martes, 20 de junio de 2017

VIAJE A PARAGUANÁ, PENÍNSULA DE TUNAS Y CHUCHUBES






PRIMERA JORNADA

"El cardon, la tuna. El cují son motivos para el verso dolido. El arenal, la tierra cuarteada, resaltan en esa poesía la sed, que cada quien lleva consigo".


El lunes 23/02/1998, día de celebración de las tradicionales fiestas de carnaval, salimos desde Ciudad Alianza a las 6:30 a.m.., Aly Carrillo, María Josefina Sarratud Colina, Raquel Sánchez y mi persona, Juan Pablo Sarratud Porras, en un pequeño automóvil Fiat Uno, de dos puertas, de color del aluminio, propiedad del hijo mayor de Aly, Aly Rafael. Ese día se presentaba claro, despejado y fresco, en contraste con los días calurosos que lo habían precedido.
Nos detuvimos en el peaje de La Entrada en Naguanagua, para esperar una camioneta pick-up, "azul", y otro vehículo, en los cuales venían los integrantes de la comitiva científica de la expedición francesa para observar el eclipse en la Península de Paraguaná. Observé a Aly nervioso porque el grupo de viajeros ya venía retrasado a la hora convenida, a las 7:oo a.m., y ya era las 7:45 a.m., cuando divisamos la pick-up de color marrón claro, y seguidamente un pequeño carro.
En la camioneta venían los esposos Ramón y Regina, residenciados en Bejuma, con sus pequeños hijos: Daniel y Yann. Los acompañaba el astrofísico de la Universidad VII de París, Francois Vannuci, quien aparentemente fingía de jefe de la expedición del grupo de científicos franceses. Se trata de una personalidad intelectual, introvertida, muy jovial en el trato, especialmente con los niños, domina su idioma materno, además del inglés y del italiano. Aparentemente lo noté muy reservado con la alimentación tropical de fabricación pública. Cuando nos detuvimos en un restaurante en Sanare, todos nos desayunamos con arepas, a excepción de él, que hizo su dieta a base de las frutas que venían en la camioneta de Ramón.
El motor de la camioneta estaba recienhecho, igual que la adpatación de la cabina, con asientos traseros, muy confortables, bien tapizados, y piso totalmente alfombrado. La camioneta conservaba su cajón descubierto, y venía totalmente ocupado con bastimentos de comida, frutas tropicales, agua potable, cavas, maletas con la ropa de los ocupantes. En ese momento se me vinieron a la mente los recuerdos de las excursiones de los muchachos en su etapa con los scouts, pues las naranjas, tomates, papas, melones y patillas venían por sacos; las botellas de agua mineral, los diablitos y la pasta de atún se traían por cajas; y por su parte, la pasta de distintos tipos y el pan integral, se conservaban por paquetes. Adicionalmente estaban provistos de cajas con numerosos platos, cubiertos, vasos plásticos, servilletas, fósforos, etc. No podían faltar las hamacas, carpas, varios equipos profesionales de fotografía, binoculares y telescopios portátiles. Con toda seguridad llevaban equipo de primeros auxilios, pero no lo llegué a ver. De inmediato se hicieron las presentaciones de rigor entre quienes no nos conocíamos.
Regina es oriunda de Francia. Habla perfectamente el español con el tono característico afrancesado. De carácter muy afable y de grata conversación, con excelentes cualidades de atenciones refinadas a quienes le rodean. Su esposo, Ramón Mejias, hijo de un artista pintor residenciado en París, me hizo recordar cuando se iniciaba la televisión en el país, y entonces, yo aún pequeño, veía un programa para enseñar a los niños a dibujar, que se titulaba más o menos así: "dibujando con Mejias". Ramón trabajó muchos años en Francia para la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho, atendiendo y orientando a los becarios del programa. Posteriormente pasó a formar parte de los funcionarios de nuestra embajada acreditada en París, para atender, facilitar y orientar a los venezolanos con algún problema digno de asistencia a través de nuestra embajada. Por lo que pude observar en la conversación, se trata de esos funcionarios típicos desconocidos, pero que permiten dejar muy en alto nuestro gentilicio ante terceros países, porque trabajan calladamente con profunda responsabilidad, mística y amor por su patria.
La pareja tiene 18 años de casados, sus hijos, nacieron y crecieron en Francia, hasta la fecha en la cual decidieron venirse a vivir definitivamente en Venezuela, para establecerse en la pintoresca población de Bejuma, hace aproximadamente tres (3) años. Viven en la calle lateral de la Iglesia matriz, donde opera un foto estudio, medio de vida del grupo familiar. Los hijos en edad escolar primaria estudian en un colegio privado, le hacen transporte ellos mismos en bicicleta, y en general, se ve una familia sencilla, unida y feliz.
Gracias a los nexos de amistad, nacionalidad, idioma, y principalmente, al hobby por la astronomía, desde hace tiempo han venido comunicándose con los científicos franceses, quienes les pidieron un apoyo logístico para su expedición científica a la Península de Paraguaná, con motivo de la observación del eclipse de febrero de 1998. Cuando iniciaron dichas conversaciones, por correspondencia o por internet, ya no había disponibilidad de hospedaje en hoteles o habitaciones en alquiler, porque desde hacía tiempo otros investigadores se habían adelantado y reservado su alojamiento. Fué entonces, cuando Ramón habló con Aly, su viejo amigo desde que vivía en Francia, a fin de que le ayudara en su intención de lograr ser un fino y excelente anfitrión. Aly se movió de inmediato, efectiva y eficazmente, entre sus conocidos y logró garantizar una casa sencilla, con todos sus servicios, de fácil acceso e ideal ubicación para el evento esperado, en la población de Buchuaco, frente a la playas caribeñas, en medio de una zona de casas vacacionales.
Aly, a su vez, no deseaba ir solo, sino acompañado por alguien "con quien hablar", por lo que a finales del mes de Diciembre de 1997, habló conmigo para ver la posibilidad de que viajara en su carro en vez de irme por mi cuenta. Gustosamente le acepté la idea, proponiéndole, si no había algún inconveniente, que invitáramos a María Josefina y a Raquel Sanchez, a lo que él accedió con sincero gusto y alta satisfacción.
Volviendo al encuentro en el peaje de la Entrada, los franceses venían en un pequeño, pero cómodo Ford Festiva, de color plata, full equipo, aire acondicionado, cuatro puertas, alquilado sin chofer en Maiquetía cuando llegaron a Venezuela. En el mismo venían Allain Chevallier, a quien siempre ví conduciendo el vehículo. Cyril Birnbaum, en el asiento de adelante a la derecha del conductor. Atrás venían Yves Bantman y Bárbara Maitre. De tal manera, que el grupo de científicos franceses estaba conformado por cinco (5) personas).
Allain tiene aspecto de ser una persona muy seria, pero una vez que entra en confianza, se ve muy tratable, alegre, dado a los chistes y bromas sanas. Cyril era el más joven del grupo, el más extrovertido, el más práctico para resolver todas las situaciones adversas que se presentaban, con una gran capacidad de adaptación al medio ambiente e idiosincrasia de la gente. En todo momento demostró un nivel muy refinado de profesionalismo en sus funciones que desempeñaba, en calidad de fotógrafo astronómico. Yves y Bárbara están casados; él, era el más serio del grupo, el menos comunicativo, ella, por su parte, es una mujer joven, muy jovial, de excelente trato y conversación, sin importarle las barreras idiomáticas. (Ver Apéndice Nº 1, Foto Nº 1J1).
Una vez conocidos unos y otros seguimos el rumbo en caravana hacia la ciudad de Coro. Hicimos la primera parada en la estación de servicio de Sanare, encrucijada de las vías hacia las costeñas poblaciones de Chichiriviche, San Juan y la principal Moron-Coro. Nos desayunamos todos en base a las criollas y típicas arepas, juguitos de frutas. Cafés, etc. Noté con gran complacencia que los franceses saborearon de buen agrado las arepas, e incluso, algunos de ellos repitieron. Francois desayunó a base de frutas frescas y tropicales que venían en la camioneta. Finalmente, compraron habanos para fumarlos durante la presencia del eclipse. Cada quien cancelaba individualmente lo que consumía. Se notaba en todo el grupo un estado colectivo de alegría y entusiasmo, mucha camaradería y comunicación, sin interponerse en ningún momento las barreras del idioma. Regina casi no se daba abasto en calidad de intérprete oficial del grupo.
Proseguimos el viaje y no nos detuvimos más hasta llegar a Cumarebo, donde funciona un taller al aire libre de escultura. Se trata de un artista ingenuo, sin escuela, ni maestros, autodidacta, pero con talento artístico, y quien ha iniciado a su esposa e hijos en el mismo arte. Su apellido es Sánchez, y ha adquirido mucha fama en la zona, hasta tal punto, que ha expuesto obras en el Museo Contemporáneo de Coro "Sofía Imbert". La materia prima utilizada por el artista son las rocas de origen marítimo. Las obras artísticas no las vende. Para la subsistencia de la familia, venden bases de mesas, adornos para oficinas, para decorar exposiciones comerciales en vidrieras y para salas de recibo. Sus precios, para la fecha de la visita, oscilaban entre 70.000 y 300.000 Bs. / pieza. El grupo de franceses elogió y demostró mucho interés en las obras artísticas.
Al cabo de un rato continuamos el trayecto, y en muy poco tiempo llegamos a la ciudad de Coro, donde hicimos un toque técnico en la casa de Ana Petit, quien estaba acompañada para ese momento de su hermano Samuel Petit y de Juan Carlos. La característica hospitalidad de Ana no se hizo esperar, recibiendo con mucha deferencia a todo el grupo y obsequiando a cada uno una refrescante malta, la cual, bajo el inclemente sol tropical y el calor, fué altamente acogida por todos. De una vez hablé con Ramón para ver si había la posibilidad de llevarnos con nosotros a Juan Carlos, y efectivamente, con mucha complacencia siguió con nosotros a la Península de Paraguaná en la camioneta pick-up. Nos detuvimos en la estación de servicio Lara, al final de la avenida Los Médanos para llenar los tanques de los vehículos con gasolina. Ya se sentía la afluencia de turistas y observadores hacia las zonas claves para observar el eclipse, por la larga cola de espera de turno para llenar los tanques de gasolina. Reinaba en el ambiente un clima de camaradería entre todos los asistentes, cuando se hablaban unos con otros sin conocerse, como si fueran viejos amigos, se oían chistes de un lado y otro en torno al sol y la luna, otros hablaban de las personalidades que venían a presenciar el fenómeno, o compraban helados, dulces de leche coriano, y así, de esta manera la larga cola se nos hizo corta y llevadera en contraposición de las largas colas de tráfico habitual en las zonas urbanas. Una vez cumplido este proceso necesario de abastecimiento de combustible proseguimos vía Buchuaco, centro turístico en la costa oriental de la Península.
Como nota curiosa refiero algunos de los chistes que llegué a oir en la cola de la gasolinera:
Cuando el sol y la luna se casaron se fueron de viaje de "luna de miel" a otra galaxia. Llegaron a un hotel "diez estrellas", pero en vista de que no habían reservado con suficiente anticipación, solo por tratarse de una pareja de reciencasados y tan simpática, les buscaron acomodo en una habitación improvisada que colindaba con la habitación de güachimanes, separada con un tabique muy ligero con grafitis y pequeñas perforaciones por el lado del dormitorio de los vigilantes. Sucedió que cuando la joven pareja ya estaba por marcharse a continuar su viaje por las galaxias, uno de los grandes vigilantes celestes oye con mucha claridad que el sol le decía a la luna "ahora súbete tu arriba", y luego, la luna con tono de desesperación replicaba: " no, mejor súbete tu arriba", y así, de esta manera, sucesivamente se iban alternando que si el uno arriba, que si el otro arriba, cuando de pronto oyó decir: "vamos a probar los dos arriba". El entrometido vigilante se dijo entonces a sí mismo. "esta pose si es verdad que nunca la he conocido", y de inmediato, se puso a curiosear por uno de los tantos huequitos del tabique. La gran sorpresa, cuando vió algo totalmente distinto a lo que se había mal pensado. Vió cómo el sol y la luna estaban encaramados sobre la maleta tratando de cerrarla, que por lo apretujado de cosas que llevaban no cerraba.
Otro de los chistes que recuerdo: en cierto aniversario al sol se le olvidó la fecha de uno de los tantos felices eclipses que habían pasado juntos el sol y la luna, y esta, se entristeció mucho, pero no dijo nada. Poco tiempo después el sol recordó la fecha y le llegó a la luna cargado de un bellísimo ramo de meteoritos, cometas y demás corpúsculos celestiales. Qué significa esto? - Preguntó la luna. -Cómo!- exclamó el sol, haciéndose el ofendido, - Ya te has olvidado que de que hoy hace dos mil quinientos ochenta y cinco años, dos meses y cinco dias del eclipse de Jonia?
Llegamos a una casa muy sencilla, con dos (2) habitaciones, un (1) baño, cocina, sala comedor y amplio terreno a los cuatro (4) costados de la casa. De inmediato nos dedicamos con la participación de todos a bajar y acomodar de una vez los bastimentos, equipos de carpas, utensilios, y en general, todo el equipaje, a excepción, del equipo profesional de investigación de los franceses, todo lo cual, ellos mismos, muy celosa y cuidadosamente iban bajando y colocando en lugares resguardados dentro de la habitación principal de la casa. Entre el solar lateral y trasero desmontaron y limpiaron con suma rapidez el terreno y montaron dos (2) carpas. Una vez que ya todo estaba en su lugar correspondiente se preparó una mesa con panes, frutas, potes de diablitos y de atún, quesos, frescos, agua mineral, etc., para que cada quien preparara su sandwich al gusto. Algunos prefirieron ir a la playa en todo el frente de la casa, con una hilera de casas de por medio. Había muchos bañistas frente a la atractiva vista de un mar que se percibía suavemente cálido y gratamente refrescante y que reflejaba con toda su majestad la tarde clara con una agradable brisa marina.

