembre de 1975. Hijo de Juan de Dios Petit y Guadalupe Petit, familia profundamente
cristiana, de cuyo seno familiar surgieron tres sacerdotales y una vocación
religiosa de la Compañía de Jesús. Como testimonio de este hito histórico en
los anales de la historia eclesiástica de Venezuela, SS., el Papa Pablo VI le
otorgó a Juan de Dios Petit el 5 de mayo de 1966 la distinción honorífica
"Augusta Cruz, Pro Ecclesia et
Pontífice", siendo Monseñor Iturriza, obispo de Coro, el encargado de
imponerle la condecoración.
9 Periodiquito Coromotano
“Estrella de Coromoto”, órgano no oficial autorizado que circulaba en la época
en el Seminario Interdiocesano de Caracas “Santa Rosa de Lima”, sin fecha,
seminarista Octavio R. Petit P., sin fecha.
10 Para mencionar solo a
algunos pocos, entre muchos de estos abnegados educadores se pueden relacionar
a los Hnos. Nectario María y Ginés de la Salle y a los jesuitas Dionisio
Goicochea, S.J. y Joaquín Echenique Mandiluce, S. J.
11 A favor y en
contra de los jesuitas en Venezuela, por el P. Francisco Javier Duplá S.J.
12 Monseñor
Rafael Arias Blanco fue consagrado obispo auxiliar de Cumaná a los 31 años de
edad en 1937. Monseñor Críspulo Uzcátegui, también caroreño, fue consagrado a
los 31 años para arzobispo de Caracas en el año de 1885.
13 Mons. Padilla se hizo famoso durante la
sublevación militar “el porteñazo” (02/06/1962) cuando su imagen recorrió todo
el planeta al socorrer a un soldado herido. La foto recibió el premio Pulitzer
en el año de 1963.
14 “A 120 años
de su nacimiento: Salvador Montes de Oca: Obispo y mártir de la caridad”, por
María Elena Mestas.
15 N.S.de Belén es la patrona de la diócesis de Maracay.
16 A favor y en contra de los jesuitas, F. Javier Duplá
sj.
17 Cita de Luis
Cubillán Fonseca en su artículo “Salvador Montes de Oca, el obispo mártir”.
18 Este
acontecimiento fue el origen de la famosa “generación del 28”.
19 En 1909 el estado
venezolano adquirió la casa Páez para conservarla como Patrimonio Histórico de
la Nación, pero durante los años en que Santos Matute Gómez fue presidente o
gobernador de Carabobo fue utilizada como comandancia de la policía de
Valencia.
20 Los gobernadores de Carabobo entre 1927 y 1936 fueron
según la Historia del Estado Carabobo de Torcuato Manzo Núñez: Ramón H. Ramos
(1925 1928), José María García (1928 1929), Santiago Siso Ruiz (1929) y Santos
M. Gómez (1929 1935). Este último fue el único que coincidió con prácticas
reñidas al ejemplar comportamiento de cualquier autoridad pública. Únicamente
el Cardenal Rosalio Castillo Lara y Luis Cubillán Fonseca señalan que el
coronel Hugo Fonseca Vivas fue gobernador durante este incidente.
21 Cita textual y literal tomada de “Para la Historia,
la expulsión de un obispo”, por José Humberto Quintero, Cardenal, Ed. Arte,
Caracas 1974, páginas 37-38.
22 Aparentemente se trata
del coronel Hugo Fonseca Vivas, siniestro personaje del régimen imperante.
23 El 17/07/1890 entre las esquinas caraqueñas de Pedrera y
Muñoz, se publicó el primer número del diario “La Religión”. Fue decano de la
prensa nacional hasta julio de 2004, cuando por razones de tipo económico, no
volvió salir a la luz pública.
24 Carta a los Efesios, 5,
31-32.
25 Evangelio de San Mateo, 19 - 6.-
26 El breviario es un libro portátil utilizado por
sacerdotes, religiosos y religiosas para practicar privadamente y sin
ostentación el hábito de la liturgia de las horas, mediante la cual, leen y
oran en base a salmos, antífonas, himnos, oraciones y lecturas bíblicas, en
distintas horas del día.
