(Parábola en memoria
de los caídos por la libertad de los pueblos)
Trasladarse al siglo pasado durante la década de 1930 y transitar las
típicas calles del centro de Valencia incita a presenciar, disfrutar y detallar
con tranquilidad y sin el agite con el que estamos viviendo en la actualidad
conocer un paisaje urbano en blanco y negro, pero con el vivo colorido de
valores que plasman sus protagonistas: calles angostas, en su mayoría,
empedradas, limpias, con huecos y vistosos rieles de las tranvías o del
ferrocarril, estrechas aceras con frentes de casas destartalados, y tímidos
ambulantes, algún que otro carruaje impulsado a caballo y faroles para el
encendido nocturno.
Pocas damas circulan, a no ser, en horas mañaneras, buscando agua en
garrafas o víveres en bodegas y mercados públicos, con sus típicos trajes de
largas faldas y llamativos sombreros, al tanto que, los caballeros visten
elegantemente con vistoso y elegante traje oscuro acompañado de sombrero,
camisa blanca, chaqueta combinada con el paltó, dejando ver solo el nudo de la
corbata. Por supuesto, tanto damas como caballeros, calzan zapatos de cordones
o de trenzas, como popularmente suelen son conocidos. Toda la moda que reina en
el ambiente consiste en la fiel copia de viajeros y viajeras provenientes
de Europa y Norteamérica.
Calle Comercio de la
Valencia de 1930
Todo este escenario típico de Valencia se repite en el resto del país cubierto
por la sombra del régimen dictatorial de Juan Vicente Gómez, quien impone en
cada estado de la República a sus fieles servidores como autoridades civiles, y
apoyado por una ley arrastrada desde la colonia, denominada “ley de patronato”,
también le dan la prerrogativa de elegir las autoridades eclesiásticas a su
conveniencia personal. En este sector de la imagen en blanco & negro es
donde se cobijan los anti valores de la estampa propuesta.
Las principales parroquias centrales que animan la ciudad están
constituidas por La Catedral, San Blas, San José y La Pastora. Entre sus
habitantes se destaca Joaquín Mariño, quien es un popular parroquiano de San
Blas que merodea asiduamente los alrededores de la plaza Bolívar. Su origen es
desconocido. Algunas referencias lo señalan erróneamente como familiar del
prócer de la Independencia, Gen Santiago Mariño. Otras versiones recogidas
entre las tradiciones orales generadas en las escalinatas del monolito de la plaza
Bolívar de Valencia, lo refieren como hermano de un tal señor llamado Santiago
Mariño, acaudalado vecino con la capacidad suficiente para comprar a la familia
Marrero un lote de terreno en el cruce de la Farriar con Colombia donde logra
construir con su propio peculio la sala del cine “Mundial”.
El cine abre sus puertas al público entre los años de 1922 hasta 1972,
cuando definitivamente se ve forzado a cerrar sus puertas a los asiduos
espectadores. Para el momento de la
década de 1930 el cine representa el principal centro de atracción muy activo
por la novedad de la cinematografía y por la falta de otras alternativas
recreativas para la sociedad valenciana. Es la la época de la proyección de
películas mudas en blanco y negro, con fondo musical, tales como “El demonio y
la carne”, “el séptimo cielo”, “El ladrón de Bagdad”, “La caja de Pandora”, “El
abanico de lady Windermere”, “La viuda alegre”, “El hijo de la pradera”.
Esta sala de cine se convierte rápidamente como tapujo para esconder un
centro clandestino de ciudadanos enfrentados al régimen de Juan Vicente Gómez y
a su temida policía represiva. En sus estancias se realizan reuniones de
líderes de la resistencia, entre los enseres propios de la cinematografía se
puede descubrir una modesta imprenta para editar volantes con fuertes críticas
al gobierno imperante y un pasquín de publicación periódica con artículos de
pensadores con sueños de libertad. Todas estas iniciativas están severamente
catalogadas por la dictadura imperante como comunistas y de sumo peligro
para la estabilidad del régimen.