Al atardecer Aly nos llevó en su carrito a Punto Fijo por la vía de Pueblo Nuevo, Buena Vista, Moruy, Santa Ana, Tacuato, Punto Fijo. Ninguno de los que íbamos estaba ducho en los itinerarios de la Península, por lo que el viaje se nos hizo más largo si hubiéramos tomado directo hacia Punto Fijo cuando pasamos por Moruy. Cuando llegamos ya casi estaba oscuro. Al siguiente día, cuando me volví a ver con Aly, supe que se regresó por la misma vía porque se retornaba solo y temía perderse, por lo que llegó muy cansado y tarde a la casa de Buchuaco, y de paso, no deseaba tener que volver a Punto Fijo porque quedaba muy lejos. Estábamos todos bastante desorientados y nos vimos obligados a comunicarnos telefónicamente en el primer teléfono público que conseguimos con José Antonio, quien nos orientó para que nos dirigiéramos a la Plaza Bolívar de Judibana, frente al centro comercial y teatro del mismo nombre. Noté un poco nervioso a Aly, por la hora y porque debía viajar solo. Esperamos un rato a José Antonio en la plaza, por cierto muy limpia y acogedora, con una Iglesia grande, moderna al frente, con aire acondicionado central. Aproveché para hacer una breve visita al Santísimo, llamar a Pino en Valencia, y al junior en Punto Fijo, reportando el buen viaje que habíamos hecho. Mientras tanto María Josefina y Raquel compraban algunos perros calientes para llevar. No se tardó mucho en llegar José Antonio a buscarnos para llevarnos a su residencia. Las muchachas se refrescaron y José Antonio nos llevó a la habitación que nos había preparado. Se trata de una residencia muy acogedora, con aire acondicionado central en el recibo, comedor y habitaciones. Tiene una cocina muy bien equipada y disponible para las cuatro o seis habitaciones residenciales, que dan todas hacia un patio central. Las habitaciones tienen alfombra, closets, mobiliario, baño incorporado con agua natural y templada. José Antonio estaba muy contento de tenernos de visita en su residencia, aunque tuviera que cumplir con sus compromisos de estudio. Después de cambiar impresiones y comernos los perros calientes salimos en grupo al club de empleados de la compañía, donde estaba Thays José, Nicola, María José y su amiga Leila. Nos divertimos un buen rato jugando bowling. Regresamos tarde para descansar y prepararnos a la siguiente jornada.