27 Carta fechada
el 13/10/1929 a pocas horas de desembarcar en Trinidad al Nuncio Apostólico en
Caracas.-
28 Carta fechada el 13/10/1929 a pocas horas de
desembarcar en Trinidad al Nuncio Apostólico en Caracas.-
29 La ingeniero caroreña Enma Rosa Oropeza publicó en
la revista Época (1947) un artículo en homenaje a Mons. Montes de Oca, con
imagen fotográfica de esta familia.-
30 “Un pantalón más”, Ricardo
Mandry Galíndez, pág. 164.-
31 En la Venezuela
republicana 5 obispos han sido expulsados del país: Mons. Ramón Ignacio Méndez,
Arzobispo de Caracas (1830); Mons. Buenaventura Arias Bergara, Obispo de Mérida
(1830); Mons. Juan Hilario Bosset Castillo, Obispo de Mérida (1848); Mons.
Silvestre Guevara y Lira; Arzobispo de Caracas (1870) y Mons. Salvador Montes
de Oca, Obispo de Valencia (1929).
32 La nunciatura corresponde
a la representación diplomática del Papa en aquellos estados con los cuales la
Santa Sede mantiene cordiales relaciones. Nuncio es el jefe diplomático de una
nunciatura. Generalmente el nuncio es consagrado obispo para que pueda compartir
algunas funciones apostólicas en el país donde se desempeña.
33 Mons. Fernando Cardenal Cento (1883 – 1973). En 1958
recibió el capelo cardenalicio de manos de Pio XII, ese mismo año participó en
el cónclave considerado en el selecto grupo de cardenales papables.
34 “Un pantalón más”, Ricardo Mandry Galíndez, pág.
163.-
35 “Un pantalón más”, Ricardo Mandry
Galíndez, pág. 163.-
36 “Sinopsis
histórica de la Arquidiócesis de Valencia (1922-2012) por el Pbro. Luis Manuel
Díaz.-
37 Se
acostumbraba antiguamente en días festivos de una persona o en momentos de
angustia, recolectar entre allegados una lista íntima, sin nombres, declarando
cantidad de misas ofrecidas, plegarias, comuniones, jaculatorias, sacrificios o
penitencias y otros actos piadosos a favor de dicha persona.
38 “Para la Historia, la expulsión de un obispo”, por
José Humberto Quintero, Cardenal, Ed. Arte, Caracas 1974.-
39 “Un pantalón más”, Ricardo
Mandry Galíndez, pág. 163.-
40 “Para la Historia, la expulsión de un obispo”, por
José Humberto Quintero, Cardenal, Ed. Arte, Caracas 1974.-
44 Tomás E. Carrillo Batalla y Rafael José Crazut
describen en su obra titulada “Proceso histórico de la deuda externa venezolana
en el Siglo XX” lo siguiente: “Por ello en 1931 se tomó la importante
decisión de cancelar los saldos pendientes de la deuda externa. Tal decisión de
apreciable importancia económica y política fue acogida con gran beneplácito en
una nación que, como hemos visto, había sido humillada, bloqueada y en cierta
forma extorsionada por los prestamistas foráneos. La cancelación de tales
obligaciones fue motivo de orgullo nacional y por muchos años privó en la mente
de los venezolanos la satisfacción de que nuestro país era uno de los pocos que
nada adeudaba al exterior”.
45 “Un pantalón más”, Ricardo
Mandry Galíndez, pág. 165.-
46 Sinopsis
histórica de la Arquidiócesis de Valencia (1922 – 2012) por el Pbro. Luis
Manuel Díaz, pág. 123.-
47 “Un pantalón más”, Ricardo
Mandry Galíndez, págs. 165 y 166.-
48 Sinopsis histórica de la Arquidiócesis de Valencia
(1922 – 2012) por el Pbro. Luis Manuel Díaz, pág. 126.-
49 Para una biografía de
Monseñor Salvador Montes de Oca por el Pbro. Hermann González O. S.J., Diario
de Carora, 22/09/1979.-
50 Sinopsis histórica de la Arquidiócesis de Valencia
(1922 – 2012) por el Pbro. Luis Manuel Díaz, pág. 126.-
51 “Para una
biografía de Mons. S. Montes de Oca, por Hermann González O. S.J., El Diario de
Carora, 22/09/1972.-
52 Frase citada en “Para una biografía de Mons. S. Montes
de Oca, por Hermann González O. S.J., El Diario de Carora, 22/09/1972.-
54 “Monseñor
Lucas Guillermo Castillo, un pastor según el corazón de Dios”, por el Cardenal