Joaquín Mariño se convierte rápidamente en líder nato destinado para la
difusión de los postulados e ideales democráticos de este grupo subversivo por
las céntricas calles de Valencia. Lo cierto es que Joaquín ha adquirido fama en
toda la ciudad y sus alrededores, tales como, Candelaria, Santa Rosa,
Naguanagua, San Diego y otras más. Los puntos marcadamente rutinarios de sus
correrías diarias son la Iglesia y la plaza de San Blas, de donde parte, para
continuar pasando por la placita de la Glorieta, ubicada entre las
avenidas Mariño y Campo Elías, y siguiendo hacia el pleno centro de la ciudad,
buscando llegar a la plaza Bolívar y la Catedral, adonde afluye la mayor
cantidad de ambulantes citadinos. Entre los edificio públicos del centro de Valencia
se pueden mencionar la plaza Sucre contigua a la Iglesia de San Francisco y
diagonal al palacio de la gobernación, como así mismo, el cuartel de la policía,
hoy Casa Páez [1], sitio popularmente señalado como
detestable e infame por las atrocidades cometidas por el régimen imperante.
En lo que respecta a las autoridades civiles, los presidentes del estado
Carabobo ejercen sus respectivos cargos en breves periodos de tiempo, sujetos a
nombramiento discrecional de los jefes supremos del poder alternados por Juan V. Gómez, y el doctor Juan Bautista
Pérez, este último, como encargado de la presidencia de la República en 1929,
para que el “benemérito” pudiera disfrutar un placentero descanso en la
tranquilidad de su hacienda privada, El Trompillo, en su amada ciudad de
Maracay. A pesar de seguir dirigiendo los destinos del país desde su retiro,
tanto el mismo dictador de Venezuela como el presidente encargado pusieron y
quitaron los gobernantes a sus intereses personales. Es así como los
historiadores reseñan los gobernantes de paso por el estado Carabobo entre los
años de 1925 y 1938, de la siguiente manera:
Nº
Gobernadores
Período
_________________________________________________________________
154
Ramón H. Ramos
1925 - 1928
155
Gral. José María García
1928 - 1929
156
Dr. Santiago Siso Ruiz
1929
157
Gral. Santos M.
Gómez
1929 – 1935 [2]
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En este orden de ideas, por el lado jurisdiccional eclesiástico,
Monseñor Salvador Montes de Oca, representa la primera autoridad en la diócesis
de Valencia, desde 1927, cuando fue designado II Obispo de la diócesis, a los
32 años de edad y con tan solo 5 años de ordenado sacerdote. Por cierto, cuando
Gómez firmó su autorización para cumplir con la ley de patronato eclesiástico
comentó: -"pero si es un niño”, porque era habitual que los
obispos tuvieran muchos años de experiencia para ejercer sus funciones
episcopales. Entre el día 11/10/1929 y el 03/08/1931, Mons. Montes de Oca
recibió orden de expulsión del país por el presidente Pérez, hasta cuando Gómez
derogó la extradición del Obispo, una vez reasumido nuevamente el mando como
Presidente de Venezuela.
Cuando Juan Vicente Gómez asestó el golpe de estado contra su compadre
Cipriano Castro reorganizó y modernizó el ejército venezolano, y partiendo del
mismo componente de policías andinos, popularmente conocidos como “chácharos”,
también promovió un profundo cambio en la dirección policial, convirtiéndola en
un temible cuerpo represivo y de inteligencia para descubrir elementos
incómodos al gobierno, a tal punto, que rápidamente a la policía gomecista se
le denominó “la sagrada”, en virtud del respeto temeroso que se le brindaba por
parte de la población general, como algo contra lo que nadie podía agredir o irrespetar
para evitar castigos sobre humanos. Los chácharos andaban uniformados con
elegantes liquiliques blancos que resaltaban el grueso cinturón de cuero negro
colombiano, dotado de dispositivos para sostener tanto el rolo y la ancha
peinilla con vaina del mismo cuero del cinturón, sombrero tipo australiano con
un ala doblada y abrochada, y fusil tipo colt 45 colgado a la espalda. En la
ciudad de Valencia, la sede de la policía se estableció en el caserón histórico
que perteneció al general José Antonio Páez.
Los rumores de rebeldía en la ciudad de Valencia llegan a los oídos del
amo de Venezuela en Maracay, por lo que su primo, el general Santos Matute
Gómez, es designado Presidente del estado Carabobo para que “la ciudad
rebelde de Valencia quedara derechita a los pies del benemérito siguiendo el
patrón nacional impuesto de unión, paz y trabajo”, al decir del jefe
supremo. Las primeras consignas impartidas a sus colaboradores inmediatos por
el nuevo gobernador en el Capitolio de Valencia están orientadas a detectar el
foco neurálgico de la resistencia en el estado Carabobo contra el régimen imperante.
