lunes, 19 de agosto de 2019

ENTRE CORDONES Y TRENZAS



(Parábola en memoria de los caídos por la libertad de los pueblos)

Trasladarse al siglo pasado durante la década de 1930 y transitar las típicas calles del centro de Valencia incita a presenciar, disfrutar y detallar con tranquilidad y sin el agite con el que estamos viviendo en la actualidad conocer un paisaje urbano en blanco y negro, pero con el vivo colorido de valores que plasman sus protagonistas: calles angostas, en su mayoría, empedradas, limpias, con huecos y vistosos rieles de las tranvías o del ferrocarril, estrechas aceras con frentes de casas destartalados, y tímidos ambulantes, algún que otro carruaje impulsado a caballo y faroles para el encendido nocturno.
Pocas damas circulan, a no ser, en horas mañaneras, buscando agua en garrafas o víveres en bodegas y mercados públicos, con sus típicos trajes de largas faldas y llamativos sombreros, al tanto que, los caballeros visten elegantemente con vistoso y elegante traje oscuro acompañado de sombrero, camisa blanca, chaqueta combinada con el paltó, dejando ver solo el nudo de la corbata. Por supuesto, tanto damas como caballeros, calzan zapatos de cordones o de trenzas, como popularmente suelen son conocidos. Toda la moda que reina en el ambiente consiste en la fiel copia  de viajeros y viajeras provenientes de Europa y Norteamérica.

Calle Comercio de la Valencia de 1930


Todo este escenario típico de Valencia se repite en el resto del país cubierto por la sombra del régimen dictatorial de Juan Vicente Gómez, quien impone en cada estado de la República a sus fieles servidores como autoridades civiles, y apoyado por una ley arrastrada desde la colonia, denominada “ley de patronato”, también le dan la prerrogativa de elegir las autoridades eclesiásticas a su conveniencia personal. En este sector de la imagen en blanco & negro es donde se cobijan los anti valores de la estampa propuesta.

Las principales parroquias centrales que animan la ciudad están constituidas por La Catedral, San Blas, San José y La Pastora. Entre sus habitantes se destaca Joaquín Mariño, quien es un popular parroquiano de San Blas que merodea asiduamente los alrededores de la plaza Bolívar. Su origen es desconocido. Algunas referencias lo señalan erróneamente como familiar del prócer de la Independencia, Gen Santiago Mariño. Otras versiones recogidas entre las tradiciones orales generadas en las escalinatas del monolito de la plaza Bolívar de Valencia, lo refieren como hermano de un tal señor llamado Santiago Mariño, acaudalado vecino con la capacidad suficiente para comprar a la familia Marrero un lote de terreno en el cruce de la Farriar con Colombia donde logra construir con su propio peculio la sala del cine “Mundial”.
El cine abre sus puertas al público entre los años de 1922 hasta 1972, cuando definitivamente se ve forzado a cerrar sus puertas a los asiduos espectadores. Para el momento de  la década de 1930 el cine representa el principal centro de atracción muy activo por la novedad de la cinematografía y por la falta de otras alternativas recreativas para la sociedad valenciana. Es la la época de la proyección de películas mudas en blanco y negro, con fondo musical, tales como “El demonio y la carne”, “el séptimo cielo”, “El ladrón de Bagdad”, “La caja de Pandora”, “El abanico de lady Windermere”, “La viuda alegre”, “El hijo de la pradera”.
Esta sala de cine se convierte rápidamente como tapujo para esconder un centro clandestino de ciudadanos enfrentados al régimen de Juan Vicente Gómez y a su temida policía represiva. En sus estancias se realizan reuniones de líderes de la resistencia, entre los enseres propios de la cinematografía se puede descubrir una modesta imprenta para editar volantes con fuertes críticas al gobierno imperante y un pasquín de publicación periódica con artículos de pensadores con sueños de libertad. Todas estas iniciativas están severamente catalogadas por la dictadura imperante como comunistas y de sumo peligro  para la estabilidad del régimen.