SEGUNDA JORNADA


"Solo en el cerro Sta. Ana encontramos una flora verdaderamente rica, con los esplendores tropicales...El cerro de Paraguaná es una reproducción en miniatura del Avila."

Hoy amanecimos descansados, frescos y con mucho ánimo para subir al cerro Santa Ana (832 m). Lamentablemente José Antonio no nos podrá acompañar porque tiene compromisos de clases todos estos días. Suele salir de la residencia a las 6:30 a.m. y regresa a las 4:30 p.m., cuando ya se ha desocupado de todos sus compromisos. A pesar de estar todos en plan vacacional, él sale con mucho entusiasmo y alegría, sin lamentarse en ningún momento de sus obligaciones. El resto del grupo se dividió en dos grupos: por una parte, Nicola, Thays José, María José, María Josefina y Raquel, y por la otra, Juan Carlos y mi persona. Nosotros dos salimos junto a José Antonio, de pasajeros en carrito por puesto hasta el centro de la ciudad, donde nos desayunamos, y seguimos, en buseta hacia Moruy, a donde llegamos frente a la acogedora plaza a las 8:05 a.m. El otro grupo, a excepción de Nicola, ya estaba en el parque de Moruy, a partir de donde arranca el camino de ascenso al cerro Santa Ana. Nos diirigimos en el carrito de Nicola hacia el parque, donde esperamos por breves minutos un tercer grupo de excursionistas, conformado por un colega de José Antonio, ingeniero químico, prestando sus servicios en una de las concesionarias privadas de contratos de servicios de PDVSA, de nombre Manuel, acompañado por su primo y un joven norteamericano de Arizona, apodado familiarmente "Ben", de tránsito en Barquisimeto gracias a un programa de intercambio a través del Club de Leones.
Las bellas guardabosques nos leyeron la cartilla para ascender a la montaña, igual que en todos los parques de Venezuela: no ingerir licor dentro del parque, no encender fogatas, no sacar especies vegetales y animales del parque, nadie debía alejarse del grupo de excursionistas, prohibido llevar equipos de música a gran volumen, ni cazar, ni llevar armas de fuego, notificar cualquier irregularidad en el grupo o en otros grupos, reportarse al momento del retorno, entre otras tantas disposiciones adicionales. Siempre he estado de acuerdo plenamente con todas esas recomendaciones, porque es la única manera de que los ciudadanos tomen conciencia del deber de cuidar y proteger la naturaleza.
Me llamó la atención una regla que no se establece en otros parque venezolanos, y es, la prohibición de subir después de las 9:oo a.m., debido a que el ascenso en la última etapa es riesgosa y dificultosa, y para evitar accidentes y control de excursionistas, han procedido de tal manera en el Cerro de Santa Ana. Todos nos registramos en un libro de control donde se archiva nombres, apellidos, cédula de identificación, edad, procedencia, teléfono y media firma.
Cumplidos los requisitos formales iniciamos el ascenso. El grupo estaba conformado por diez ( 10 ) miembros, de los cuales, yo era el de mayor edad, con 56 años, el resto del grupo, todos jóvenes entre 24 y 27 años aproximadamente: Manuel (1), su primo (2), Benjamin "Ben" (3), Thays José (4), Nicola (5), María José (6), María Josefina (7), Raquel (8), Juan Carlos (9) y mi persona (10), seis (6) caballeros y cuatro (4) muchachas, cinco (5) de las familias Sarratud y Colina y cinco (5) íntimos de la familia. Aproximadamente habíamos recorrido 100 metros, planos, sin mucho sol, ni mucho calor, cuando el primo de Manuel empezó a reclamarle por haberlo llevado a ese sitio, creyendo que en lugar de eso iban a ir a las playas y expresando mucha disconformidad con la actividad que realizaba. El resto del grupo se notaba completamente ambientado, disfrutando a plenitud, expresando salidas humorísticas en torno a cualquier detalle de ropa, resbalón, o cualquier situación apremiante de los asistentes, todo lo cual demostraba mucho entusiasmo por la excursión. En esos momentos el primo de Manuel se regresó al parque de Moruy, desde donde esperaría el regreso de todos nosotros, llevándose consigo el garrafón de agua potable. De hay en adelante solo llevábamos una pequeña cantimplora para los nueve que seguíamos.
El trayecto inicial se hace a través de senderos con vegetación xerófita muy tupida de lado y lado, con mucha sequedad en el ambiente, tallos y ramas espinosos por doquier, favorablemente teníamos poco sol por la hora, por la abundancia de nubes y por los arbustos de aproximadamente tres (3) metros que protegen del sol como sombrillas naturales al viajero, todo lo cual, nos proporcionaba una temperatura fresca y agradable. El terreno es cada vez más escabroso, con muchas piedras sueltas que provocan continuamente deslizamientos bruscos e inesperados sin consecuencias mayores de peligro. Se pierde la cuenta de las repetidas caídas que uno se da, a excepción, cuando tiene chance de agarrarse de los desgastados y lustrosos tallos donde queda grabado el desgaste por tántos transeúntes que nos hemos asido a esos oportunos bastones que nos brinda la naturaleza a quienes la vamos a visitar.
Al cabo de un corto tiempo que a uno le parece mayor de lo que realmente es, llegamos a un sitio denominado popularmente como la explanada, donde cada uno se iba deteniendo a descansar e intercambiar con los demás las impresiones del ascenso, y principalmente, a esperar que los más rezagados se unieran al grupo: Nicola y Thays. Luego de un breve descanso en troncos de maderas o piedras grandes y de rehidratación con mucho sentido de racionalización, proseguimos juntos el viaje.
En esta etapa entramos a lo que a mi punto de vista personal es lo más impactante de este interesante recorrido por la máxima altura de la Península de Paraguaná. Se trata de un brusco e inesperado cambio de un paisaje eminentemente árido, cálido, semidesértico, con su flora y fauna propias a otro ambiente totalmente contrastante, característico al de las selvas tropicales, con abundante humedad, inmensos árboles de anchos tallos y de gran altura que brindan una sombra, hasta tal punto, de que se siente la sensación de que estuviera próximo el anochecer, y los ojos inadaptados al brusco cambio de la alta luminosidad a la oscura sombra de los árboles. Las gotas de agua provenientes de la exuberante vegetación nos caen en nuestros cálidos y enrojecidos rostros y se sienten heladas mientras chorrean sobre el cuerpo sudoroso.
Todos nos callamos para oír con más agudeza el canto de los grillos y de aves, cuyas melodías no estábamos familiarizados a escuchar en nuestro medio ambiente de procedencia urbana. Si antes nos resbalábamos al pisar piedras sueltas, ahora los deslizamientos eran provocados porque caminábamos sobre una vereda fangosa sumamente resbaladiza.
El camino empezaba a ser más empinado a medida que avanzábamos y nos hallamos con moles de piedras muy húmedas, mohosas y difíciles de cruzar sin resbalarze, hasta tal punto, que en algunos sectores han colocado guayas clavadas para ayudarse a subir sobre ellas. En este punto se hace más peligroso el ascenso porque en alguna oportunidad se podía caer al vacío. En medio de los grandes farallones de piedra maciza en algunos sectores corre el agua libremente formando chorros de agua helada equiparable a una lluvia abundante, aprovechando aplacar la sed con agua fresca y pura, como así mismo para llenar la pequeña cantimplora. Forzosamente teníamos que andar juntos, ayudarnos mutuamente para subir, indicando a los otros dónde colocar con firmeza los pies, o de qué rama agarrarse y sujetarse para impulsarse hacia arriba. Nuestras ropas venían húmedas y cubiertos por brea negra, y con frío. Bajo estas condiciones llegamos hasta una zona muy especial, donde debíamos franquear una muralla de piedra totalmente vertical, húmeda, de aproximadamente cuatro o cinco ( 4 - 5 ) metros de altura, pero auxiliados con dos grandes cuerdas a lado y lado del sendero.
En realidad se trata de un paraje difícil y peligroso, a excepción de quien domine la técnica del rapé, pero con cuidado y sin prisa, se sube hasta llegar a una zona de menor inclinación, pero con un gran follaje que no permite avanzar de pié, sino prácticamente a rastras, ayudándose de los mismos tallos de las ramas y de los huecos en las piedras. Pasada esta última prueba se vence la cima del cerro. Entonces, la tensión desaparece totalmente y el espíritu es embargado por la alegría de haber culminado la meta del viaje, y el silencio del grupo se rompe por las manifestaciones de triunfo. Al dominarse la altura de la montaña se siente una sensación de que uno es el dueño de toda la Península de Paraguaná y de todo el mar azul que la rodea, y de todas las nubes que pasan velozmente bajo nuestra vista, a tal grado, que provocan un ligero mareo. Soplaba un viento muy fuerte, sonoro y gélido, incómodo para la respiración de los pulmones jadeantes por el esfuerzo del difícil ascenso. El mismo provocaba aparición y desaparición en fracciones de segundos de grandes paisajes a lo profundo de nuestra vista, tras la cortina de nubes y neblina movidas de un sitio hacia otro por su acción permanente. Es así, como apreciábamos por breves segundos apareciendo y desapareciendo ante nuestra mirada, valles de sembradíos, con sus demarcaciones, los corrales adosados unos tras otros, plantaciones de variados tipos en cuadrículas verdes, cruzadas por carreteras y caminos de tierra, las playas con sus hileras blancas de olas y el horizonte azul marino confundido con el azul celeste. Momentáneamente se sentía como si no se estuviera pisando tierra firme, sino por el contrario, como si se estuviera flotando en el aire, con leves mareos y vértigos pasajeros.