A partir de entonces, un selecto grupo de chácharos, vestidos de paisanos, se
confunden con la población civil en todos los sitios públicos para recoger las
pistas necesarias y llegar hasta el refugio de los subversivos, desenmascarar a
los autores y destruir todos los elementos utilizados para enfrentarse al
régimen.
En una de sus correrías, cuando Joaquín
Mariño recién termina de arengar en voz baja y desaparecer en medio de la
gente, uno de los tantos paisanos transeúntes por los alrededores de la plaza
Bolívar, incitado por las ardientes palabras escuchadas, no se resiste a manifestar
en voz alta e iracunda sus sentimientos de protesta provocando lo mismo entre
quienes le acompañan, y formándose simultáneamente una algarabía pública de
repudio y protesta contra el general Santos Matute Gómez. Sin hacerse esperar,
un mendigo entre los presentes saca de su harapiento bolsillo un pito para
llamar la atención de sus otros colegas policías confundidos con el público
presente, quienes se llevan detenidos al cuartel de policía a todos los
implicados en el alboroto, y de paso, retornar a la tranquilidad pública
impuesta a la fuerza. Los perturbadores del orden y de la calma citadina son conducidos a la sala del chorro de agua
fría, luego a las celdas comunes, de donde van saliendo de uno en uno al cuarto
de torturas, y finalmente, tras viles y largos sufrimientos logran sacar
confesión de nombres y lugares de líderes de la resistencia gomecista. Los
resultados del operativo de inteligencia policial no se hacen esperar, y en muy
breve tiempo, llegan al centro de operaciones de Joaquín Mariño para apresarlo
y conducirlo a la temible sede policial, donde es sometido a tan fuertes torturas,
a tal punto, que sobrepasando su resistencia física, se les quedó muerto en la
macabra faena. Para justificar el horrendo crimen ante la opinión pública la
jefatura de la policía declara oficialmente que Joaquín Mariño se había suicidado, “ahorcándose
con los cordones o trenzas de sus zapatos”.
Cuando el enérgico Obispo de la diócesis de Valencia había retornado de
su injusta extradición del país se entregó de lleno a su labor apostólica con
el ardor y la tenacidad necesarios para compensar los días que tuvo que
permanecer en contra de su voluntad fuera de su jurisdicción eclesiástica. Se
le veía recorrer las mismas calles por las que había transitado Joaquín Mariño,
pero no en actividades políticas, sino por el contrario, en servicio
estrictamente pastoral, visitando las casas del casco central, alentando y
ayudando a los vecinos más pobres, pero también alternando con visitas a los
presos de la tenebrosa cárcel en la esquina Páez, entre las calles Boyacá y
Farriar, sin olvidar tampoco, de bajar en otras ocasiones a Puerto Cabello para
visitar los presos del Castillo Libertador, y posteriormente, como consecuencia
de estos contactos con presos políticos, la imperiosa necesidad de contactar a
los familiares desasistidos por la ausencia de sus entrañables seres queridos
presos que eran cabeza de familia.
Monseñor Salvador Montes de Oca ya había conocido a la familia Mariño
antes de los crueles acontecimientos que habían ocurrido, y en lo personal,
nunca le convenció la falsa información de un suicidio con cordones o trenzas
de zapatos, pero en su caso personal con antecedentes de perseguido y exilado
político, debía manejarse con mucha prudencia y cautela para no estropear
su ministerio espiritual.
Sin embargo, basándose en su férrea personalidad y en sus firmes
convicciones basadas en auténticos principios y valores evangélicos, toma la
difícil decisión de practicarle a Joaquín Mariño los correspondientes oficios
religiosos, a pesar de que oficialmente, había sido declarado por las
autoridades gubernamentales como un acto de suicidio, y por consiguiente,
imposibilitado de practicarle oficios religiosos. Pero en todo caso, para este
insigne obispo, Joaquín Mariño no se trata de un preso político más que se
ahorca con los cordones de sus zapatos, sino que más bien, se trata de un
verdadero mártir patriota por defender los derechos ciudadanos y la libertad de
toda una nación, que debe darse a conocer ante la opinión pública como un ciudadano de comportamiento ejemplar a
seguir por el resto de la sociedad.