Joaquín Mariño se convierte rápidamente en líder nato destinado para la difusión de los postulados e ideales democráticos de este grupo subversivo por las céntricas calles de Valencia. Lo cierto es que Joaquín ha adquirido fama en toda la ciudad y sus alrededores, tales como, Candelaria, Santa Rosa, Naguanagua, San Diego y otras más. Los puntos marcadamente rutinarios de sus correrías diarias son la Iglesia y la plaza de San Blas, de donde parte, para continuar pasando por la  placita de la Glorieta, ubicada entre las avenidas Mariño y Campo Elías, y siguiendo hacia el pleno centro de la ciudad, buscando llegar a la plaza Bolívar y la Catedral, adonde afluye la mayor cantidad de ambulantes citadinos. Entre los edificio públicos del centro de Valencia se pueden mencionar la plaza Sucre contigua a la Iglesia de San Francisco y diagonal al palacio de la gobernación, como así mismo, el cuartel de la policía, hoy Casa Páez [1], sitio popularmente señalado como detestable e infame por las atrocidades cometidas por el régimen imperante.

En lo que respecta a las autoridades civiles, los presidentes del estado Carabobo ejercen sus respectivos cargos en breves periodos de tiempo, sujetos a nombramiento discrecional de los jefes supremos del poder alternados por  Juan V. Gómez, y el doctor Juan Bautista Pérez, este último, como encargado de la presidencia de la República en 1929, para que el “benemérito” pudiera disfrutar un placentero descanso en la tranquilidad de su hacienda privada, El Trompillo, en su amada ciudad de Maracay. A pesar de seguir dirigiendo los destinos del país desde su retiro, tanto el mismo dictador de Venezuela como el presidente encargado pusieron y quitaron los gobernantes a sus intereses personales. Es así como los historiadores reseñan los gobernantes de paso por el estado Carabobo entre los años de 1925 y 1938, de la siguiente manera:


         Nº                                        Gobernadores                                   Período        _________________________________________________________________                                                              
       154                                Ramón H. Ramos                                1925 -  1928
       155                                Gral. José María García                       1928 - 1929
       156                                Dr. Santiago Siso Ruiz                               1929
       157                                Gral. Santos M. Gómez                       1929 – 1935 [2]
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En este orden de ideas, por el lado jurisdiccional eclesiástico, Monseñor Salvador Montes de Oca, representa la primera autoridad en la diócesis de Valencia, desde 1927, cuando fue designado II Obispo de la diócesis, a los 32 años de edad y con tan solo 5 años de ordenado sacerdote. Por cierto, cuando Gómez firmó su autorización para cumplir con la ley de patronato eclesiástico comentó: -"pero si es un niño”, porque era habitual que los obispos tuvieran muchos años de experiencia para ejercer sus funciones episcopales. Entre el día 11/10/1929 y el 03/08/1931, Mons. Montes de Oca recibió orden de expulsión del país por el presidente Pérez, hasta cuando Gómez derogó la extradición del Obispo, una vez reasumido nuevamente el mando como Presidente de Venezuela.

Cuando Juan Vicente Gómez asestó el golpe de estado contra su compadre Cipriano Castro reorganizó y modernizó el ejército venezolano, y partiendo del mismo componente de policías andinos, popularmente conocidos como “chácharos”, también promovió un profundo cambio en la dirección policial, convirtiéndola en un temible cuerpo represivo y de inteligencia para descubrir elementos incómodos al gobierno, a tal punto, que rápidamente a la policía gomecista se le denominó “la sagrada”, en virtud del respeto temeroso que se le brindaba por parte de la población general, como algo contra lo que nadie podía agredir o irrespetar para evitar castigos sobre humanos. Los chácharos andaban uniformados con elegantes liquiliques blancos que resaltaban el grueso cinturón de cuero negro colombiano, dotado de dispositivos para sostener tanto el rolo y la ancha peinilla con vaina del mismo cuero del cinturón, sombrero tipo australiano con un ala doblada y abrochada, y fusil tipo colt 45 colgado a la espalda. En la ciudad de Valencia, la sede de la policía se estableció en el caserón histórico que perteneció al general José Antonio Páez.