El ímpetu de la brisa era muy agradable y refrescante para nuestros cuerpos sudorosos y cansados por el ascenso a la cima. Empero, para mi caso particular me pegaba mucho por mi problemas sinositis, porque sentía un intenso ardor interno por toda la región de las fosas nasales, los senos frontales y la frente. Ya desde que veníamos muy abajo, me ví en la necesidad de cubrirme medio rostro al estilo de los vaqueros del americanos del oeste asaltantes de caravanas, para evitar la entrada de polvo, y ya en la cima, para protegerme del viento frío, y no fué impedimento para que disfrutara tal igual como el resto del grupo de la extraordinaria magnificencia del paraje natural que nos rodeaba.
Para rellenar los panes con atún, picanesa y diablitos tuvimos que pasar mucho trabajo a causa del fuerte viento que nos llevaba bolsas, servilletas, e incluso, las laticas metálicas, hasta que conseguimos una gran roca semiprotegida por otras más altas, y sin embargo tuvimos que colocarnos todos en círculo, alrededor de la misma, para impedir la acción de la brisa. ¡Así sopla el viento en la cumbre del cerro de Santa Ana!
Una vez que comimos y bebimos agua fresca que habíamos recogido en el ascenso en la única cantimplora que llevábamos, descansamos un buen rato, todos acostados boca arriba en el suelo, en silencio, contemplando cómo pasaban las nubes vertiginosamente, viendo revolotear muchos pájaros, viendo la formación encorvada de los arbustos por la acción contínua, perenne, quién sabe desde cuantos años. Me imagino que cada quien observaba y pensaba en su interior silenciosamente, sin ponernos de acuerdo de asumir esa actitud contemplativa. Y no es para menos, porque realmente se siente muy cerca la presencia de Dios en tales circunstancias, viéndose obligado a ensalzarlo, glorificarlo y darle gracias por su maravillosa creación.
Transcurrido este espacio de la excursión nos pusimos a desperezarnos y recoger las pocas cosas que habíamos traído para emprender el regreso. El sol ocupaba el cenit, y sin embargo no recibíamos sus inclementes rayos, gracias a la gran cantidad de nubosidad en la atmósfera. El descenso se realizó con el mismo cuidado y precauciones que cuando subíamos, sin prisa, con mucha tranquilidad y seguridad de lo que hacíamos. Cuando salimos del bosque tropical y nos internamos en la zona xerófita, el viaje se nos hizo más agobiador porque nos acompañaba el sol, hacía calor, se nos había agotado la provisión de agua, y porque el cansancio era mayor, lo que provocaba más traspiés y caídas que cuando subíamos. Realmente parece el trayecto mucho más largo de regreso que de ida, recorriendo exactamente el mismo camino. ¡Por fin!, llegamos al puesto de guardabosque, muy cansados, con dolores musculares y con mucha sed. Nos refrescamos con garrafas de agua potable, comentamos el viaje y sus anécdotas. Como aún era temprano, Juan Carlos aprovechó para ir a la medicatura rural, donde se entrevistó con el médico, Dr. Francisco, para hablar de su residencia en la próxima pasantía a realizarse en la Península , pero no pudo obtener respuesta definitiva, por lo que tendría que volver en otra oportunidad. Luego salimos Juan Carlos y yo a hacer una visita de cortesía a la casa de la familia de Janet, donde nos obsequiaron una limonada oportuna y refrescante que me hizo recordar las que tomábamos al mediodía antes del almuerzo en la Pastora (Caracas). Janet es estudiante de medicina en la Universidad Francisco de Miranda (Coro), residenciada en la casa de Ana, por lo que Juan Carlos y ella han hecho buena amistad, incluso a nivel de ambas familias. Después, cuando relataba el viaje de regreso en casa, supe que la mamá de Janet está emparentada con nuestra gran amiga Aissa, vecina de Ciudad Alianza.
Ya cayendo la tarde regresamos a Punto Fijo en la misma disposición que habíamos venido. Juan Carlos tomaba con mucho entusiasmo datos del trayecto para facilitar su próxima estadía en la zona. Ya en la hospitalaria residencia de José Antonio, nos bañamos, comimos una suculenta y deliciosa pasta, especialidad de Nicola, como buen descendiente de padres italianos. Luego de descansar un poco partimos al Club Social y Deportivo de los empleados del complejo de refinería de PDVSA, el más grande del mundo.
Eran las 8:30 p..m. cuando Mario y Ben se empezaron a despedir en el club porque ellos iban al balneario de El Supí. En tan solo escuchar que ellos iban hacia allá les pregunté si no había inconveniente que me dieran la colita a Buchuaco, donde se encontraban los científicos franceses, a lo que accedieron gustosamente. Previendo que en el campamento científico no hallaría cama para pasar la noche, y evitar hacerles pasar esa incomodidad frente a mí, José Antonio me prestó un buen saco de dormir. Aproximadamente a las 10:oo p.m. estábamos en Buchuaco. Tal vez por el cansancio del día, o por la oscuridad de la noche no pude dar con la casa donde se albergaban Aly y los franceses. Estuvimos dando vuelta y vuelta por cantidad de estrechas calles hasta las 12:oo a.m. Con mucha pena con Manuel y Ben, les pedí que me dejaran en la sede de Defensa Civil, frente a la cual ya teníamos muy bien ubicada por las tantas veces que habíamos dado vueltas por todo el balneario. Me impresionó mucho el ambiente festivo en todos los rincones del pueblo. Música a alto volumen, grupos en las aceras tomando cerveza, y en la propia playa aún se bañaban muchos temporadistas a pesar de la hora, al son de una miniteca pública, según información que me dieron, financiada por la alcaldía de Pueblo Nuevo. En todas partes las tertulias giraban en torno al eclipse, temas de astronomía y de objetos voladores no identificados. En el albergue de Defensa Civil pedí al jefe de la delegación permiso para pernoctar, una vez, que les expliqué mi situación. Cuando me confirmaron que no había inconveniente, les pedí disculpas y les dí las gracias a Manuel y Ben, quienes esperaron hasta último momento, sin la menor intención de dejarme sin solucionar la estadía, al menos por esa noche. Una vez que continuaron su trayecto hacia El Supí, los funcionarios de guardia me registraron en el libro de novedades del día, con todas las señales de identificación, dirección de procedencia, destino, dirección y teléfono de algún familiar a quien llamar, etc.
En todo momento la hospitalidad y cordialidad hacia mi persona fueron excelentes, sintiéndome satisfecho, tranquilo y orgulloso de ver unos jóvenes compatriotas desempeñarse de tal manera. Independientemente del saco de dormir que llevaba conmigo, me ofrecieron que tomara las colchonetas que necesitara. Realmente, había pilones de colchonetas como para abastecer un regimiento. El grupo de voluntarios era de aproximadamente veinte (20), la mayoría de los cuales, dormían profundamente en hamacas, colchonetas en el piso, y las muchachas estaban instaladas en las habitaciones internas dotadas de camas literas. En los pasillos no se veía orden para los distintos equipos de salvamento, comunicaciones, primeros auxilios, etc, mezclados con las hamacas y colchonetas. Para ese momento no había agua potable, pero en muchos tambores alrededor de la casa habían recogido el preciado líquido. Hablé muy poco con los que estaban de guardia. Me invitaron a que acomodara mi puesto para dormir, donde prefiriera. Me cepillé los dientes con agua de los tambores, me lavé la cara, y seleccioné el saco de dormir sobre dos colchonetas al lado de una pared con una amplia ventana por donde entraba una brisa suave y refrescante e impidiendo la picada de zancudos.
Me costó mucho reconciliar el sueño, porque tenían una emisora de radio a muy alto volumen, y al mismo tiempo, el equipo de comunicaciones con otros puestos de auxilio, y todas las luces encendidas. Me alarmó sobremanera la cantidad de mensajes que se oían a través de sus equipos de telecomunicaciones relacionados con accidentes, solicitud de auxilio y demás situaciones de emergencia. Favorablemente ninguno era dirigido a este puesto de resguardo civil. Cuando por fin, pude quedarme dormido no tenía noción del tiempo, porque había dejado el reloj en el bolso y ya no me provocaba salir del saco de dormir.
Ya en la madrugada, al irse la luz, todo quedó en silencio y a oscuras, lo que me despertó. Cosas inexplicables: primero no podía dormirme por las condiciones extrañas a las que estaba habituado, y cuando todo eso cambia por la tranquilidad, la falta de ruido, de luz, de ventiladores, etc., me despertaron. Desde mi improvisado lecho se veía el característico cielo estrellado más abundantes que en la poblaciones urbanas. Cuando llegó la luz nuevamente, y con ella, el despelote de sonidos por aquí y por allá, me volví a dormir profundamente.