Iglesia y plaza de San
Blas, Valencia, estado Carabobo
Un piquete de esbirros de la sagrada traslada los restos mortales de
Joaquín Mariño a su residencia de San Blas para su velatorio y entierro con
estricta orden de que se impida a familiares y deudos abrir la tapa de la urna.
Ya en la noche del velatorio numerosos vecinos acompañan a la familia Mariño,
unos por sincera solidaridad amistosa y otros por simple curiosidad ante los
comentarios que corren por toda la ciudad, pero la perspicacia característica
del venezolano provoca con efectividad y consecuencias, a que uno de los
asistentes invite amistosamente a los guardias ausentarse del féretro
para saborear un suculento consomé, momento en el cual, una de las hermanas de
Joaquín procede a abrir la urna. La dolora y penosa acción provoca fuertes
reacciones lastimeras y rencorosas ante
la figura del rostro desfigurado por la contundencia de la golpiza recibida. No
quedan rastros de dudas. Está confirmado lo que se sospechaba. El fallecimiento
de Joaquín no se debe al suicidio porque los moretones, la desfiguración de su
rostro y las múltiples heridas, demuestran a simple vista, que no había
resistido a la implacable tortura a la que se le había sometido.
Ya en la mañana siguiente, día del entierro, las calles centrales de la
ciudad se observan abarrotadas por la gente que espontáneamente se dispone a
darle un respetuoso adiós a Joaquín, no se sabe si por admiración, por amistad
o por protesta al detestable régimen imperante. Lo cierto es que la primera
autoridad eclesiástica de Valencia, su Obispo en persona, Monseñor Salvador
Montes de Oca, preside la liturgia fúnebre, cumpliendo rigurosamente todo el
protocolo indicado para el momento, lo que significa un auténtico desafío a las
autoridades civiles por parte de la autoridad eclesiástica.
El cortejo fúnebre entre San Blas y el cementerio prácticamente se
convierte en una verdadera demostración de protesta cívica y pacífica ante las
autoridades vigilantes desde edificios públicos, sin la posibilidad de
intervención por parte de la sagrada para evitar males mayores. La marcha era
lenta, cada paso de avance del cortejo fúnebre era seguido automáticamente por tres pasos de retroceso, cada vez que la
caravana mortuoria arriba a alguna plaza, o en cada esquina o lugar abierto, la
gente se para notoriamente para desamarrar pausadamente los cordones y / o trenzas
de sus zapatos y volverlos a amarrar calmadamente de nuevo, tomándose todo el
tiempo posible para que el gesto hable por sí mismo, queriendo decir: “Joaquín
Mariño no se quitó la vida con los cordones o las trenzas de sus zapatos porque
los esbirros de la sagrada fueron quienes lo torturaron hasta matarlo”,
y de esta manera, continúar el desfile fúnebre hacia la su última morada.
Con esta estampa le toca el honor a la ciudad de Valencia, encabezada
por su segundo Obispo, Monseñor Salvador Montes de Oca, el honor de pionera
histórica en aplicar la resistencia cívica no violenta impulsada por Mahatma
Gandhi en la independencia de la India y Pakistán. Entre cordones y trenzas, el
pueblo humilde y civil de las céntricas calles de Valencia pasa a figurar
meritoriamente como antecesor de cacerolazos, de plantones, de huelgas de
hambre, los escraches y demás protestas pacíficas a favor de los derechos
humanos y de la libertad de los pueblos del mundo.
Juan Pablo Sarratud
Porras, Ciudad Alianza.-
[1] La Casa Páez
constituye hoy día un museo histórico en cuyo sótano se aprecian los calabozos
y el ambiente sombrío donde torturaban a los presos que quería sacarles
información.-
[2] http://enfermedadelalma.blogspot.com/2011/03/gobernadores-de-carabobo-sede-de-la.html Esta
lista coincide con la lista de la página 160/161 de la Historia del Estado
Carabobo de Torcuato Manzo Núñez (ediciones Presidencia de la República 1981.-
Fuentes:
Movimiento estudiantil de 1928: Blog Historia Contemporánea de
Venezuela: https://historiadevzla.wordpress.com/2012/06/01/generacion28/
Los cines de Valencia. Christian Colombet:
Un pantalón más. Ricardo Mandry Galíndez. Página 168 – 169
Valencia en Textos y contextos. Julio Rafael Silva Sánchez:
El Museo Casa Páez. Napoleón Pisani Pardi:
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