 
                                   Policía sagrada montada                                                                            Piquete de policía sagrada

Los rumores de rebeldía en la ciudad de Valencia llegan a los oídos del amo de Venezuela en Maracay, por lo que su primo, el general Santos Matute Gómez, es designado Presidente del estado Carabobo para que “la ciudad rebelde de Valencia quedara derechita a los pies del benemérito siguiendo el patrón nacional impuesto de unión, paz y trabajo”, al decir del jefe supremo. Las primeras consignas impartidas a sus colaboradores inmediatos por el nuevo gobernador en el Capitolio de Valencia están orientadas a detectar el foco neurálgico de la resistencia en el estado Carabobo contra el régimen imperante. A partir de entonces, un selecto grupo de chácharos, vestidos de paisanos, se confunden con la población civil en todos los sitios públicos para recoger las pistas necesarias y llegar hasta el refugio de los subversivos, desenmascarar a los autores y destruir todos los elementos utilizados para enfrentarse al régimen.

En una de sus correrías, cuando  Joaquín Mariño recién termina de arengar en voz baja y desaparecer en medio de la gente, uno de los tantos paisanos transeúntes por los alrededores de la plaza Bolívar, incitado por las ardientes palabras escuchadas, no se resiste a manifestar en voz alta e iracunda sus sentimientos de protesta provocando lo mismo entre quienes le acompañan, y formándose simultáneamente una algarabía pública de repudio y protesta contra el general Santos Matute Gómez. Sin hacerse esperar, un mendigo entre los presentes saca de su harapiento bolsillo un pito para llamar la atención de sus otros colegas policías confundidos con el público presente, quienes se llevan detenidos al cuartel de policía a todos los implicados en el alboroto, y de paso, retornar a la tranquilidad pública impuesta a la fuerza. Los perturbadores del orden y de la calma citadina  son conducidos a la sala del chorro de agua fría, luego a las celdas comunes, de donde van saliendo de uno en uno al cuarto de torturas, y finalmente, tras viles y largos sufrimientos logran sacar confesión de nombres y lugares de líderes de la resistencia gomecista. Los resultados del operativo de inteligencia policial no se hacen esperar, y en muy breve tiempo, llegan al centro de operaciones de Joaquín Mariño para apresarlo y conducirlo a la temible sede policial, donde es sometido a tan fuertes torturas, a tal punto, que sobrepasando su resistencia física, se les quedó muerto en la macabra faena. Para justificar el horrendo crimen ante la opinión pública la jefatura de la policía declara oficialmente  que Joaquín Mariño se había suicidado, “ahorcándose con los cordones o trenzas de sus zapatos”.

Cuando el enérgico Obispo de la diócesis de Valencia había retornado de su injusta extradición del país se entregó de lleno a su labor apostólica con el ardor y la tenacidad necesarios para compensar los días que tuvo que permanecer en contra de su voluntad fuera de su jurisdicción eclesiástica. Se le veía recorrer las mismas calles por las que había transitado Joaquín Mariño, pero no en actividades políticas, sino por el contrario, en servicio estrictamente pastoral, visitando las casas del casco central, alentando y ayudando a los vecinos más pobres, pero también alternando con visitas a los presos de la tenebrosa cárcel en la esquina Páez, entre las calles Boyacá y Farriar, sin olvidar tampoco, de bajar en otras ocasiones a Puerto Cabello para visitar los presos del Castillo Libertador, y posteriormente, como consecuencia de estos contactos con presos políticos, la imperiosa necesidad de contactar a los familiares desasistidos por la ausencia de sus entrañables seres queridos presos que eran cabeza de familia.

Monseñor Salvador Montes de Oca ya había conocido a la familia Mariño antes de los crueles acontecimientos que habían ocurrido, y en lo personal, nunca le convenció la falsa información de un suicidio con cordones o trenzas de zapatos, pero en su caso personal con antecedentes de perseguido y exilado político, debía manejarse con mucha prudencia  y cautela para no estropear su ministerio espiritual.

Sin embargo, basándose en su férrea personalidad y en sus firmes convicciones basadas en auténticos principios y valores evangélicos, toma la difícil decisión de practicarle a Joaquín Mariño los correspondientes oficios religiosos, a pesar de que oficialmente, había sido declarado por las autoridades gubernamentales como un acto de suicidio, y por consiguiente, imposibilitado de practicarle oficios religiosos. Pero en todo caso, para este insigne obispo, Joaquín Mariño no se trata de un preso político más que se ahorca con los cordones de sus zapatos, sino que más bien, se trata de un verdadero mártir patriota por defender los derechos ciudadanos y la libertad de toda una nación, que debe darse a conocer ante la opinión pública  como un ciudadano de comportamiento ejemplar a seguir por el resto de la sociedad.
Iglesia y plaza de San Blas, Valencia, estado Carabobo