TERCERA JORNADA

"Cujíes dormidos por sobre el lomo de las montañas azul turquí son como grandes ramas dispersas de árbol gigante que duerme aquí".

Aproximadamente a las 5:15 a.m., me desperté con el característico sonido del encendido del motor de una camioneta de auxilio vial de defensa civil, cuando aún estaba oscuro y se podían ver todavía infinitas estrellas en el firmamento. Desde mi posición observé detenidamente los movimientos de los voluntarios en su faena de aseo personal, hasta que se habían desocupado las tinas de agua. Entonces me levanté con mucha pereza y saludé a todos los que se me cruzaban por el camino, recibiendo con mucha afabilidad la respuesta al "buenos días", otros, quienes no me habían visto llegar la noche anterior porque ya dormían, se extrañaban de mi presencia, pero igualmente, demostraban mucho respeto y amabilidad hacia mi persona, y todos, me demostraban mucha preocupación por saber cómo había pasado la noche, si había descansado, si me faltaba alguna cosa, en fin, una hospitalidad muy sincera de parte de todos.
Después de mi aseo personal y de poner en orden las pertenencias que me habían facilitado y las propias que traía conmigo, me dirigí al jefe del grupo y le expliqué que deseaba buscar a pie la casa de residencia del grupo de científicos franceses, pero sin el morral ni el saco de dormir, para que me permitiera dejarlos allí, y buscarlos más tarde, una vez que encontrara la casa perdida. Accedió gustosamente, me recomendó dónde dejarlos, y luego de despedirme y darles las gracias, salí en busca de la casa. Tomé el tiempo de salida para saber cuánto tiempo tardaría en hallarla: era exactamente las 6:oo a.m. Tenía cierta idea por dónde empezar, y a los tres (3) minutos, ya había dado con la casa, la cual, prácticamente estaba al lado. Me dí cuenta entonces que la noche anterior, cuando la buscábamos, había pasado no menos de diez (10) veces por todo el frente, pero por la oscuridad, nunca pude identificar el frente de la misma, y si en la noche anterior, sentía frustración, cansancio, pena con Manuel y Ben, ahora por el contrario, estaba muy contento y animado por encontrarla tan rápidamente.
Tenía una leve preocupación de cómo me recibirían los franceses y Aly, porque desde que habíamos llegado de Valencia me había separado del grupo. Pero rápidamente se me disipó ante la acogida tan amable y las demostraciones sinceras de mucha alegría por volverme a ver por parte de todos, sin excepción de nadie. Realmente me sentí muy halagado y en un ambiente muy grato. Me invitaron a que tomara de la mesa un sabroso y alentador desayuno de panes de sandwichs con queso, diablitos o atún y café con leche. Todos me rodeaban para oír las peripecias de la noche anterior, con Regina de intérprete. Hubo muchos chistes en torno a lo sucedido. Posteriormente unos se fueron a la playa, otros a leer, o preparar sus instrumentos, y otros a poner en orden la casa. Aly sacó el carrito para llevarme a buscar el equipaje en la sede de defensa civil. Estaba tan cerca que podía ir a pie, pero para no defraudar a su buena voluntad, accedí ir en carro. Por su parte, Allain también salía a Pueblo Nuevo para llenar el tanque de su carro con gasolina. Aly le dijo que él lo escoltaría para que no se perdiera o ayudarlo con el idioma, pero el francés demostró más bien disgusto por tanta sobreprotección, y arrancó y se fué.
Salimos y de inmediato ya estabamos en defensa civil. Recogí mi equipaje, dí mi profundo agradecimiento por el valioso auxilio que me habían prestado la noche anterior y nos despedimos sin dejarlos de invitar al lugar seleccionado por los franceses para presenciar el eclipse. Aly les hizo un croquis de cómo llegar al hato San Francisco, cercano a El Vínculo. Yo desconocía todos esos pormenores por mi ausencia del campamento. Ellos habían dedicado buen tiempo de su estadía en recorrer toda la zona a fin de ubicar un sitio estratégico, hasta que se habían decidido por el señalado hato de San Francisco.
Dejamos mis pertenencias en la casa y nos dirigimos a Pueblo Nuevo para echarle gasolina al carro. Había una gran cola en espera de que llegara la luz. Allain estaba más adelante que nosotros. Mientras tanto me puse a caminar cerca para conocer el pueblo. Aproveché y llamé a María Josefina, sin contarle nada de que había pasado la noche en la sede de defensa civil de Buchuaco, para no preocuparla. También llamé a Pino, quien me informó que estaba bien, igual que los muchachos. Siempre que dejo a Pino sola ando preocupado por la situación de inseguridad que vive el país, y de esta manera, quedé más tranquilo, ya que todo estaba bajo control .
Ya de regreso todos a la casa-campamento, me percaté de que los franceses querían hacer una pequeña gira turística por el centro colonial de Coro y precisaban de la ayuda orientadora de Aly, quien me pidió el favor de lo sustituyera porque se sentía cansado, además, de que yo conocía mejor la zona. Gustosamente accedí.
Salimos en la pick-up: Ramón, Regina, Francois, Daniel, Jann y yo. En el otro carro festiva iban Alain, Cyril, Yves y Bárbara, quienes se detuvieron en las inmediaciones de Adícora, al lado de vendedores de franelas estampadas y otros souvenirs. Ramón los esperó para no perderlos de vista. Cuando nos pasaron Cyril nos enseñó la franela estampada con el eclipse solar y la Península, como para hacernos coco de que ellos habían hecho una buena adquisición y los de la camioneta, ninguno había comprado nada. Le dije a Ramón que los pasara y a Regina que les enseñara por la ventana una franela de Daniel o de Jann. Así se hizo. Nos volvieron a pasar y nos enseñaron otra de las franelas que habían comprado. Le dije nuevamente a Ramón que les pasara y a Regina que les enseñara un trapito bastante sucio de grasa, lo que hizo celebrándolo con mucha gracia, y los pasamos. No se hizo esperar mucho tiempo y nos volvieron a pasar, pero esta vez, Cyril no nos enseñó ninguna de la franelas que habían comprado, sino que se bajó pantalones y calzoncillos y nos enseñó el trasero asomado a la ventanilla. Regina no hallaba qué decirme, me pidió disculpas una y otra vez, y yo le dije, que no se preocupara, que yo no lo tomaba a mal, tratando de tranquilizarla. Internamente sí me sentía perturbado, pero también lo tomé como una actitud muy europea y no le dí mayor importancia. Pero el jueguito terminó y seguimos en caravana los dos vehículos. El carro de Ramón presentó algunas fallas, pero aún así, llegamos sin problemas a Coro. Nos dirigimos directamente al Hotel Miranda Cumberlands, y sin contratiempo alguno, Yves confirmó su vuelo de retorno a París, para el día viernes 27 a las 6:oo p..m. Mientras tanto, Ramón se había puesto a sacar las bujías, revisarlas una por una, y finalmente, irlas colocando nuevamente en el motor. La falla persistía. Un señor, quien le había prestado una llave especial , le sugería que llevara la camioneta a ver con un mecánico amigo suyo. En vista de que notaba a Ramón receloso. Le indiqué en voz baja que yo lo conduciría a la casa de mi cuñado (Toté), quien es experto para saber lo que más le convenía hacer. Así lo dispusimos, y primeramente condujimos al resto del grupo para que hicieran un recorrido por el centro colonial, para reencontrarnos