Rosalio Castillo Lara, págs. 175 y 176. Editorial Paulinas, 2004.-
56 “Un pantalón más”, Ricardo
Mandry Galíndez, pág. 172.-
57 “Para una biografía de Mons. S. Montes de Oca, por
Hermann González O. S.J., El Diario de Carora, 22/09/1972.-
58 Archivo del
Ministerio de Relaciones Exteriores. Cartas copiadas por
Hermann González S.J.-
59 Nuevo
Testamento, San Mateo, 7, 24 – 25.-
60 Discurso del excelentísimo señor doctor Monseñor
Enrique María Dubuc, obispo de Barquisimeto, en la repatriación de los restos
mortales del excelentísimo obispo de Valencia, Montes de Oca.-
61 En la página http://www.catholic-hierarchy.org/diocese/d2b60.html no oficial,
pero aprobada por la Santa Sede se puede ver la fecha del nombramiento: “22
Dec. 1934 fijado Obispo Titular de Bilta”.-
62 “Un pantalón más”, Ricardo
Mandry Galíndez, págs. 182 y 183.-
64 En la página http://www.catholic-hierarchy.org/diocese/d2b60.html no oficial, pero aprobada por
la Santa Sede se puede ver la fecha de resignación: “Month Uncertain. 1940
resigned”.-
65 Carta a sus familiares fechada en 1944, cuando ya se
encontraba en la Cartuja de la Farneta.-
66 “El Testamento
Espiritual de Monseñor Montes de Oca”, por el Pbro. Luis A. Rotondaro, diario
La Religión, 31/05/1947.-
67 El vocablo “partisano” se refiere a combatientes
civiles organizados como guerrillas clandestinas que se enfrentan a un ejército
de ocupación.-
68 El Prior es superior
mayor según las reglas, y es él quien gobierna el monasterio, ayudado por
algunos monjes llamados «Oficiales» en razón del oficio que desempeñan.-
69 Mateo, 5, 10.-
70 Mateo, 10, 40.-
72 “Por el breviario lo reconocieron” de Macky Arena, http://revistasic.gumilla.org/2017/por-el-breviario-lo-identificaron/ .-
73 Sinopsis
histórica de la Arquidiócesis de Valencia (1922 – 2012) por el Pbro. Luis
Manuel Díaz, pág. 158.-
74 “Por el breviario lo
reconocieron” de Macky Arena, http://revistasic.gumilla.org/2017/por-el-breviario-lo-identificaron/
.-
75 La caroreña e ingeniero Emma Rosa O. de Herrera mostró
una imagen fotográfica de Mons. Montes de Oca acompañado por el seminarista
Luis A. Rotondaro en Roma, www.encarora.com.ve/Vida/monsenor/MonsMontesdeoca2019
(Instagram).-
76 Antonio Rodríguez de Villar (1880 - ¿?) escultor
sevillano residenciado en Bogotá. Otras obras artísticas: Virgen de la Coromoto
en El Paraíso-Caracas; coronación de la Virgen de Coromoto en Guanare y el
Indio Mara; un busto del cardenal José Humberto Quintero; Dr. José Gregorio
Hernández hoy en la Academia Nacional de Medicina en Caracas. Alfonso Marín
cronista de Valencia, (Burbusay, Estado Trujillo 1908 – Valencia, 1989).-
77 Cita literal y textual de
la biografía de “Antonio Rodríguez Del Villar”, por Arístides Ureña Ramos,
22/06/2009.
78 Alfonso Marín, archivos del diario El Carabobeño,
30/12/1985 y 22/04/2012.-
**********************************************************************************************************************************
[2] En la Venezuela republicana 5 obispos han sido expulsados del país: Mons. Ramón Ignacio Méndez, Arzobispo de Caracas (1830); Mons. Buenaventura Arias Bergara, Obispo de Mérida (1830); Mons. Juan Hilario Bosset Castillo, Obispo de Mérida (1848); Mons. Silvestre Guevara y Lira; Arzobispo de Caracas (1870) y Mons. Salvador Montes de Oca, Obispo de Valencia (1929).
[2] En la Venezuela republicana 5 obispos han sido expulsados del país: Mons. Ramón Ignacio Méndez, Arzobispo de Caracas (1830); Mons. Buenaventura Arias Bergara, Obispo de Mérida (1830); Mons. Juan Hilario Bosset Castillo, Obispo de Mérida (1848); Mons. Silvestre Guevara y Lira; Arzobispo de Caracas (1870) y Mons. Salvador Montes de Oca, Obispo de Valencia (1929).