Un piquete de esbirros de la sagrada traslada los restos mortales de Joaquín Mariño a su residencia de San Blas para su velatorio y entierro con estricta orden de que se impida a familiares y deudos abrir la tapa de la urna. Ya en la noche del velatorio numerosos vecinos acompañan a la familia Mariño, unos por sincera solidaridad amistosa y otros por simple curiosidad ante los comentarios que corren por toda la ciudad, pero la perspicacia característica del venezolano provoca con efectividad y consecuencias, a que uno de los asistentes invite amistosamente a los guardias ausentarse del féretro  para saborear un suculento consomé, momento en el cual, una de las hermanas de Joaquín procede a abrir la urna. La dolora y penosa acción provoca fuertes reacciones lastimeras  y rencorosas ante la figura del rostro desfigurado por la contundencia de la golpiza recibida. No quedan rastros de dudas. Está confirmado lo que se sospechaba. El fallecimiento de Joaquín no se debe al suicidio porque los moretones, la desfiguración de su rostro y las múltiples heridas, demuestran a simple vista, que no había resistido a la implacable tortura a la que se le había sometido.

Ya en la mañana siguiente, día del entierro, las calles centrales de la ciudad se observan abarrotadas por la gente que espontáneamente se dispone a darle un respetuoso adiós a Joaquín, no se sabe si por admiración, por amistad o por protesta al detestable régimen imperante. Lo cierto es que la primera autoridad eclesiástica de Valencia, su Obispo en persona, Monseñor Salvador Montes de Oca, preside la liturgia fúnebre, cumpliendo rigurosamente todo el protocolo indicado para el momento, lo que significa un auténtico desafío a las autoridades civiles por parte de la autoridad eclesiástica.

El cortejo fúnebre entre San Blas y el cementerio prácticamente se convierte en una verdadera demostración de protesta cívica y pacífica ante las autoridades vigilantes desde edificios públicos, sin la posibilidad de intervención por parte de la sagrada para evitar males mayores. La marcha era lenta, cada paso de avance del cortejo fúnebre era seguido automáticamente  por tres pasos de retroceso, cada vez que la caravana mortuoria arriba a alguna plaza, o en cada esquina o lugar abierto, la gente se para notoriamente para desamarrar pausadamente los cordones y / o trenzas de sus zapatos y volverlos a amarrar calmadamente de nuevo, tomándose todo el tiempo posible para que el gesto hable por sí mismo, queriendo decir: “Joaquín Mariño no se quitó la vida con los cordones o las trenzas de sus zapatos porque los esbirros de la sagrada fueron quienes lo torturaron hasta matarlo”, y de esta manera, continúar el desfile fúnebre hacia la su última morada.

Con esta estampa le toca el honor a la ciudad de Valencia, encabezada por su segundo Obispo, Monseñor Salvador Montes de Oca, el honor de pionera histórica en aplicar la resistencia cívica no violenta impulsada por Mahatma Gandhi en la independencia de la India y Pakistán. Entre cordones y trenzas, el pueblo humilde y civil de las céntricas calles de Valencia pasa a figurar meritoriamente como antecesor de cacerolazos, de plantones, de huelgas de hambre, los escraches y demás protestas pacíficas a favor de los derechos humanos y de la libertad de los pueblos del mundo.


Juan Pablo Sarratud Porras, Ciudad Alianza.-

[1]  La Casa Páez constituye hoy día un museo histórico en cuyo sótano se aprecian los calabozos y el ambiente sombrío donde torturaban a los presos que quería sacarles información.-

[2] http://enfermedadelalma.blogspot.com/2011/03/gobernadores-de-carabobo-sede-de-la.html  Esta lista coincide con la lista de la página 160/161 de la Historia del Estado Carabobo de Torcuato Manzo Núñez (ediciones Presidencia de la República 1981.-

Fuentes:
Movimiento estudiantil de 1928: Blog Historia Contemporánea de Venezuela:  https://historiadevzla.wordpress.com/2012/06/01/generacion28/

Los cines de Valencia. Christian Colombet:

Un pantalón más. Ricardo Mandry Galíndez. Página 168 – 169

Valencia en Textos y contextos. Julio Rafael Silva Sánchez:

El Museo Casa Páez. Napoleón Pisani Pardi:

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