en una hora en el mismo hotel, cuando supuestamente habría sido corregido el problema del carro. Así se hizo, fuimos Ramón y mi persona, y le presenté a Toté, a Antonio y a la Nena. Fanny en ese momento sufría de una fuerte crisis de migraña, por lo que no pudo atendernos. De inmediato, Toté se puso a revisar el motor, y muy rápidamente descubrió la falla que consistía en que el tornillo de la base del alternador estaba quebrado por la mitad. Intentaron sacar la parte del tornillo enroscado en la base del motor, pero no pudieron. Fueron al taller de "los negritos", quienes pudieron sacar el tornillo. Un nuevo problema se presentó por la plena hora del mediodía, ya que el comercio había cerrado y no se podía comprar el tornillo, por lo que teníamos que esperar hasta las 2:oo p.m., cuando abrieran nuevamente las ventas de repuestos. Como ya se había consumido el tiempo para encontrarnos con el resto del grupo en el hall del hotel Miranda, le pedí el favor a Toté que me prestara el granada para irlos a contactar. Salimos Antonio y yo en el granada, pero aún no habían llegado, por lo que nos pusimos a recorrer los alrededores del casco colonial de la ciudad, donde hallamos a Regina, los chicos y a Cyril. Acordamos ahí mismo que todo el grupo se regresara en el festiva a Buchuaco, una vez que terminaran su recorrido y compras de souvenirs, mientras que nosotros, Ramón, Regina, y yo, nos regresaríamos en la camioneta, una vez que se solucionara definitivamente la falla.
Mientras esperábamos a que abriera el comercio, revisamos el libro de Tío Padre "Pinceladas Falconianas", y textos escolares sobre Geografía e Historia de Venezuela, para buscar documentación que se llevarían los franceses para la publicación prevista en las revistas científicas en torno al eclipse solar. Había cierta confusión en torno al sitio seleccionado por los franceses para presenciar el eclipse, porque les habían informado que en dicho sitio había nacido el héroe epónimo del Estado Falcón, Gen. Juan Crisóstomo Falcón, lo cual, es falso, porque se sabe a ciencia cierta que él nació en la Hacienda Tabe, Municipio Jadacaquiva, el 27/01/1820. El hato San Francisco, donde se instalaría el grupo de científicos franceses fué una de las pertenencias del Gen. Falcón, pero, no fué su lugar de nacimiento. Regina copió algunas notas y las guardó. Como había pasado el tiempo, Toté y Ramón fueron a comprar el tornillo, y una vez de regreso, en menos de 10 minutos, ya lo habían arreglado. Probaron y chequearon exhaustivamente para estar seguro de que no fallaría nuevamente. Nos despedimos de todos, notando a Ramón y Regina alta y sinceramente agradecidos a Toté por el auxilio prestado en un lugar distante y desconocido de su casa. Ramón invitó muy cordialmente a Toté para que el día del eclipse nos acompañara en el hato San Francisco, explicándole muy detalladamente cómo llegar hasta allá. En el trayecto de retorno veníamos los tres pendientes ante cualquier ruido extraño en el motor. Lo cierto es que el arreglo duró en buenas condiciones por el resto de la excursión.
Llegamos sin nuevos contratiempos a Buchuaco, encontrándonos con el grupo en plena diversión, unos en la playa, otros reposando en su cama o hamaca, leyendo revistas y libros científicos, haciendo anotaciones de ubicaciones de estrellas en los mapas celestiales. Comimos algo a base sandwichs, frescos, etc. Reposamos un poco, y llegada la hora prevista todos empezaron a empacar todo para ir a pasar la noche en el hato San Francisco, ya que para el día del eclipse, el grupo científico debía amanecer en el mismo sitio, con el equipo preparado, lo que llevaba horas de trabajo.
Así pues, salimos de Buchuaco, pasamos por frente a El Supí, seguimos hasta el cruce donde a la izquierda se toma la via hacia Santa Rita y Pueblo Nuevo, y siguiendo derecho pasamos por la Laguna de Tiraya. En este cruce a la derecha se llega a los poblados de Yaima y Sibure, pero seguimos derecho hasta pasar frente a Las Cumaraguas, donde se ven las instalaciones sin terminar de Médanos Caribe.
Siguiendo la vía principal se llega a otra encrucijada, de donde parte a la derecha la carretera hacia Puerto Escondido y Cabo San Román, punto costero de tierra firme de Venezuela más norteño. La vía a la izquierda conduce a El Vínculo, hacia donde nos dirigimos hasta llegar al hato San Francisco, el cual queda frente a la carretera entre El Vínculo y Las Cumaraguas, más cerca de El Vínculo. La ubicación geográfica tomada con los aparatos que traían los franceses indicaba exactamente:
12º - 04' - 57"
69º - 55' – 34”
En el lado norte de la carretera hay una gran casa muy vieja, con un cartel de venta. En el lado sur de la carretera existe un pequeño oratorio en ruinas, y más al sur, como a 100 metros otra casa antígua, en ruinas también. La capilla en ruinas adquiría una agradable frescura y un color de tierra húmeda por los efectos de los rayos solares debilitados por el del atardecer. La pequeña estancia de la capilla invitaba a sentarse en las escaleras frontales de acceso a la misma, y presenciar desde allí el esplendoroso crepúsculo solar. Realmente se sentía la presencia del Creador de todas las maravillas naturales presentes en el ambiente que nos rodeaba e invitaba a la reflexión silenciosa y solitaria. A todo al rededor estaban los franceses, muy animada y alegremente, levantando carpas, acomodando equipos fotográficos en distintos sitios, lo que no perturbaba en nada.
Me pasó por la mente el largo viaje de los Tres Reyes Magos en medio de una gran caravana de camellos, ricamente abastecidos con suficiente bastimentos, tiendas de acampar, cocinas, literas, linternas, mapas geográficos y celestiales, y cuántas cosas más, en pos de una estrella. Nosotros también andábamos en pos de la estrella sol que al siguiente día se taparía a nuestra vista por el paso de la luna entre el astro y nuestro planeta. Estos franceses venían de oriente con equipos científicos sofisticados, pero no veían a Dios en el entorno que nos rodeaba. Yo, sí lo había encontrado, y lo sentía muy vivamente en el ambiente, como si estuviera en una gran catedral natural. También pasaron por mi mente todos mis seres queridos vivos y muertos. Aún cavilaba en estos y otros pensamientos más, cuando se me acercó Aly para ofrecerme la cola a Pueblo Nuevo, donde podría seguir ruta en buseta a Punto Fijo. Debía pasar la noche allá, porque al siguiente día, después del eclipse, el grupo se regresaría a sus respectivos puntos de origen, y tenía que traerme a María Josefina y a Raquel, quienes traían equipaje pesado y no sabrían llegar a donde estaban los franceses.
El trayecto de Pueblo Nuevo a Punto Fijo fué rápido, agradable, rodeado de pasajeros muy amables, sencillos. En todas partes las conversaciones giraban en torno al eclipse. Una vez en Punto Fijo, tomé taxi a la residencia de José Antonio, quien me recibió esplendorosamente. Luego de un reparador baño, y unas buenas y sabrosas arepas con carne desmechada preparada por Thays y Nicola, fuimos al Club, donde nos encontramos con Mary, Raquel, María José y Leyla. Nos divertimos mucho jugando bowling, tomando algunas cervecitas y picando papitas fritas, tostoncitos, etc. Tarde y cansados nos retiramos a la residencia.