[1] Tomás E. Carrillo Batalla y Rafael José Crazut
describen en su obra titulada “Proceso histórico de la deuda externa venezolana
en el Siglo XX” lo siguiente: “Por ello en 1931 se tomó la
importante decisión de cancelar los saldos pendientes de la deuda externa. Tal
decisión de apreciable importancia económica y política fue acogida con gran
beneplácito en una nación que, como hemos visto, había sido humillada,
bloqueada y en cierta forma extorsionada por los prestamistas foráneos. La
cancelación de tales obligaciones fue motivo de orgullo nacional y por muchos
años privó en la mente de los venezolanos la satisfacción de que nuestro país
era uno de los pocos que nada adeudaba al exterior”.
[3] Sinopsis histórica de la
Arquidiócesis de Valencia (1922 – 2012) por el Pbro. Luis Manuel Díaz, pág.
123.-
[5] Sinopsis histórica de la
Arquidiócesis de Valencia (1922 – 2012) por el Pbro. Luis Manuel Díaz, pág. 126.-
[6] Para una biografía de Monseñor Salvador Montes de Oca por
el Pbro. Hermann González O. S.J., Diario de Carora, 22/09/1979.-
[7] Sinopsis histórica de la
Arquidiócesis de Valencia (1922 – 2012) por el Pbro. Luis Manuel Díaz, pág. 126.-
[8]
“Para una biografía de Mons. S. Montes de Oca, por Hermann González O. S.J., El
Diario de Carora, 22/09/1972.-
[9] Frase citada en “Para
una biografía de Mons. S. Montes de Oca, por Hermann González O. S.J., El
Diario de Carora, 22/09/1972.-
[11] “Monseñor Lucas Guillermo Castillo, un
pastor según el corazón de Dios”, por el Cardenal Rosalio Castillo Lara, págs.
175 y 176. Editorial Paulinas, 2004.-
[14] “Para una biografía de Mons. S. Montes de Oca, por
Hermann González O. S.J., El Diario de Carora, 22/09/1972.-
[17] Discurso del excelentísimo señor doctor Monseñor
Enrique María Dubuc, obispo de Barquisimeto, en la repatriación de los restos
mortales del excelentísimo obispo de Valencia, Montes de Oca.-
[18] En la página http://www.catholic-hierarchy.org/diocese/d2b60.html no oficial, pero aprobada por
la Santa Sede se puede ver la fecha del nombramiento: “22 Dec. 1934 fijado
Obispo Titular de Bilta”.-
[21] En la página http://www.catholic-hierarchy.org/diocese/d2b60.html no oficial, pero aprobada por
la Santa Sede se puede ver la fecha de resignación: “Month Uncertain. 1940
resigned”.-
[23] “El Testamento Espiritual de Monseñor Montes
de Oca”, por el Pbro. Luis A. Rotondaro, diario La Religión, 31/05/1947.-
[24] El vocablo “partisano” se refiere a combatientes
civiles organizados como guerrillas clandestinas que se enfrentan a un ejército
de ocupación.-
[25] El Prior es superior mayor según las reglas, y es él
quien gobierna el monasterio, ayudado por algunos monjes llamados «Oficiales»
en razón del oficio que desempeñan.-
[29] “Por el breviario lo reconocieron” de Macky Arena, http://revistasic.gumilla.org/2017/por-el-breviario-lo-identificaron/
.-
[30] Sinopsis histórica de la
Arquidiócesis de Valencia (1922 – 2012) por el Pbro. Luis Manuel Díaz, pág. 158.-
[31] “Por el breviario lo reconocieron” de Macky Arena, http://revistasic.gumilla.org/2017/por-el-breviario-lo-identificaron/
.-
[32] La
caroreña e ingeniero Emma Rosa O. de Herrera mostró una imagen fotográfica de
Mons. Montes de Oca acompañado por el seminarista Luis A. Rotondaro en Roma, www.encarora.com.ve/Vida/monsenor/MonsMontesdeoca2019
(Instagram).-
[33] Antonio Rodríguez de Villar (1880 - ¿?) escultor
sevillano residenciado en Bogotá. Otras obras artísticas: Virgen de la Coromoto
en El Paraíso-Caracas; coronación de la Virgen de Coromoto en Guanare y el
Indio Mara; un busto del cardenal José Humberto Quintero; Dr. José Gregorio
Hernández hoy en la Academia Nacional de Medicina en Caracas. Alfonso Marín
cronista de Valencia, (Burbusay, Estado Trujillo 1908 – Valencia, 1989).-
[34] Cita literal y textual de la biografía de “Antonio
Rodríguez Del Villar”, por Arístides Ureña Ramos, 22/06/2009.
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