CUARTA JORNADA

"hay un punto en el camino donde se empieza a querer; el que no lo vió no supo cuándo, cómo, dónde fué"

Llegó el gran día esperado por todos los que estábamos congregados en la Península de Paraguaná para observar el fenómeno astronómico que no se volvería a presenciar en Venezuela hasta el año 2.075. Científicos, astrónomos aficionados, periodistas, astrólogos, autoridades civiles, turistas se habían adueñado de toda la zona umbral del eclipse, desde Colombia, Guajira, Maracaibo, Península de Paraguaná e islas del mar Caribe
Dormí como hacía noches no lo hacía, plácidamente, en ambiente de aire acondicionado, buen colchón, etc. Me bañé, y a las 5:30 a.m. estaba preparando un cafecito con leche espumosa. A las 6:oo a.m. llamé a las muchachas, quienes dormían profundamente. Ya para las 6:38 a.m. estaba despidiendo a José Antonio, quien salía todos los días a esa hora para recibir clases de post grado. Eran las 7:30 a.m., cuando nos despedíamos de Thays, María José y Nicola, puesto que salíamos a encontarnos con el grupo de franceses, y de allí mismo seguiríamos de retorno a Valencia. Levábamos dos morrales muy pesados que antes habían venido desde Valencia en el carro de Aly, pero que ahora, en transporte público se nos hacían más pesados. Sentí mucha satisfacción haber dejado mi maletín en el campamento de los franceses. Salimos de la residencia de José Antonio hacia el centro de Punto Fijo en un carrito por puesto, cuyo conductor se paró frente a nosotros y me dijo: -"Señor Juan, buenos días, ¿Va para el mercado?". Por supuesto que le respondí con un SI, rotundo y sin vacilación. Las muchachas andaban sorprendidas, porque un forastero de Valencia era reconocido por un chofer de Punto Fijo. Les expliqué que por casualidad era el mismo que nos había llevado a Juan Carlos y a mí, el día que salimos de pasajeros los dos para subir de excursión al cerro Santa Ana, que habíamos conversado mucho en el trayecto, hasta el punto de darnos a conocer mutuamente nuestros nombres, por lo que éste mismo chofer me llamó por mi nombre de pila esta segunda vez. Una vez en el centro de Punto Fijo nos desayunamos bien porque no sabíamos cómo se nos presentaría el resto del día, y de inmediato, partimos rumbo a Pueblo Nuevo en una buseta. Ya yo conocía muy bien cómo desenvolverme en estos menesteres de transporte público. Siempre me pareció un servicio mucho más práctico, ágil y atento, que el que recibimos entre Ciudad Alianza, Güacara y Valencia. La gente es mucho más cordial, mucho menos agresiva, y los conductores abusan menos con el volumen de música dentro de la unidad, las cuales, de paso, se notan mucho más cuidadas y limpias. Y lo más importante, no llevan sobrecarga de pasajeros. El recorrido fué el siguiente:
8:oo a.m. Salida desde el centro de Punto Fijo (mercado).
8:15 a.m. Redoma de Judibana.
8:19 a.m. Paso por el frente de la avícola "El Taparo".
8:36 a.m. Paso por el pintoresco pueblo de Moruy.
8:41 a.m. Güacurebo.
8:45 a.m. Paraguaná de Antaño, hato "El chuchube".
8:47 a.m. Buena Vista.
8:57 a.m. Pueblo Nuevo.
Hasta este punto era el destino de la buseta donde veníamos desde Punto Fijo. Nos bajamos e investigamos un poco si había transporte hacia El Vínculo. En vista de que no hay, tomamos un taxi para que nos llevara al hato San Francisco.
9: oo a.m. Salida desde Pueblo Nuevo.
9: 37 a.m. Llegada al hato de San Francisco.
Fuimos muy bien recibidos por todos, especialmente a María Josefina y a Raquel, a quienes no habían visto más desde que se alojaron en Judibana. Nos obsequiaron bocados ligeros y frutas, mientras se esperaba la hora del eclipse. Todos lo equipos estaban meticulosamente preparados, acordonados por una gran cinta amarilla para evitar tropiezos de observadores ajenos al grupo, que ya empezaban a llegar, o de chivos realengos de la comarca.
Regina me comentó que el día anterior, muy poco después de haberme ido, una comisión de Defensa Civil había visitado el campamento, para cerciorarse de que yo estaba bien, sin nuevos contratiempos, y ponerse a la orden de todos. Todo el grupo quedó gratamente impresionado por el gesto de estos ejemplares servidores públicos, y en señal de agradecimiento, les obsequiaron folletos, mapas, fotos y algunos lentes especiales para observar el eclipse sin dañarse la vista. Los franceses se llevaron muy buena imagen de la organización de defensa Civil en Venezuela, a pesar de que nuestro políticos han hecho todo para que la imagen negativa de Venezuela en el exterior sea la que predomine. Si cada quien cumple con sus deberes ciudadanos en el lugar que le corresponda, por pequeñas que sean, las cosas marcharían muy distinto al caos que vive nuestra sociedad actual. ¡Honor a los venezolanos de buena voluntad!
A mediados de las 10:oo a.m. observé a todos los integrantes científicos muy nerviosos, porque había un exceso de nubosidad poco usual, por cierto, en la zona, lo que impediría la buena observación del eclipse, y por supuesto, el fracaso de la expedición científica de estos hombres venidos de Francia. Nos sentamos en la escalinata del oratorio, Cyril, Francois y yo a esperar qué pasaría. Cyril hacía muchas anotaciones en una pequeña libreta de espiral, de portada rojo vivo, con mucho anexos de tablas numéricas, cuadros de equivalencias, desconocidos para mí, pero que él interpretaba con mucha soltura, haciendo las anotaciones en las páginas en blanco. Hablaron algunas cosas en francés entre ellos. Sin embargo, había mucha brisa en el ambiente, lo que hacía correr las nubes, pero llegaban otras. Ramón, por su parte, empezó a picar los cocos que le había obsequiado Ana, cuando pasamos por Coro. Los franceses estimaban como muy buena bebida el agua de coco.
En espera de la hora del eclipse, fuimos Mary, Raquel y yo a conocer la casa en ruinas a unos 400 metros al sur del oratorio, dentro de los mismos linderos de la hacienda. Yo me aventuré a entrar y cuando iba por la segunda habitación, me llevé susto mayúsculo con un ruido y un cogotazo suave. Instintivamente corrí varios pasos hacia adelante y me dí media vuelta para ver quién me estaba esperando detrás de la puerta. Era una bandada espantada de murciélagos que había emprendido el vuelo de huida ante el ruido provocado por mi cautelosa entrada al aposento. Pero ya se me habían quitado las ganas de seguir explorando un sitio tan lógobre y abandonado. Tomé con mucha precaución para evitar encontarme con animales ponzoñosos en su interior una concha marina pintada de azul que en un tiempo se usaría para sujetar una puerta. En casi todo el piso de arena suelta se podían observar cueros secos de culebras, rastros de tenazas de alacranes, etc., por lo que me precipité rápidamente al exterior de la casa. Regresamos al campamento y nos integramos al grupo.
Aproximadamente a las 11: oo a.m. llegaron Toté y Jaire en la camioneta de este último. Se los presenté a quienes no lo conocían. Ramón y Regina los recibieron de muy buen agrado en agradecimiento a lo que habían hecho por ellos en Coro con la camioneta accidentada.
Casi simultáneamente también llegó un grupo de turistas norteamericanos, instalándose en las inmediaciones del oratorio. Uno de ellos venía en silla de ruedas, muy bien equipada, con motor eléctrico, y con equipo manual de observación y de fotografía profesional. Nos obsequiaron a todos los presentes una muestra de sus lentes adaptados para observar el eclipse sin dañarse la retina del ojo. Los lentes son de cartón negro, con una inscripción por la parte externa central que dice "ECPLIPE SHADE", y en la patica derecha: "THE GREAT CARIBBEAN ECLIPSE, february 26 th, 1998". En la parte interna del lente, de color blanco están las instrucciones de uso en idioma francés, y en el centro, en idioma inglés: "SAFE DIRECT SOLAR VIEWING, eclipse shades TM, mig in U.S.A. by Rainbow Synphny, inc". En los espacios correspondientes para mirar está incrustado un papel aluminizado mylar ahumado negro. En este momento los franceses también sacaron sus lentes y los repartieron entre los asistentes. Igualmente son de cartón azul, por dentro y por fuera. Por fuera lleva la inscripción en idioma francés: "CIEL et ESPACE", como se llama la revista científica que ellos representaban. El papel aluminizado mylar que hace las veces de lentes es dorado por fuera y plateado por dentro. En la parte interna tiene grabada las instrucciones de uso, siempre en francés, y en centro, el fabricante: Mig by Rainbow Symphony Inc. ¡Qué coincidencia, el mismo fabricante!. Un tercer tipo de lente japonés también me llegó a mis manos, siempre de cartón, rojo por fuera, negro por dentro, patrocinado por la firma Foto Japón, con todas las inscripciones en idioma español, fabricado por la firma Sumo Graphix Ltda., en Caracas. Adicionalmente yo me había comprado dos lentes de soldador en la ferretería de Ciudad Alianza, con especificaciones 11 SCS 1 DIN, uno se lo dejé a Pino, y el otro lo cargaba conmigo. Las recomendaciones dadas por los entendidos en la materia, indican que la única manera de observar el sol directamente es mediante el uso de filtros especialmente diseñados para este propósito.
A medida que se acercaba la hora llegaban más vehículos al sitio, con música a alto volumen y cavas con hielos y bebidas alcohólicas. Pensé que podían alterar el orden y la tranquilidad que teníamos hasta el momento, pero fueron moderados en su afán de demostrar alegría y fiesta ante el acontecimiento por llegar brevemente.
Toté salió a Pueblo Nuevo en la camioneta de Jaire, acompañado por Mary y Raquel, con la finalidad comprar pan, frescos y algunas chucherías para picar en espera del eclipse.
Me encontraba detrás del oratorio con el grupo de franceses comiendo patillas, melones, piña, naranjas, cuando me llegó Juancho para informarme que habían llegado en el Jeep de Antonio José, acompañados con su primo, quienes también fueron muy aceptados por todos, una vez que se los presenté, integrándose con suma facilidad, como si se conocieran desde hace mucho tiempo.
El nerviosismo aún persistía entre todos los presente por la presencia de mucha nubosidad en el cielo. Pero de improviso, como por arte de magia, faltando media hora para empezar la función, el cielo se despejó totalmente, y todos, unísono, celebramos el fenómeno providencial. Periódicamente hacía observaciones hacia el astro sol, porque, supuestamente, la luna estaría ya muy próxima al gran astro, pero no se veía ni rastro de la misma.
La sombra o mancha de la luna solo se pudo apreciar desde el momento cuando se hizo el primer contacto, a las 12: 45 p.m. Los rayos solares son tan fuertes, que no permiten ver la luna en sí, pudiéndose observar tan solo su silueta negra. Toté aún no había llegado de Pueblo Nuevo. Pero hasta este momento no se apreciaba ningún fenómeno extraño en el ambiente. En cambio, sí se notaba una gran ansiedad, expectativa y alegría en el carácter de todos los asistentes. En esos momentos un gran rebaño de vacas pasó por el frente de la para recogerse en la vaquera. Me maravilló que si nosotros no percibíamos todavía nada, cómo los animales, con mayor percepción que nosotros los humanos, ya estaban percibiendo el cambio en la atmósfera, por instinto. Simultáneamente unos zamuros emprendieron vuelo y empezaron a volar en aire en forma circular, entre el oratorio y la casa en ruinas.
Fué tan solo, cuando la luna cubría la mitad del sol, cuando empezamos a percibir cambios en el ambiente, en primer término, los rayos solares muy amarillentos, parecido a cuando una gran quema tapa el sol y se nota el ambiente amarillento. La temperatura aún se mantenía en 30º C.
A partir de este momento el oscurecimiento general llegaba muy rápido. De pronto apareció a la derecha del sol el planeta Venus, en medio de un cielo azulado como en el atardecer de cualquier día. Por cierto, fué muy aplaudido y vitoreado por todos.
Ahora se sentía más fresco, y la alegría y la emoción de todos iba en ascenso. Oscurecía aún más. Los zamuros desaparecieron. A los lejos en el firmamento se empezaron a encender las luces de los pueblos cercanos, entrando así, a una esplendorosa noche tropical, fresca, imponente y majestuosa, porque todos sabíamos que eran las 2:oo p.m. Quince segundo más tarde, la luna tapó totalmente el sol, oscureciéndose totalmente. En esa breve noche nos pudimos contemplar unos a otros los rostros sonrientes y alegres, extrañados otros, los niños brincando, los científicos concentrados en su labor de tomar fotos unas tras otras. Noté, en medio de la oscuridad, algunos brazos erizados, no sé, si por el frío nocturno inesperado y brusco, o por la emoción de lo que observábamos. Uno de los momentos de mi vida que he sentido más cerca la presencia de Dios, fué en tales momentos. Se me vinieron a mi mente los rostros de todos los familiares no presentes en ese momento, como en una película, donde aparecía uno seguido del otro. La verdad, es que no hay palabras para describir un eclipse total de sol, y la única manera de reseñarlo minuciosamente, es vivirlo.
El eclipse total duró donde estábamos 3 minutos y 36 segundos. Se sentía frío. Los astros Venus, Saturno y Júpiter se veían con mucha precisión a simple vista, ya que durante este corto tiempo se podía observar hacia el sol, sin lentes protectores. Lo que se veía era una gran luz al rededor de la sombra negra de la luna. Los pocos carros que pasaron frente a nosotros por la carretera llevaban sus luces encendidas.
De pronto, Toté exclamó fuertemente: ¡Buenos días!, ¿Y el cafecito de la madrugada?. Todos celebramos su ocurrencia, porque ya empezaba a aclarar. A partir de ese momento todo el proceso que habíamos presenciado al comienzo, lo volvíamos a revivir, pero ahora a la inversa. Rápidamente los zamuros volvieron a alzar vuelo en el mismo sitio donde estaban anteriormente. De los árboles salieron en bandadas muchos pájaros, que por cierto, no había notado cuando se habían posado en las ramas. Sucesivamente se fueron extinguiendo los planetas visibles. El azul oscuro se aclaraba rápidamente. Nuevamente se sintió el colorido amarillento del sol. Ya para este momento Cyril no tomaba fotos hacia la bóveda celestial, sino de los rostros y reacciones de los asistentes.
Abrí un huequito con un alfiler en uno de los sobre blancos donde traía el lente de soldador, puse el otro sobre en el piso, e hice proyectar la luz solar a través del sobre perforado, y que se proyectara en el que estaba en tierra. Perfectamente se proyectaba la figura del sol en forma de media luna.
A las 3:38 p.m. la luna se desprendió totalmente del sol (cuarto contacto). En ese momento Allain sacó de una pequeña cava con hielo unas botellas de legítima champagne francesa. Durante los días anteriores los cilindros de frescos y agua mineral habían sido cuidadosamente preparados para convertirlos en copas de brindis. En esta ocasión tan especial no podía dejar de brindar con el grupo, a pesar de que posteriormente me sobrevendría mi dolor de cabeza migrañoso, como ocurría siempre que tomaba bebidas alcohólicas espumantes. Brindamos por Francia y Venezuela. Por cierto, al siguiente día no me agarró el dolor de cabeza.
Todo lo que ocurrió después fué muy rápido. Una triste despedida de todos, porque los franceses tenían su vuelo reservado en Maiquetía, al siguiente día temprano. Los de Bejuma se iban directo a su lugar de destino de hay mismo. Aly, las muchachas y yo, nos dispusimos regresar a Valencia, pero Aly me aceptó la invitación para quedarnos en Coro, en la casa de Ana, y partir al siguiente día. Todavía suenan en mis oídos las últimas palabras de Allain al despedirse, en perfecto español y con acento afrancesado: "VENEZUELA ES UN GRAN PAIS".

 Ciudad Alianza, a los siete días del mes de marzo de mil novecientos noventa y ocho (manuscrito original).
Ciudad Alianza, a los nueve día del mes de marzo de mil novecientos noventa y nueve (transcripción del manuscrito original)



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Juan Pablo Sarratud Porras





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